jueves, 31 de diciembre de 2009

Repesca de un viejo y sórdido affaire


Rescato una de las fotos de un post publicado en junio de 2008, una temporada en que anduve más fúnebre y necrofilíco de lo normal.
Entre otras estimulantes actividades, me dio por visitar un camposanto, el de Pozuelo de Alarcón.
En mi errático deambular por el recinto, di con la lápida de una tumba que entonces sólo me llamó la atención por la sonoridad eslava de sus apellidos y a quien yo, románticamente, tomé por una pareja de aristócratas de algún país del este que escaparon de la Revolución. La ignorancia, que es así de atrevida.
No sabía yo entonces la historia que había detrás. Ni la podía imaginar siquiera. Tampoco me acordaba de Sandra y de lo que le ocurrió, era muy niño.
Y eso que probablemente no me perdí el capítulo de Curro Jiménez en el que apareció. Y que algo tuve que oír de todo aquel revuelo, salió en todas las revistas...
Pero es lo que yo digo, los hombres, por lo general, tenemos la polla muy larga y la memoria muy corta.

Afortunadamente, lo que uno escribe en un blog permanece luego siempre ahí, colgado y consultable, 24/7 y por los siglos de los siglos mientras un apagón digital de consecuencias catastróficas no lo eche todo a perder.
Meses, muchos meses después, un lector que firma como Anónimo me ha dejado en él un comentario, poniéndome al corriente de quién era en realidad esta mujer, Sandra Mozarovski, una joven y exuberante actriz nacida en Tánger de padre ruso (el que está enterrado con ella) y madre española.

La muchacha, que era un pimpollo de muy buen ver con unos preciosos ojos verdes, había hecho sus pinitos en el cine y era considerada, a sus 18 añitos, una de las musas del destape.
Y al igual que otras compañeras de reparto, compartió también un trágico destino.
Nadie se lo esperaba, cayó como un mazazo. No ella, que también, sino la noticia: llena de proyectos y con toda una vida por delante, se vio envuelta en un inexplicable accidente, al precipitarse al vacío desde la terraza donde, aparentemente, estaba regando las plantas.

Según cuentan, desesperada por su tendencia a engordar, se atiborraba de pastillas que o bien la amodorraban o bien le habían producido un fatal mareo que la había hecho caer. Otros hablaron de suicidio. Y otros, de que fue suicidada.
Desde altas y coronadas instancias con las que, presuntamente, había tenido un affaire clandestino, que ya se sabe que cierta estirpe de reyes ha sido desde siempre muy pichabrava.
La debilidad antigua de estos monarcas de opereta por actrices, sopranos, vedettes y coristas a veces lleva a callejones sin salida y juega malas pasadas, sobre todo a quien en una relación tan descompensada más tiene que perder.

Hablamos confidencialmente de una información que en su día fue censurada, de uno de esos rumores que hacen un ruido de fondo como de tam tam de la selva y que no puedes ahogar por más que eches paletadas de silencio encima.
Quizá debido a que la relación se estuviera volviendo demasiado comprometida o indiscreta, quizá por tedio real y porque ya estorbaba más que convenía, este rollizo bombón de ojos felinos y carrera prometedora fue, por oscuras y alcahuetas razones de Estado, sencillamente eliminada.
Lo que recuerda a un asunto similar que forma parte ya del acervo conspiranoico colectivo.

Yo ni afirmo ni sostengo nada, ni quito ni pongo rey (¡qué más quisiera!), pero sí recojo una larga sombra de sospecha que, infundada o no, viene rodeando este trágico asunto desde que ocurrió, allá a finales de los años 70.
Y ya se sabe que cuando el río suena...

viernes, 18 de diciembre de 2009

Violencia y diciembre


Reconozco que no es la asociación que suele hacerse entre una cosa y otra.
Diciembre, se supone, es el mes del buen rollo: la navidad, los reencuentros con familia y amigos, las fiestas, los regalos, la solidaridad, los buenos deseos, todo eso. Pero también de zambombazos como el que se ha llevado Berlusconi, destrozándole de golpe -nunca mejor dicho- la careta conseguida en el quirófano.
Lo que me llama la atención es que, incluso para atacar a un político, los italianos muestran su particular sensibilidad, condicionada por un entorno exquisito, rebosante de arte.
Aquí habríamos tirado una tortilla de patatas, un ladrillo o un mechero.
Allí le han arrojado una réplica en alabastro de la catedral de Milán.
Lo de las Torres Gemelas fue un alarde de imaginación, lo de Berlusconi ha sido un alarde de fineza.

