La fachada de esta tienda en Melilla (no sé si sigue: yo estuve en 2019) me recuerda al papel pintado de la época, a las boutiques de moda y trapitos que brotaron por todas partes, con planchas antiguas y gramófonos decimonónicos en los escaparates, a la tienda de discos de "1, 2, 3, al escondite inglés", a los logos de Esta noche, fiesta (o Directísimo), al bigote de José Mª Íñigo (y al de Tom Selleck y al de los Village People), a las patillas de hacha, al Florida Park original, a los especiales fin de año de la época, con los zooms de Valerio Lazarov y el ballet Zoom, a Fórmula V, a Fernando Esteso y La Charanga del Tío Honorio, a las solapas de pico de pato y los plataformones, al rascacielos Windsor, a las salas de fiestas Scala, a los hippies, la furgoneta Volkswagen y el auto-stop (práctica un poco temeraria que se ha sustituido por el Blablacar, también un poco temerario), a Jesucristo Superstar y a Hair, a los pantalones de campana, las blusas con chorreras y los kaftanes, a Demis Roussos, a México 68, a a Munich 72, a Montreal 76, al diseño Space Age, a los televisores Sputnik, a los (primeros) degradados en diseño gráfico, a la trenka con botones de hueso, a los petos vaqueros y a los vestidos de nido de abeja, al primer Miguel Bosé y a Boney M, al pelopaje (o pelo tazón), a Barbarella y Espacio 1999... A tantas cosas.
Todavía recuerdo aquel número especial de The Face en los 80, "The 70s: the decade that taste forgot".
En su día nos pareció lo más y vídeos como los de S-Express (y sus pintas), un guiño gracioso. Y aunque sin duda hay aspectos hilarantes, ahora esta década, su diseño y su estilo, no deja de reivindicarse.
Lo que son las cosas.