
En este de la foto, uno de tantos con espejo, aproveché para hacerme unos autorretratos, a lo Rembrandt hi tech.


A mí me gustaba jugar con este efecto, y siendo un mocoso no dejaba de pensar si esa tropa de doppelgangers no existiría realmente repartida en distintas lonchas de realidad.
A veces me gustaría poder atravesar los espejos como Alicia para comprobarlo.

Pasajes.
Accesos.
Adónde, no lo sé. Quizá a nada bueno, si recordamos todas esas leyendas que aseguran, por ejemplo, que si después de medianoche con luna llena eructas tres veces y te asomas a un espejo, verás el rostro del diablo… O tu propio funeral.
Yo no he tenido nunca el valor de conjurar rostros satánicos o escenas macabras: los espejos ya tienen para mí suficiente misterio.
Porque cualquiera sabe si ese otro yo que veo en el espejo del ascensor no estará a su vez mirándome y fotografiándome a mí en otro y preguntándose si eso que ve no será algo más que un reflejo…
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