Yo no es que me alegre de ver a Berlusconi con la cara reventada; es un fanfarrón y un cretino que, como mucho, se merece un tartazo. Tampoco voy a meterme ahora a analizar si se lo buscó por su actitud provocadora y chulesca que ha envenenado el ambiente de su país hasta lo insoportable.
Yo, por una vez, me limito a seguir la corriente y condeno enérgicamente este como cualquier otro acto de violencia, siempre injustificada como medio de reivindicar nada en una sana y civilizada vida pública.
No me voy a poner a llevar la contraria, cuando en esto ha coincidido todo el mundo con extraordinaria unanimidad.



De la que, al parecer, no se han enterado los taxistas. A los pocos días del magnicidio con souvenir, se manifiestan en Madrid y la lian parda, como cabía esperar de un colectivo tan primario.
Gritan como si nada "¡socialistas, terroristas!", que me parece una acusación demasiado grave como para corearla ligeramente por muy reaccionario que seas, apedrean furgonetas, colegas esquiroles, la sede de Comisiones Obreras y unos cuantos coches oficiales. A punto estuvieron de organizar una masacre en hora punta.
No sé que tiene el taxi que hace que quien lo conduce regrese a las cavernas.

Luego está el misterioso affaire Tertsch, otro caso de violencia lamentable hacia un periodista ejemplar por su parcialidad y ciudadano de lo más pacífico mientras no haga falta liberar a unos paisanos secuestrados por Al Qaeda, que entonces mataría sin parpadear a 15 o 20 de ellos.
Lo más rocambolesco del asunto han sido las especulaciones de esa derecha paranoica que habita un lugar catastrofista, malhumorado y sin seguridad social cercano a donde viven los monstruos.


Comenzaron con las sibilinas insinuaciones de nuestra honorable presidenta, esa arpía sin escrúpulos que tiene mesmerizada a media población madrileña, incluidas las más modernas.
Muy en su línea, relacionó como quien no quiere la cosa el ataque a su pregonero oficial con la "agresión moral" que representaban las burlas que de él habían hecho en el programa de Wyoming.
La probable conexión, por disparatada que fuese, inflamó enseguida las tertulias más histéricas de los medios sentados a la diestra del padre, hasta el punto de pedir la dimisión de Zapatero(???).


Al final ha resultado que la indeseable agresión a Herr Hermann no tenía nada que ver con las parodias de "El intermedio" sino más bien con los gajes de frecuentar ciertos oscuros submundos.
Pero el mensaje de sospecha ya se ha lanzado, y a un público fanáticamente receptivo, toda esa gerontocracia embrutecida que vota en masa al PP y que echa espuma por la boca cuando ve "El gato al agua".
Y a lo mejor, si algún día se cruzan con Wyoming por la calle, les entrará el coraje y le arrearán un bastonazo, que estos furibundos viejos peperos pueden llegar a ponerse muy exaltados: no tienes más que plantarte delante de ellos disfrazado de José Bono o con un micro de la SER.
Pero ¿violencia? ¿Quién habla de violencia?
Eso los aberzales y los piqueteros. Lo nuestro es santa indignación, hombre, santa indignación.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuestión de raza


Será que, como con los perros, unas son mejores guardianas que otras.

Puestos a etiquetar para que el letrero realmente intimide y te lo pienses dos veces antes de entrar a llevarte unos tubos como la reportera de 21 días, aquí van un par de sugerencias mucho más disuasorias:
"guarda eslavo ex portero de after" podría ser una y otra, "guarda negra lesbiana y karateca".
Es decir, llevar lo de quien avisa no es traidor a sus últimas consecuencias.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Manzanas


La manzana es una de esas frutas siempre destacadas en la colección otoño-invierno. Yo nunca he entendido por qué. Es una fruta que he aborrecido desde niño, por aburrida y antipática.
Lo primero porque no hay nada más cansino que comer una, con esa textura harinosa que acaba formando pelota intragable en tu boca; es como un polvorón, pero más jugosito.
Lo segundo por esos pellejitos que insisten en quedarse incrustados entre tus dientes y sobre todo por su desagradable sabor, una corrosiva explosión de acidez que te inflama las encías como un enjuague de Oraldine.
A mí, qué queréis que os diga, me va más el Ph neutro.

