martes, 19 de febrero de 2008

Divorcio por SMS

Ríanse ustedes del divorcio exprés.
Para rapidez, la que proporciona el divorcio islámico a través de los mensajes de móvil. Pero la egipcia Abul Naser no lo ha visto muy claro y, después de recibir tres SMS con la talak (declaración de divorcio), ha recurrido a los tribunales para averiguar cuál es el estado legal de su matrimonio.
Lo contaba hace poco el diario egipcio Al Ajbar. Hace unos días, Abul Naser perdió una llamada de su marido. Al rato le llegó un mensaje que, según el periódico, decía textualmente: "Te divorcio porque no has contestado a tu esposo".
No era la primera vez. El hombre ya le había salido con las mismas en dos ocasiones anteriores y, según la sharía (ley islámica), los hombres pueden poner fin a su matrimonio con sólo declarar tres veces "yo te divorcio".
La ortodoxia islámica acepta el divorcio por carta, pero ¿por mensaje de móvil?
Abul Naser, ingeniera que vive en El Cairo, no lo dudó un minuto y se dirigió a un tribunal de familia para conocer su situación después del SMS. ¿Es aún una mujer casada? ¿O el divorcio tecleado por su marido tenía validez legal?
El debate no es nuevo en el mundo islámico. Ya se planteó al principio de esta década en dos de los países musulmanes más amantes de las nuevas tecnologías, Dubai y Malaisia. Pero tras el escándalo que produjeron los primeros casos, las autoridades civiles tomaron cartas en el asunto.
El Gobierno de Kuala Lumpur prohibió en 2003 el divorcio por medios electrónicos (SMS, fax o e-mail), estableciendo multas e incluso penas de prisión para los hombres que recurrieran a ellos.
Dos años antes, el Consejo Religioso Islámico de Singapur decidió, de acuerdo con el Tribunal de la Sharia, que "el divorcio a través de SMS es inaceptable". Los ulemas basaron sus argumentos en "las dudas que pueden suscitarse sobre la identidad y sinceridad de quien envía el mensaje".

miércoles, 13 de febrero de 2008

La batalla de Madrid










En los doce años de alcaldía de José María Álvarez del Manzano se levantaron más monumentos católicos en Madrid que en sus muchos siglos de historia: a la Santísima Virgen en el Parque del Oeste, al Papa Juan Pablo II como peregrino de María (o algo así) en la Castellana y otro más de este último papa solo ante la catedral de la Almudena.
A esto hay que sumar esos mojones a la mayor gloria de Dios que son los obeliscos del Pasillo Verde. Imitando al que centra la plaza de San Pedro, están coronados por una cruz y, como triunfo de lo que ese alcalde abadesa entendía por modernidad, exhibe en su base números romanos y eslóganes en latín como "Laus Deo".
Y sí, ok, alabemos al Señor, pero que sea con buen gusto… Porque los obeliscos, comparados con los demás, tienen un pase. El monumento a la Virgen del Parque del Oeste es una tartita abominable de puro kitsch. Se sufragó con donativos, una pena haber tirado el dinero en una obra de arte tan mala, claro que sarna con gusto no pica.
El combimix de Juan Pablo II con la Virgen María en la Castellana entra dentro de las mismas coordenadas estéticas, que son las de figuritas de belén o de tarta de bodas a escala humana.
Este monumento lo promovieron varios capos de las finanzas, digo yo que para limpiar su mala conciencia de algo, y fue también pagado por suscripción pública. El contraste con las líneas modernas del edificio de atrás es brutal: el monumento, entre lo cursi y lo espantoso, empasta muy malamente; es un anacronismo hiriente, un pegote inexplicable en una ciudad contemporánea. Es, como esas pilas eléctricas que se encuentran en ruinas arcaicas, un Objeto Fuera de Lugar.
Nos queda otra estatua del mismo papa, esta vez monopolizando el pedestal, ante la fachada este de la catedral de la Almudena; es el único monumento de todos ellos que tiene coartada: al fin y al cabo la catedral la inauguró él, y se emplaza en un contexto adecuado.
(Como anécdota, comentar que las dos estatuas del santo súbito se deben a la misma persona. Hablamos del Miguel Ángel nacional-católico, Juan de Ávalos, autor también de las imponentes esculturas del Valle de los Caídos y de un monumento a Carrero Blanco).
Curiosamente, y antes del papado, perdón, mandato de Álvarez del Manzano, en esta ciudad sólo se habían levantado bellísimos monumentos a dioses paganos (triunfando uno, la fuente de Cibeles, como símbolo de Madrid) y, lo más chocante de todo, uno al diablo, “El Ángel Caído” del Retiro que, junto a estos bodrios manzaneros de estética violetera, es poesía pura.
Y era él, Lucifer, verdadero señor del mundo, quien reinaba en esta ciudad hasta que llegó Álvarez del Manzano, también conocido por La Monja Alcalde, y neutralizó su subversiva influencia sembrando parques y calles de pastiches religiosos.
La afrenta a Lucifer, portador de la luz, ha de ser vengada.
Hay que devolverle su poder o al menos llegar a un punto de equilibrio.
Propongo erigir, por suscripción popular, sendos monumentos a Lindsay Lohan, Amy Winehouse, Pete Doherty y Paris Hilton.
O una serie de bonitas alegorías de los Vicios y Pecados para terminar de rematar las cornisas de la catedral de la Almudena.
Pero hay que hacer algo ya.
El verdadero culto ha de ser restituido.

lunes, 11 de febrero de 2008

martes, 5 de febrero de 2008

¿Sabías que...?


La posición que mantiene la Iglesia respecto al aborto no ha sido siempre la misma. La postura actual la sostiene desde 1869 (desde anteayer, como aquel que dice, si se tienen en cuenta sus 2,000 años de existencia).
Durante más de mil ochocientos años la Iglesia sostuvo que el feto no se convertía en humano en el momento mismo de la concepción, basándose en la creencia aristotélica de que el alma humana entraba al feto 40 días después de la fecundación, si era varón, o a los 90 si se trataba de una hembra.
De ahí que la Iglesia, en el primer trimestre de embarazo, no considerara un crimen lo que hoy llamamos aborto. Durante siglos la Iglesia se limitó a condenar los abortos que eran el resultado de actos de prostitución o de una relación adúltera.
La Iglesia de entonces era honesta en su discurso: condenaba el aborto por constituir, a su juicio, un delito sexual, ya que desligaba el sexo de "su razón de ser ": la procreación.