John Lennon en La Habana, escultura realizada en el año 2000 por José Villa Subirón, sentado en el banco de la plaza que lleva su nombre.
A escasas cuadras de donde vivo hay una plaza llamada de John Lennon por la estatua del ex Beatle, obra del escultor cubano José Villa Soberón, que aparece sentada en uno de los bancos, con las piernas cruzadas y un brazo sobre el respaldo, como si hubiera decidido tomarse un descanso allí. Es su máxima atracción.
Al principio de verla pensaba que era una de esas esculturas anónimas a pie de calle (el paseante, el jubilado, la estudiante…) que tan de moda se han puesto estos años atrás en Madrid y en Europa. Y sí, sigue la misma idea de no ubicarse sobre un pedestal y disponerse al mismo nivel que los viandantes para que la interacción y la identificación sean mayores. Pero no es una escultura anónima. Alexander Fernández Tolmo, restaurador del museo Servando Cabrera (a cuyo microcosmos tan especial le dedicaré un post más adelante) me aclaró al fin a quién representaba y me contó también su estrafalaria historia.
Primer
plano del ex Beatle sin las gafas.
Porque la
estatua, en bronce y bastante lograda, normalmente aparece mutilada: le falta
su accesorio más reconocible, esa prótesis con la que a John Lennon se le
relaciona enseguida: las gafas. O espejuelos, como los llaman aquí. Si uno se
acerca a ella comprueba que, junto a los ojos, a cada lado, hay unos agujeros
vacíos que era donde encajaban las patillas porque las gafas, esas gafas
redondas inconfundibles, eran de quita y pon.
El
custodio de los espejuelos.
Menos mal
que el centinela cegato tiene a su vez el suyo, una oculista de urgencia. Se
trata de una vecina de la misma plaza a la que todo el mundo conoce como el custodio, porque eso hace
precisamente, custodiar los espejuelos de Lennon. La señora hace guardia junto
a la estatua y se los coloca, a cambio de una propina, cuando los turistas se
acercan a ella para hacerle fotos. Lo simpático del asunto está en que los
espejuelos no son los originales sino unas gafas que la pobre mujer se ha
agenciado de vete a saber dónde y que no tienen nada que ver con las que
llevaba Lennon.
La
estatua, con las gafas puestas.
Como yo le dije, ‘Señora, si había algo inconfundible en la imagen de Lennon eran sus espejuelos… Redondos. Eran tan marca de la casa como la boina del Che. ¿Usted se imagina un retrato del Che con un sombrero de copa o un tricornio? Pues eso’.
La mujer ni
sabía de lo que le estaba hablando. En el fondo le daba igual. A ella lo que le
interesa es conseguir unos pesos, que seguro no le vienen nada mal, aunque sea
poniéndole a John Lennon unas gafas espurias que no le pegan ni con cola. La
inventiva sin fin de los cubanos para obtener un dinerillo extra aun a costa de
desfigurar uno de los iconos pop más reconocibles.
Así que los turistas tienen que conformarse con retratarse junto a un John Lennon con unas gafas que no son las suyas, unas gafas ajenas, extrañas, chocantes que te llevan a exclamar: este no es mi Lennon, que me lo han cambiado. Qué sé yo, parece otro. Si no fuera por la melena y esas cejas gruesas, ni se le reconocería.
Y no, por una vez, la culpable no es Yoko Ono. Ya lo dijo André Breton: Cuba es un país surrealista.
Texto de la
placa que se lee a los pies de la estatua, quizá la frase más famosa de su
canción-himno Imagine: ‘Dicen que soy un soñador, pero no soy el único.’
La estatua ha sido elevada a los altares de santo por
muchos cubanos y cubanas, que se acercan a ella para pedirle que medie e
interceda en distintos asuntos, desde la permuta de una casa a una relación
amorosa. Una cubana me dijo: ‘Los otros santos no hacen caso, no escuchan, pero
este sí porque está más cerca.’ Y le hacen ofrendas y rituales santeros como el
‘despojo’.
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