Y sí, las manzanas son muy sanas, no lo discuto. Por algo en inglés tienen un dicho: "An apple a day keeps doctor away", pero vamos, en lo que a mí concierne, prefiero otros modos de automedicarme: a mí las manzanas me dan una pereza terrible.
Por no hablar de la grima, o directamente el asco, que me producen sus derivados, como el zumo o el pastel de manzana.
No existe postre más triste y esaborío en el mundo que un platito de loza blanca con una manzana en medio; por favor, aúllo en estas situaciones, que traigan algo mucho más apetecible y carismático, el carrito de las tartas, por ejemplo.


Mi gurú personal conoce esta fobia mía y me anima siempre que puede a dar a las manzanas una segunda oportunidad. "Todo el mundo se la merece", me dice, envuelto en ese aura balsámica que tanto me tranquiliza.
Yo tengo en muy alta consideración sus palabras, pero ya le he dicho que se olvide porque lo mío con las manzanas es algo que no podría superar con terapia ni asistiendo a reuniones de "Apple-haters Anónimos".

Mi gurú hace mención entonces de la enorme relevancia que la manzana ha tenido en la historia de la humanidad, siempre presente y cargada de simbolismo.
La manzana de Eva nos arrojó del paraíso. Fueron manzanas (de oro) lo que Hércules fue a recoger al jardín de las Hespérides. Suma las manzanas de Blancanieves y Guillermo Tell más la que permitió a Newton descubrir una de las más importantes leyes de la física. Y tampoco olvidemos su aportación más reciente: Apple era como se llamaba la disquera de los Beatles y bueno, quién no tiene un Mac, un iPod o un iPhone.


Mi gurú va más allá y me alarga una manzana y me pide que la observe atentamente. Entonces me hace notar, mientras la giro en la mano, que se trata en realidad de una representación del universo, un cosmos a pequeña escala con todas esas motas y puntitos que se corresponden con constelaciones y galaxias.
"La vida está en todas partes", me recuerda.
Y probablemente tenga razón. Ya lo decía el Maestro de Maestros, el Tres Veces Grande Hermes Trimegisto: "Como lo de arriba, así es lo de abajo."
O lo que es lo mismo, lo más grande tiene su reflejo en lo más pequeño, esa extraña correlación entre lo micro y lo macro.

Ah, la manzana y su misterio. Aparte su papel épico-místico en la historia de la humanidad, ¿Será verdad que una sola de ellas contiene todo el mapa de la creación en su piel?
Mi gurú afirma que sí, pero a mí en el fondo todo esto me supera. Yo lo único que sé es que, si ya tenía prevención, ahora lo de morder una manzana me va a echar más atrás que nunca, no vaya a ser que le dé un bocado a una y por una especie de efecto mariposa a nivel cósmico, provoque un tsunami en un continente de Venus.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Échale la culpa al googie


Esto es, a la arquitectura googie, ese estilo futurista que puso de moda La Aguja Espacial de Seattle en 1962 y que seguramente ha protagonizado más de un falso avistamiento de platillos volantes.
Porque a eso precisamente es a lo que recuerdan muchos de estos enormes frisbees hi-tech encaramados en lo alto de esbeltísimos cilindros, como los nuevos totems space age plantados en medio de la ciudad. O del campo, pues también se hizo muy popular para depósitos de agua, áreas de servicio y torres de control.

En Madrid poseíamos un ejemplo intachable de arquitectura googie, hasta que algún iluminado tuvo la genial idea, primero, de convertirlo en macetero gigante y, finalmente, de derribarlo.
Me refiero a la torre con restaurante circular arriba que sirvió durante años de símbolo al Parque de Atracciones de Madrid.
De hecho, desde su inauguración y hasta su trasformación en un nido de lianas mutantes, su nombre oficial era El Platillo Volante.


Ese es el gancho de la arquitectura googie: por un lado la sonoridad sexy de su nombre, como de baile de los años 40 interpretado por big band; por otro ese aspecto indefinido y andrógino.
Seguro que desde un principio, con la histeria colectiva por los OVNIS en pleno auge, sus siluetas ambiguas dieron motivo a más de una confusión.
La gente creía estar viendo un platillo volante entre las nubes o tras la niebla y en realidad se trataba del restaurante panorámico recientemente inagurado en la torre de televisión.
Era la escasa vista o las condiciones metereológicas, se excusaban luego algunos.
Otros simplemente insistían: "¿La torre? Naaa, yo lo que vi fue un OVNI."

