miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los estilos del hombre


Le style, c'est l'homme, dicen en francés. Y tienen razón. El contraste de estilos es obvio entre Jordi Évole, a.k.a. El Follonero, y Enrique de Vicente, director de Año Cero.
El primero, con su iPad en ristre, encarna al nuevo homo digitalis, al hombre tecnológico y a la vanguardia profesional: es un periodista de su tiempo que ha hecho de su tableta su principal herramienta de trabajo, fuente de información de primera mano y archivo compacto, portátil y cómodo de documentos, todos los que Enrique de Vicente -otra edad, otro estilo- desparrama ante sí en las tertulias de Cuarto Milenio.


A Jordi Évole lo define su tableta. A Enrique de Vicente, en cambio, le distinguen todos esos libros y papelotes que tiene sobre la mesa y que agita en el aire con vehemencia para reforzar sus argumentos heterodoxos.
Jordi Évole, delante de su entrevistad@, no tiene más que deslizar la pantalla casualmente, con naturalidad, para lograr el mismo efecto: todos los documentos que presenta o consulta están en su iPad.

Enrique de Vicente es -junto con otros especímenes humanos, todos curiosamente intelectuales provectos, la viva muestra de que el hombre no es más que un chimpancé inteligente, lo que se hace evidente al llegar a una edad avanzada, como también es el caso de Álvaro Pombo o José Luis Sampedro-.


A mí es un tipo, no obstante, que me parece entrañable y pintoresco. Es como un quijote del ocultismo canónico, con esa pasión que pone en lo que defiende y esas manos suyas que tienen vida propia. Lo suyo, más que gesticular, es una sesión de aerobics.
De hecho, no hay manera de hacerle una foto en la que las tenga quietas. Es un no parar, un remolino continuo, venga agitación y aleteo. Toda su fuerza reside en sus manos. Y en sus papeles, que señala o levanta muchas veces para secundar sus teorías.

Como que no sé qué sería de este señor sin ellos. No hay tertulia de Cuarto Milenio en la que no tenga delante una alfombra de libros, folios, notas, papeles y papelotes, esos que de vez en cuando menea como prueba irrefutable, y queda un poco antiguo, será porque habla de enigmas ancestrales y misterios milenarios. O será porque sigue tirando de papeles.


Jordi, por el contrario, representa la novedad y la modernidad naturalmente asumidas, sin aspavientos. ¿Que tiene un documento que mostrar? Saca su tableta y desliza la pantalla con los dedos. El otro, mientras tanto, revuelve sus libros y sus notas, desplegados sobre su mesa como uno de los últimos refugios no solo de la letra impresa, sino de todo un estilo de hacer y entender las cosas.

Son como la noche y el día. Dos visiones distintas del mundo o, más bien, dos mundos cara a cara, uno que declina y otro que avanza imparable. El director de Año Cero, anclado en la era Gutemberg, es un vestigio del intelectual que se pierde entre libros y papeles.


Los dedos de Jordi Évole, en cambio, se mueven por la pantalla de su iPad como peces en el agua, con ese savoir faire desenfadado con el que también realiza sus programas imprescindibles y adictivos.
Dos hombres, dos edades, dos estilos.
Uno representa ya el pasado, un mundo que se pierde. El otro, El Follonero, es el mundo nuevo que se impone a bocados.

1 comentario:

dt55 dijo...

me quedo con el estilo inigualable del maestro quique de vicente por mucha tablet que tenga el otro bye