domingo, 2 de agosto de 2015

Don Diablo se ha escapado













Y tú no sabes la que ha armado en Detroit. Sí, la mítica Detroit, la Motor City que fue en su día de las ciudades más prósperas de Estados Unidos, caldo de cultivo de importantes subculturas negras que emergieron de sus guetos para el mundo -el sello Motown o el oscuro, hipnótico sonido techno para las pistas de baile-.

La misma ciudad que ha caído en una decadencia comparable al escenario después de un holocausto nuclear. O la expansión de un virus mortal. Así que para empezar, la decisión no extraña: Detroit le ha erigido una estatua al diablo porque el que lo ha perdido todo ya no tiene nada que perder. Y se encomienda a quien sea.


Detroit se ha convertido en una ciudad fantasma, y los fantasmas se asocian a las tinieblas. Levantarle un monumento a su príncipe lo veo como muy coherente.Los cristianos de allí, obviamente, han puesto el grito en el cielo. No, mejor: se han rasgado las vestiduras y se han arrojado cenizas encima, que así les pega más, en modo psicodrama bíblico.


De momento no les ha servido de nada: la estatua se queda. Un amigo mío subió la noticia a Facebook y alguien en su muro dejó este post: 'Madrid ya tenía monumento al diablo, la estatua del Ángel Caído, en el Retiro.' Cierto, pero la de Madrid es una visión romántica del demonio y con el nihil obstat de los obispos. En la España catoliquísima no se le podía representar triunfante sino abatido, dentro de la ortodoxia.

El Ángel Caído del Retiro es un diablo derrotado, un bello cadáver político, víctima de sí mismo, de su insolencia y su soberbia. Por eso se precipita al abismo, con una serpiente enredada en su cuerpo. Es un Satán vencido. Un Satán humillado.













El Satán de Detroit, en cambio, es un dios majestuoso que irradia divinidad y se presenta con todos sus atributos. Es un Lucifer reivindicado en toda su plenitud. Un deslumbrante Portador de la Luz -que es lo que significa su nombre, Lucifer-. No podía sentarse en el trono con más tronío.

A propósito, quisiera señalar dos cosas curiosas en él: el gesto de su brazo derecho en la iconografía clásica es el de un maestro, alguien que enseña, que imparte doctrina. Y lo hace ante dos niños atentos a sus pies, ávidos por aprender; el otro detalle llamativo. La presencia de las tiernas e inocentes criaturas puede resultar chocante, pero quédese usted tranquila, señora, que los niños con Baphomet están más seguros que con su tío el cura.

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