Son los denominados ufólatras, adoratrices de una nueva religión que ha venido a sustituir los mitos y dogmas antiguos por otros que van más allá y cambian el concepto de "cielo" por el de "espacio exterior". Esta religión, la ufolatría, sí que se dispara al infinito. Es su meta, su templo, su campo de estudio y oración.
Convencidos también de la existencia de seres ultraterrenales, a estas alturas ya no se arrodillan ante dios ni amo, pero sí se postrarían en el acto ante la aparición de unos seres humanoides en un encuentro en la tercera fase.


A este nuevo culto le está pasando como al de los cristianos evangélicos, que se está expandiendo a la velocidad del universo. Y como ocurre en cualquier secta, contagia a todo tipo de gente: inculta o cultivada, rica o pobre, ciudadano corriente y moliente o celebrity excéntrica.


Me estaba acordando de repente de la ida de olla que tuvo hace poco Robbie Williams, que llegó a marcharse a vivir al desierto, en una tienda, durante meses, esperando contactar con algún borrachuzo cocainómano de la amplia comunidad intergaláctica para irse juntos de farra (sin negar por ello que hubiera detrás una búsqueda espiritual màs elevada).


Ahí están también las pasmosas declaraciones de la primera dama de Japón, por si no tenían bastante con el drama en palacio de una emperatriz deprimida y anoréxica. A la buena señora le ha dado por decir, ignoro si después de enchufarse una buena garrafa de sake, que visita el planeta Venus con cierta regularidad y que se comunica con seres de otros mundos, en los que cree a pies juntillas, tan juntillas como los puede llevar una geisha.


¿Qué quieres que te diga? Échale la culpa al googie: él también es responsable en parte de tanto disparate, pudiendo ser confundido con naves espaciales que abducen caniches con su rayo succionador.
Que yo sepa no existe ningún caso documentado, pero estoy convencido de que estas construcciones avanzadas han ayudado al delirio o trance místico de más de un ufólatra fanático.
La fe no es que sea ciega, es que distorsiona la visión.

martes, 3 de noviembre de 2009

Last night a poltergeist saved my life

Hace unos meses le dediqué un post a esa situación espantosa que es despertarte con la casa ardiendo. Y digo espantosa porque ahora, al contrario que entonces, lo sé por propia experiencia.
Estuve a punto de convertirme en el amante de fuego de Mecano, achicharrado en el incendio de mi casa.
Ocurrió la noche siguiente a Halloween, con luna casi llena y uno de esos vendavales en que los aullidos del viento ponen la piel de gallina.



Había encendido tres velas blancas en mi cuarto, sobre la mesa junto al PC, de las que van metidas en una funda o carcasa de plástico rojo. Ya lo había hecho otras veces sin mayores consecuencias. Esta vez, en cambio, podían haber sido fatales de no ser por mi vecina.

Mi vecina es de Segovia y católica militante; hasta hace dos años vivía su marido, tan religioso como ella, y entonces les pusimos el mote de Los Flanders.
Él murió poco después, de cáncer, y ella se quedó con las dos mellizas que tuvieron juntos, más otro cuatro niños que tenían en acogida.
Tres de ellos son hermanos, dos niñas y un chico, Ángel, que la noche que pudo acabar en tragedia cumplió los designios de su nombre.

Pero volvamos al momento en que encendí las velas en mi cuarto. O mejor a un rato después, cuando ya dormía a pierna suelta. El giro fatal del destino se produjo al prenderse el recipiente de una de las velas: el plástico se derritió y la cera inflamada se derramó como lava.
Yo, durmiendo como un bendito, no me enteré de nada. El fuego, mientras tanto, quemaba ya un lado de la mesa e iba consumiendo todos los consumibles a su alrededor: mi conector inalámbrico Belkin con su soporte, medio ratón y tres cuartas partes de altavoz...

De haber seguido su curso, se habría extendido rápidamente por la habitación: justo al lado de la mesa estaba el cesto de mimbre para la ropa sucia; encima, la caja de madera de la persiana; un poco más allá la ropa del armario, que estaba abierto... Si llego a despertarme diez minutos después, me habría sentido como Juana de Arco mientras las llamas ascendían hasta su nariz romana y sus walkman empezaban a fundirse...
O probablemente no habría llegado ya a despertarme, sofocado por el humo negro y ponzoñoso que despedían el plástico y los componentes eléctricos quemados.

