miércoles, 14 de enero de 2015

Corea del Norte te espía, Corea del Norte entretiene


Tenía ganas, hombre. Tenía muchas ganas de hacer con un post navideño lo mismo que hace mucha gente con el árbol, la decoración o el papá Noel que les cuelga del balcón: dejarlo puesto hasta bien entrado enero o incluso febrero o ¿por qué no? marzo.

Que es cuando regreso de Cuba, donde me he venido a vivir unos meses básicamente por aquello de liarme la manta a la cabeza y vivir otra experiencia. Y la experiencia, en dosis bajas para que no sea veneno, la estoy narrando ya desde el muy cosmopolita lobby del hotel Habana Libre, que tiene un número entero de Wallpaper* y también conexión wi-fi.



La hora de conexión es extremadamente cara: 10 C.U.C., como unos ocho euros. Pero al menos no va muy lenta, casi normal, y además puedo traer mi portátil –la láhtoh, como dicen aquí-.
Lo malo es que el Habana Libre me pilla a un extremo de mi barrio, El Vedado, y tengo que caminar como 37 cuadras hasta llegar a él. 
En mi larga caminata, en la esquina de la 17 con la Avenida de los Presidentes, paso invariablemente por delante de la embajada de Corea del Norte.


La podría evitar, tomar la 19 o incluso la 23, que es una avenida que me encanta y me lleva derecho, pero confieso que lo hago adrede, lo de pasar una y otra vez por delante de la embajada; me puede el morbo. O a lo mejor es que la paranoia me sienta tan bien. 
El caso es que no dejo de fantasear, cada vez que paso ante ella y la garita con guarda cubano que la vigila, que un día, mosqueados por ese yuma sospechoso que no es que merodee, es que parece haberse sacado un bono, me acabarán deteniendo y metiendo dentro a empujones. 

Entonces, con breves y secos chillidos en coreano, varios guardias con esas gorras que más que de plato son de wok me obligarán a volcar el contenido de mi mochila y a enseñarles las fotos que he hecho con mi cámara. Y lo mismo me secuestran como a esos súbditos japoneses y me llevan a su país y no se me ve el pelo más. Uf. Es imaginar todo esto y sentir un extraño morbo, no lo puedo evitar. Es lo que tiene que a uno le hayan marcado películas como Merry Christmas, Mr. Lawrence.



La embajada norcoreana y su discretísima antena, en una foto tirada todo lo subrepticiamente que pude. Intenté sacar foto del panel sobre Kim Jong Il, que iluminan de noche para que el que fue lucero de oriente te guíe en la oscuridad del Vedado, pero el guarda cubano de la garita me dijo que nanay.

Fantasías erótico-masoquistas aparte, me temo que no soy el único aquí que realiza actividades sospechosas. La embajada de Corea del Norte es un palacete de estilo francés restaurado y con un antenón en el tejado que indica a los cuatro puntos cardinales, y desde bien lejos, que están espiando a saco y sin complejos, interceptando todas las comunicaciones del mundo, interfiriendo otras, captando señales con las que en Pionyang no podrían ni soñar: no olvidemos que La Habana dista del territorio USA tan solo 90 millas. Ahí dentro se les debe estar cayendo la baba todo el tiempo. 
Total, que los norcoreanos se ponen morados a espiar y yo tengo que pasar continuamente por delante de su embajada. 
Para ir o venir del gimnasio, por ejemplo.




Entrada principal del Centro Hebreo Sefaradí de Cuba, en la calle 17, uno de los muchísimos edificios de los años 50 que hay en La Habana.

El gimnasio está en 17 con E, dentro del edificio del Centro Hebreo Sefardí de La Habana, aunque no tiene nada que ver: lo lleva otra gente, es privado, uno de los 300 gimnasios particulares que han surgido en La Habana en estos últimos años. 
La mensualidad cuesta 12,50 C.U.C., es decir, unos 10 euros. Y diréis, qué chollo. Espera, asere, que esto es Cuba, la patria del apaño, la ñapa y el remiendo y donde tienen que valerse con restos de serie, sobras de aquí y de allá y chatarra reciclada para casi todo. 
El local del gimnasio está francamente bien: es un sótano amplio, bien iluminado y ventilado (de esto último se encargan la puerta siempre abierta y varios ventiladores). 


