domingo, 3 de febrero de 2013
Vamos a contar mentiras
Tralalá. Y no precisamente porque vayamos despacio, oh no, que más bien nos precipitamos como lemmings por el abismo de la desintegración moral.
Otra que ha salido en estampida es la ética. Está la cosa que el que no huele a chamusquina, echa humo. Además con cara de gilipollas. De pinche pendejo. Que es la que se te queda todos los días, mientras el ventilador no deja de esparcir mierda.
Bienvenidos al festival de la inmoralidad y el cinismo rampantes. Destino España. El que no sea corrupto que levante el pubis. La honradez es un concepto más abstracto que nunca. Sobre todo entre nuestra clase dirigente. Es como una especie de epidemia que está arrasando nuestra fe en ellos, ya normalmente bastante escasa.
Lo peor de todo es que mienten más que hablan. Los políticos son unos embaucadores profesionales, unos charlatanes de crecepelo, unos telepredicadores con carisma. Bien, esto lo asumes: forma parte del oficio, desplegar armas de seducción masiva.
Algunos, con todo, brillan como la noche de Manhattan en el arte de mentir. Son maestros de lo siniestro y opaco pero con glamur.
Paradigma de esto es María Dolores de Cospedal, mujer que me tiene fascinado. Es un fenómeno: miente como una bellaca sin que se le mueva o conmueva una sola pestaña.
Su rostro, en perfecta desincronización con su boca, permanece como tallado en la roca del Monte Rushmore.
Ni se inmuta.
La veo por televisión y me deja con la boca abierta, subyugado con ese control prusiano de su expresión facial cuando está hablando. Esta pérfida mujer mantiene siempre una expresión gélida, sin fisuras, una careta de piedra.
Nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso la más comprometida o apurada, descompone el gesto.
Me pregunto si ese autocontrol del cuerpo lo aprendió después de pasar siete años en el Tíbet.
Aunque ella es más de peineta y mantilla, así que a lo mejor fue el tener que disimular el dolor que provoca el cilicio mientras carga con el Cristo de su pueblo en Semana Santa.
Ya quisiera Rajoy tener su dominio del lenguaje corporal. Porque a nuestro Caudillo Provinciano los gestos sí le traicionan. Concretamente uno, un tic nervioso: cuando dice algo que es mentira o que no se cree ni él, un ojo -creo que el izquierdo, para colmo- hace un guiño doble que es toda una delación involuntaria.
No hace falta que le crezca la nariz como a Pinocho. Ese double check de su ojo ya es bastante revelador.
Alguno se le escapó cuando compareció por fin tras el escándalo XXL de los papeles de Bárcenas. Y fue, cómo no, para negarlo todo.
Si esto fuera EE UU, reafirmarse en la ocultación y el disimulo como estrategia política sería suicida: habría puesto definitivamente a toda la ciudadanía en contra. Allí la 'dishonesty' no se tolera. En ningún tipo de personaje público.
La integridad es una cosa muy seria, una virtud cívica fundamental. Mentir a la opinión pública no se perdona fácilmente.
Es lo que le pasó a Bill Clinton. Le denunció la América puritana por lo de Monica Lewinsky, pero lo que irritó a la nación entera es que en un principio mintiera. Eso fue lo que le hizo perder credibilidad a ojos de todos.
Ser 'dishonest' es una mancha difícil de lavar, el peor de los pecados en una sociedad franca como un niño y que cierra negocios con un simple apretón de manos.
Un país, por cierto, donde todavía puedes pagar con talones en las tiendas porque los de allí suelen tener fondos.
Será por eso que ha sido un norteamericano el que nos ha dado un toque. Y que ahora debe estar flipando con la reacción de Rajoy. El señor Solomont, acostumbrado a la dinámica de su país, esperaba un poco de espectáculo por televisión.
Los americanos siempre te conceden una segunda oportunidad si te sometes a una expiación pública de tus pecados: reconoces tu culpa, que te has equivocado, que estás muy arrepentido y que ahora, después de haber ido a las sesiones de Corruptos Anónimos, eres una nueva persona.
Y si además lo haces con Oprah Winfrey, la jugada es redonda.
Lo malo es que allí tienen a Oprah; aquí, el polígrafo de Sálvame.
Si es que esto no es un país serio. Aquí la credibilidad brilla por su ausencia. Aquí, antes de admitir nada, se niega la evidencia. O se dice que todo son insidias, infamias, conjuras. Tenemos la derecha más paranoide del mundo. O la más criminalmente cínica. Porque, por muy consumada artista de la disciplina gestual que sea la Cospe, debería saber que mentir está mal. Muy mal.
En alguien tan mona como ella, resulta una costumbre muy fea.
Y a mí me gustaría decirle, por si sirve de algo, que más vale honra sin urgencias que urgencias sin honra.
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