Estado en que quedó la mesa - Pallol Press ©

Fue entonces, en el punto crítico, exactamente a las 4.30 de la mañana, cuando llamaron a la puerta.
No a la de mi habitación, a la de casa. Y con insistencia.
El timbre me despertó y me encontré con la mesa en llamas. Asustado como pocas veces en mi vida, la modorra del sueño me desapareció en un segundo; jamás me había espabilado tan pronto. Y reaccioné todo lo rápido que pude, conteniendo a duras penas el pánico.
El timbre de la puerta, mientras tanto, no dejaba de soñar, dingdong, dingdong. Clara y Alejandra, que viven conmigo, ya se habían despertado para entonces y se habían asomado a la puerta de su cuarto preguntándome: David, ¿qué pasa? ¿Quién llama a estas horas? ¿Qué es todo este humo?

Pero yo no podía atenderlas, como tampoco iba, de momento, a abrir la puerta, por más que siguiera sonando. Mi orden de prioridades estaba claro: lo urgente era apagar el fuego.
Fui al baño, agarré la papelera, volqué su contenido y la llené de agua en la bañera. Volví corriendo al cuarto y la vacié sobre las llamas; para qué más, fue como echarlo en aceite: aquello de repente fue una falla.
Entonces, en un rapto de lucidez, recordé que para apagar un fuego lo mejor es una manta, una toalla o una pieza de tela; de algo tiene que servir ver tanta tele.

Cogí una sudadera vieja y comencé a golpear con ella el fuego hasta que por fin lo apagué. Entonces, un poco más calmado, bajé por fin a abrir la puerta.

Fuera estaba mi vecina, la Flander, que nada más verme dijo enojada:

-Oye, por favor, a ver si dejáis de hacer tanto ruido que fíjate qué horas son y me habéis despertado a todos los niños...

Yo, sin tiempo a asimilar tanto shock, le pregunté confundido:

-¿Ruido? ¿Qué ruido?

-El de esos golpes que se oían al otro lado de la pared del cuarto de Ángel y que fue el primero al que despertaron. No sabes cómo sonaban, una barbaridad. Al principio pensé que era una ventana que os habiaís dejado abierta, y como hace este viento... Pero no, los golpes claramente venían de dentro, de la habitación que da a la de Ángel, esa que tenéis siempre cerrada...

Yo no sabía de qué golpes estaba hablando. Tampoco Clara y Alejandra:

-¿Qué quería la loca esa? -me preguntaron luego al subir- ¿De qué golpes habla, si aquí no hemos oído nada?

Esta era la cuestión: unos golpes tan fuertes que retumbaban en casa de la vecina y que se producían dentro de la nuestra los tendríamos que haber escuchado.
Lo raro era que no nos hubieran despertado también a nosotros.
Pero ahí está el insondable misterio, que los golpes que la vecina me describió al día siguiente como "de golpear repetidamente contra la pared el cabecero de una cama" sólo los oyeron ellos, en la casa de al lado.
Unos golpes que salían, además, de una habitación normalmente vacía.
Aquella noche también lo estaba.



Desde entonces pienso en esto maravillado, desconcertado y con algo de miedo.
No sé a qué se debió este poltergeist tan oportuno que alertó a los vecinos, si a un emisario celestial, un ángel guardián o al genio de la casa.
Aun sin poder explicarlo, se trató de un prodigio inexplicable, un milagro en toda regla.

Quizá relacionado con las hondas creencias católicas de mi vecina, más receptiva por tanto a servir de médium, o conque su hijo adoptado, el primero al que despertaron los ruidos, casualmente se llame Ángel y actuara como tal...

Lo ignoro. De lo que sí estoy convencido, después de darle vueltas y más vueltas, es de que esa noche se dio algún tipo de manifestación sobrenatural o intervención divina.
Un heraldo paranormal avisó a nuestros vecinos, librándome de morir asfixiado por el humo tóxico o, lo que es peor, quemado.
Y no sólo a mí, a las que viven conmigo.

Alguien, allá arriba o al otro lado, nos libró de un destino al ast, alertando a los vecinos con sus golpes perentorios para que vinieran en nuestra ayuda.
Podéis pensar lo que queráis, pero lo que he contado es verídico y la conclusión es la misma: gracias a unos extraños y providenciales raps, hoy estoy vivo para contarlo.

martes, 27 de octubre de 2009

Reformulemos


La pregunta no es ¿crees en los ovnis?
sino más bien ¿creen los ovnis en mí?