Fachada de la sinagoga a la calle E. Por este lado, bajando unas escaleras, se accede al gym. 

Pero ves el equipamiento y se te cae el alma a los pies: todo está muy viejuno, destartaladísimo y donde no falta una pieza falta otra. Solo hay una colchoneta, aunque grande, y cuatro bicis estáticas que son puro chasis –una creo que no tiene ni sillín; así y todo, creo que la he visto ocupada: los cubanos son así: llevan mucho tiempo haciendo de la necesidad virtud-.



Entrada al gimnasio. La escoba en la puerta indica que es fin de semana, cuando lo cierran por 'mantenimiento'.

Los aparatos del gimnasio son como esa maquinaria roñosa que queda a la intemperie en las ruinas de lo que fue una ciudad minera. Son los esqueletos de las máquinas de los gimnasios de Europa. Y las mancuernas… Por variedad no será, desde luego. Están las de bolas macizas de hierro, como las de los forzudos de feria antiguos, aquellos de mostacho y malla ceñida. Luego están las de disco. Con estas me lío mucho porque las inscripciones están no ya borrosas, borradas, y unos platos pesan kilos y otros en libras, y además muchas pesas están desparejadas y es un coñazo y un panorama muy triste pero te tienes que apañar, que es lo que hacen ellos con una resignación admirable.



La nota exótica la ponen los coreanos que vienen aquí a entrenar porque la embajada queda muy cerca. No solo funcionarios, también sus mujeres y niños. Y me hacen gracia y pienso, observándolos a ellos con sus pantalones de Adidas y ellas con sus tenis rosas Nike, que se pueden dar con un canto en los dientes porque estos norcoreanos, al contrario que la inmensa mayoría de sus paisanos, sí pueden decir que viven en un paraíso socialista, aunque solo sea por la luz, el olor, el calor, la calidez, el arte, el desparpajo, el ron, el son, el relajo y, para colmo, esos cuerpos condenadamente sexies. 
Los que viven en Corea del Norte, en cambio, se tienen que conformar con un tono apagado, frío, gris, antipático, triste, vida de autómata y, como definición de lo antisexy, el ceporro de Kim Jong Un y su doble papada.



Hablando del rey de Corea, en la embajada, además de tener a la madre de todas las antenas en el tejado, exhiben también un panel en la verja, protegido por un cristal, que es como aquellos murales que hacíamos en el colegio, una composición con fotos y textos que ensalza la figura del difunto Kim Jong Il.

El panel es propagandaza pura y dura, y lo hacen con esta chulería porque saben que Cuba es de los pocos países donde se lo pueden permitir. 
Un poco más y ponen al lado un guardia coreano que te haga hincarte de rodillas de una colleja. Kim Jong Il fue el segundo de una dinastía que ha hecho de Corea del Norte una anomalía congénita que se hereda de padre a hijo.


Ahora está el morcón del nieto, lo que demuestra la degeneración generacional de una forma empírica y bastante cruda. Porque estas cosas no solo les ocurre a los Borbones. O a los Hilton. En realidad ninguna familia se libra, y menos si los nietos se atiborran de pasteles y porno mientras el pueblo llano come arroz a palo seco. Victoria Beckham, tan estupenda ella, dijo una vez eso de ‘que es agotador ser fabuloso’. Supongo que también lo es ser dictador, y por eso te sale doble papada. El que suceda a este vendrá ya con triple. Lo único que no variará en él será el pelo cortado a navaja. 

3 comentarios:

Jandrojamón dijo...

Chica cómo estássssss!!!! Parece que no follas.

Anónimo dijo...

Que padre esta tu viaje, yo me quede en el Tryp Habana libre para luego mudarme a un departamento en El Vedado. Coincidencias.
En la epoca que estuve , una recepcionista del hotel nos conto que habian desaparecido los colchones de la habitaciones en unos 20 pisos y que nadie habia visto nada, asi que tenian unas 100 habitaciones Out of order.
Sigue contando de tu viaje que esta muy interesante. En el Melia Habana habia Jazz nights a 10 $ con 1o mojitos incluidos con la entrada. Un abrazo Talo

David Pallol dijo...

Jandrojamón, jajaja, tienes toda la razón, mucha tensión sexual contenida. Así que ya he decidido que ya está bien. Hoy toca ;)