viernes, 26 de agosto de 2011

United Colours of JMJ


















Una definición de penitencia podría ser el haber padecido con los rigores del martirio de Cristo esa invasión vikinga con mochila y crucifijo que ha sido la Jornada Mundial de la Juventud (en la que no estaba toda la que es, pero vaya que si era la que estaba).
Si algo me llamó la atención fue ver tanta bandera al viento, engalanando el aire de Madrid con sus vivos colores. Las vi de todo tipo. Especialmente la tarde fatal en que colisionaron en Sol el cumbayá del Papa y la manifestación laicista, como un choque entre trenes de alta velocidad.
Esa tarde de fricción cósmica, en la que chocaron dos mundos, hubo estandartes para todos los gustos.

Una bandera que vi con frecuencia y que me dejó intrigado fue una blanca con cruz roja en medio y cuatro cabezas de zulús en los cantones.
Así a simple vista parecía una especie de homenaje a la labor misionera de Europa cuando colonizó y evangelizó a los negritos de África.
Y pensé: 'Estos son como los del Ku Klux Klan: no se cortan un pelo'.
En realidad era la bandera de una región de Italia, el país que se ha revelado en este evento como verdadera reserva espiritual de Occidente (lo que demuestran también siendo los peregrinos más numerosos en el Camino de Santiago).
Una cosa por otra: nosotros les superamos en el PIB, ellos en catolicidad rampante. Aunque supongo que es por tener al papa en casa. Eso marca. Para nosotros ya es una desgracia tener a Rouco Varela dando todo el día la murga con sus floridos pensamientos escolásticos de cuando Pío Nono llevaba pañales, imagínate lo que puede ser tener al capo supremo.
Allí, hasta el coño de las velinas debe estar santificado.

Y luego, en la riada laicista, que no laica, cuál no sería mi sorpresa cuando descubro entre la muchedumbre pecadora la bandera del idioma esperanto que, francamente, y mira que le he dado vueltas y más vueltas, no sé lo que pintaba.
El que tampoco pintaba nada en medio de churras y merinas era una especie de Jack Sparrow con su bandera pirata, sus puñetas de escándalo y unas rayas en los ojos como las del faraón.
A su bola que iba, de corsario andrógino, tan ricamente mezclado en todo el jari, afirmando su independencia marginal.

Todo este rico anecdotario, sin embargo, no nos debe desviar de la cuestión realmente importante: que los días que duró la JMJ fueron momentos de camaradería y confraternización en las calles de Madrid. De felicidad y fe compartidas. De flashmobs con coreografías en los andenes del metro. De pandillas multicolor. De promiscuidad bienintencionada, casi cándida, entre los jóvenes devotos. De histeria colectiva. De comunión de masas.
El clímax se habría alcanzado si el jolgorio hubiera acabado como aquel vídeo de la Kylie, pero con una monja alférez en cada esquina con la V de voluntaria hubo ciertos límites que no se traspasaron.

Lo que no me gustaría es que se perdiera ese espíritu de amor universal. Por eso, para próximas jornadas, propongo una única bandera, la de la poliamoría, que integre a todo el mundo, les despierte la vocación del amor libre, plural y sin ataduras, y les convierta en apóstoles que prediquen un nuevo tipo de relaciones entre las personas.
Relaciones abiertas, grupales, poliédricas, sin prejuicios, sin fronteras ni convencionalismos anticuados.
Esta es la próxima revolución sexual y la juventud católica tiene potencial y energía para situarse en vanguardia. Llevando el mandamiento de amaos los unos a los otros a sus últimas y liberadoras consecuencias. Haciendo de la fraternidad cristiana una comuna sexual, unidos por la fe. Obedeciendo la consigna de creced y multiplicaos en su sentido más poligámico.
Ánimo, muchachos: el pasado sin duda es vuestro, pero el futuro puede serlo también.

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