(foto de Jordi Socías-Cover Press)

miércoles, 14 de octubre de 2009

Viajeros del espacio


Nadie los entiende, se quejaba en su momento ese gurú del cosmos más sicotrónico que era Timothy Leary.
No siempre es así, como demuestra esta placa que descubrí sobre la entrada del número 37 de la calle Virgen del Portillo, en el madrileño Barrio de la Concepción.
Siempre que descubro una placa de estas la miro con curiosidad, a ver qué notorio intelectual o prohombre (o prohembra) de la nación vivió en el edificio.
Y mira por dónde, cuando esperaba encontrarme con un literato, un pintor o un crítico taurino, me topo con una especie de Nikola Tesla cañí, un Carl Sagan castizo.

Lo mejor de todo es cómo describen a don Arturo: ilustre sabio en rayos cósmicos.
Ahí es nada. Menudo título. Además de poético es definitivamente diferente, original, imponente y hasta divertido, porque suena a personaje de cómic de Tintín, uno de aquellos científicos tremendamente despistados y de pelo excéntrico o alborotado que abundaban en sus libros (siempre me llamó la atención la simpática fascinación que sentía Hergé por los hombres de ciencia, y cómo los caricaturizaba).

Después de leer la placa, mi imaginación se desbocó. Veía al señor Duperier trabajando sin descanso en su humilde laboratorio casero, improvisado con material homologado y aparatos diseñados por él mismo con chatarra recogida de la calle y cacerolas viejas, haciendo experimentos con ultrasonidos que provocaban de vez en cuando una fuerte vibración que hacía temblar los cimientos de la casa...


Una imagen no precisamente inspirada por las limitaciones que en este país cazurro han padecido siempre los abnegados hombres y mujeres de ciencia, sino por el hecho cierto de que el estado franquista jamás le dejó traerse del exilio un completo laboratorio que le habían donado sus colegas, los físicos británicos (sí, don Arturo fue también uno de esos cerebros a la fuga a los que el nuevo amanecer de España más bien les pareció un crepúsculo).

Este último dato lo descubrí googleando su nombre, algo a lo que me resistí durante un tiempo porque prefería dejarlo así, rodeado de todo su encanto y su misterio. Cuando finalmente lo hice, venciendo mis reticencias, lo que leí no me defraudó en absoluto; como se suele decir, acrecentó su leyenda.

Y me sentí en la obligación de reivindicar la figura de este físico sobresaliente que llegó a sonar para el Nobel en 1958 y que hoy está olvidado por todos salvo por los que fueron sus vecinos, lo que no deja de ser una injusticia histórica y un triste sino.
Y aquí, entretanto, nuestros políticos recortando el ya mezquino presupuesto destinado a la investigación y la ciencia con la excusa de la crisis.
Luego pregonan lo de que hay que invertir más en I+D o cambiar el modelo económico, pero me huelo -como tantos otros- que, en cuanto superemos el parón, seguiremos -como siempre- atragantándonos de ladrillo.

lunes, 12 de octubre de 2009

Oda a la noche


"El día es la canalla, y no merece más que las puertas cerradas. Las gentes de posición encienden su espíritu cuando el cenit enciende sus estrellas."

Víctor Hugo, "Los Miserables"

martes, 6 de octubre de 2009

Huevos a pares

Este post va de huevos.
De los que han tenido algunos para volver a presentarnos como sede de los Juegos Olímpicos, sabiendo de antemano que la de Madrid era una causa perdida.
Y los que otros les echan para denunciar lo que no ha sido más que una aventura absurda y un derroche escandaloso.


Copio textualmente una carta de lo más lúcida publicada en 20 Minutos el martes 6 de octubre:

“¿Cuánto ha costado esta corazonada?
Bueno, pues aquí estamos, con el mismo discurso que hace 4 años, y los Juegos a Río de Janeiro, como estaba cantado. Y ahora, ¿qué?
¿No estaba superclaro que tras darle a Londres los juegos de 2012 era imposible que los de 2016 se los dieran a Madrid? ¿Qué pasa ahora con esos viajecitos del alcalde por todo el mundo a costa de la dichosa corazonada?
Para rematarla, se marcha todo el séquito a Copenhague ¡una semana antes de la decisión! Total, nada: hoteles, dietas, vino, jamón, cava, etc., y aquí en Madrid se hace otro montaje para seguir en directo el evento, que supongo que tampoco habrá sido gratis.
Bajo mi punto de vista, un auténtico escándalo, mientras el país soporta más de 4.000.000 de parados, subida de tasas (para mí, ya casi confiscatorias) y sarcásticas peticiones de solidaridad.
Agradecería al periódico que publicara lo que nos ha costado la corazonada imposible en estos 4 años, a ver si a alguien se le cae la cara de vergüenza.”

Juan Carlos Martín.

