Me recuerdan a los tarros de botica antigua, y supongo que ayudan a diversificar la producción de las fábricas de Talavera, que no todo va a ser el típico plato para colgar de la pared; les va a venir muy bien para sortear la crisis, que para estas cosas siempre hay demanda.
¿Qué raro prodigio del diseño estaba presenciando?
¿Era el extraño e intrincado signo de una religión minoritaria?
¿Era un semáforo? ¿Un anagrama?
¿Los restos del derribo de un casino de Las Vegas?
¿Un espantapájaros?
¿Un símbolo esotérico?
¿O una monumental horterada?
Las preguntas se posaban en mis hombros como funestos cuervos, y yo seguía virtualmente anodadado, clavado en el sitio.
En mi vida había visto cosa igual sobre una tumba.
De haber sido un católico ultraortodoxo, esta especie de sicodélico árbol de navidad entre lo críptico y lo pop me habría parecido una falta de respeto, una bufonada geométrica, una herejía multicolor.
Yo por mi parte no sabría cómo definir este monumento original y fallero... No sé si es cubista o surrealista, si hay ecos de Chagall o de las joyas Tous, pero hay que admitir que, desde luego, llama la atención desde bien lejos.
Yo lo propondría como meeting point de este cementerio.
Sin duda aporta un toque al cementerio de bosque encantado de película gótica.
No es el Cristo de los Faroles.
Es una cruz andaluza y sencilla, como Carmen Sevilla.
Tiene algo de esos bustos romanos que se ven en las tumbas de la Vía Apia.
Un retrato muy realista.
Debió de ser un chico melancólico y guapo.
Pupilas de gato, adolescencia truncada, dos caracolillos sobre la frente y una piadosa oración por su alma.
Escénicamente perfecto.
Casi me arrancó una lágrima...
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