Pero no, a ese easy rider nocturno que es nuestro alcalde no se le caerá la cara de vergüenza; si acaso se le pondrá toda coloradota, que hay que ver cómo se ruboriza el hombre.
Por lo demás, don Alberto aguantará el tipo y aquí no ha pasado nada. El cinismo es virtud principal de todo buen político, y él ha demostrado ser tremendo cínico. O tremendo tonto, que yo no sé que es peor.
O a lo mejor se lo ha hecho, que es lo más probable, porque ya sabía desde el principio, casi al 100%, que con la candidatura de este año iba a hacer el primo.
De perdidos al río, debió de pensar, confiando como buen católico en un milagro imposible, pero mira no, al final lo que nos perdió fue Río.


Se tenía que haber hecho de otra manera, saltándonos quizá esta ocasión y esperando a la siguiente, en la que sin duda habríamos tenido muchas más posibilidades, liberados al menos de la Ley de la Deriva Continental que parece imperar en el COI.
Mientras tanto, nos habríamos preparado a conciencia, corrigiendo carencias, defectos y puntos débiles, reforzando la candidatura hasta lograr un dossier incontestable.
Pero Gallardón, más que esperar, ha ido a la desesperada, como un espalda mojada que intenta cruzar el Río Grande.
Lo que no se puede negar es que le ha echado un buen par de huevos. La suya ha sido una quijotada más en este país de quijotes, un empeño inútil que ha jugado en el proceso con la ilusión de muchísima gente y que ha supuesto, además, un despilfarro obsceno de dinero.
O una necesaria inversión inicial, desde otro punto de vista. Porque no nos engañemos: las Olimpiadas representan proyección y prestigio para una ciudad, pero también un negocio inmenso.
Con lo que iba a ser una fiesta para los de siempre que, con la excusa de los Juegos, se lucrarían a lo grande, repartiéndose el pastel entre trepas, oportunistas, amigotes, un cuñado y algún yerno.

El juego sería el de costumbre: que hay que contratar una empresa de eventos (como el montaje de la plaza de Oriente), pues nada, se le da a un socio mafioso y con bigote, que no veas cómo unta.
Que decidimos externalizar todos los servicios (seguridad, limpieza, parkings, hostelería, etc), cómo no vamos a dársela a empresas de la familia, esa que lleva tu sangre o la de algún don Vito engominado.
Después de los Juegos, es de prever que privatizarían los polideportivos y recintos construidos, como fieras neoliberales que son, en vez de revertirlo a los madrileños como patrimonio público.
Como tampoco se reciclarían en VPOs todos esos apartamentos para atletas de la Villa Olímpica. Seguramente, mediante otra alegre concesión, se adjudicarían a una inmobiliaria afín, que los pondría a precio de mercado, es decir, prohibitivo.


Pese a todo, me encantaría que algún día Madrid celebrara unos juegos olímpicos y se quitara por fin la espinita, pero después de ser más realistas y sopesar mejor nuestras posibilidades.
Y eso que a veces pienso que parece haber algo incompatible entre Madrid y la idea de celebrar unos juegos olímpicos. No sé, es como si fuera una batalla perdida, que aquí no hay carisma para eso, falta esa cualidad o ese espíritu deportivo.
O que simplemente Madrid no es una ciudad olímpica como tampoco es una ciudad gótica.
Es lo que yo he dicho siempre: si quieres gótico, vete a Burgos.

Yo con todo animo a Gallardón a presentarse de nuevo en la siguiente ocasión, que lo mismo se cumple el refrán y a la tercera va la vencida. Total, ¿cuántas elecciones lleva ya Rajoy intentando ser Rey de Uruguay? ¿O era prime minister de España? Bueno, qué más da.
Lo que quiero decir es que al alcalde quizá le falte ser más constante, perserverante, tenaz… Y otro buen par de huevos, eso por descontado, así que, con esa filantropía que me distingue, aquí le dejo yo unos cuantos bien hermosos y bien frescos, por si los suyos los tiene ya con puntillas de lo churruscados.

sábado, 3 de octubre de 2009

El ojo de Horus








El ojo que todo lo ve.
El auténtico Gran Hermano.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Cría cuervos


En español existe un dicho, “sales más caro que un hijo tonto.”
Pues bien, esto habría que corregirlo ya, dejándolo simplemente en “sales más caro que un hijo.” Punto. Pelota. Final.
De paso mataríamos dos pájaros de un tiro, quitándole a la frase ese tono tan políticamente incorrecto, porque, en la misma onda, ¿quién llama ya mongolito a un niño con síndrome de Down?
Pues eso.
Pero vamos, mi afán no es hacer del lenguaje algo menos ofensivo sino ajustarlo a la sangrante realidad, la que toca nuestros bolsillos.
Puntualizo: el mío no, que bien saben los dioses que en lo que a mí respecta represento el fin de la línea familiar, sino el de todos esos temerarios que siguen teniendo hijos.

Tal como andan las cosas, ahora mismo en este país sólo se pueden permitir criar una retahíla de hijos dos tipos de personas, en ambos casos totalmente alienadas de este mundo: los del Opus y las infantas que, gracias al dinero de todos los españoles, se pueden permitir rodear de una jarca de nietos a sus majestades los Reyes para las entrañables fotos de familia.
El resto, y ya les supone tremendo esfuerzo, uno, dos o tres como mucho.



Son unos valientes, hay que reconocerlo, porque además de vocación para ello, hacen falta un par de Visas Oro por lo menos.
Esto pensaba yo el otro día cuando fui a Imaginarium, esa tienda para niños tan cuca y tan pija en el centro comercial Príncipe Pío, a comprar unos regalos para mis sobrinas.
Todo muy mono, sí, pero carísimo.
Y lo peor de todo: con trampa.
Sólo había que fijarse en las etiquetas con los precios. Me fui de allí convencido de que vulneran la ley en algún sentido, porque no juegan limpio, eso seguro. Todos los precios aparecían igual: el primer número enorme y, después, el pico (que era, invariablemente, de 90, 95 o 99 céntimos) al ladito, en tamaño superdiminuto por no decir microscópico.
Qué astuto, pensé. Todo, en realidad, era un euro más caro.
Un ejemplo: 795 €.
Otro: 2499 €.
Así en todos los productos.

Como estrategia de marketing está bien, no lo discuto, pero es un engañabobos y un abusar descaradamente del consumidor, sobre todo si no tiene la vista muy fina.
Yo no dejaba de pensar que, por ley, los precios están obligados a aparecer claramente estipulados en las etiquetas, sin artimañas mezquinas como esta.
A punto estuve de pedirle una hoja de reclamaciones a la única chica que, sin dar abasto, se encontraba en la tienda, con una cola de padres esperando a que les cobraran y envolvieran sus compras para regalo, y ella sola para atenderlos.
La pobre estaba desbordada; parecía navidad.
Y todo porque así Imaginarium se ahorra el cochino sueldo de una segunda dependienta, que apostaría un meñique a que la agobiada muchacha que bregaba allí sola no debe de cobrar más de 800 euros.
Por no hablar de la miseria que deben pagar a los chinos que fabrican sus artículos...

¿Revierte esto en sus precios? Para nada. Repito: todo carísimo.
Qué poca vergüenza. Luego Imaginarium alardeará, con enorme desfachatez, de socialmente responsable y comprometida con el medio ambiente y blablabla (estas, no falla, suelen ser las peores porque, echando mano de otro sabio refrán, dime de lo que presumes y te diré de lo que careces; no sé vosotros, pero yo ya voy conociendo el percal).


Lo de tener a un solo empleado atendiendo a los clientes lo he notado en más de un comercio o local.
Esta es una política común últimamente a muchas empresas que además funcionan bien, en detrimento del servicio que dan a los clientes: estoy harto de ir a sitios, como me pasó el otro día en el Rodilla de la glorieta de Bilbao, y ver que hay una sola persona atendiendo al público, con lo que había una cola del copón bendito y tuve que esperar 20 minutos para llevarme un par de sángüiches.
En el caso de los supermercados DIA lo entiendes: es uno de los motivos por los que son tan competitivos en cuanto a precios.
Pero en otros, que no entran para nada en el juego del low-cost, lo que me parece es que tienen mucho morro.
“Es para recortar gastos”, te dicen; y no, ya basta de cinismo: es para aumentar beneficios a costa de explotar a sus trabajadores.
Todo esto me ha dado que pensar en una receta contra nuestro desempleo rampante: se trataría de ponerles las pilas a los inspectores de trabajo para que recorran tiendas y centros comerciales y, cada vez que observen un caso de estos, obliguen a las empresas a contratar más personal.
Verás cómo así se reducían sustancialmente las cifras del paro y, de propina, fastidiábamos un poco a todas estas compañías abusivas que están de lo más crecidas y creen que todo el monte es orégano.

miércoles, 16 de septiembre de 2009