miércoles, 9 de noviembre de 2016
Cuando el multiculturalismo molaba
En el periodo after punk, en los primeros 80, se produjo una interesante y refrescante mezcolanza de razas, sexos, estilos e influencias. El punk y la nueva ola inyectaron a todo un chute de estimulante energía con ganas de explorar y experimentar sin prejuicios. La música pop y rock dejaba de ser asunto casi exclusivo de machos blancos europeos y americanos y añadía mujeres a las bandas o seres andróginos, se enriquecía con referencias étnicas y se hacía multicolor.
Se contagiaba de ritmos jamaicanos y percusión africana. Incorporaba mujeres a la batería o al cello -chicas de conservatorio con cresta mohicana-, rostros mulatos y ropas exóticas. Boy George, hijo de un inmigrante irlandés, se presentaba como un personaje ambiguo que reinterpretaba en clave pop el dress code ortodoxo judío.
Todo era sexy, sorprendente, liberador y divertido.
Y muchos llegamos a pensar que era el signo de los tiempos, que anunciaban un mundo ideal donde la integración se daba y era creativa, donde las diferencias sumaban y te hacían bailar.
Hoy parece un mundo perdido, como el de los dinosaurios, cuando en su día pareció posible.
Y yo me pregunto atribulado dónde ha quedado todo eso. Lo que parecía una evolución natural ha derivado en alarmante involución.
Y es triste. Ahora me ahogo en un discurso de odio, en un mundo cada día más polarizado.
Ahora lo diferente -inmigrantes, negros, musulmanes, judíos, la comunidad LGTB- se ve con hostilidad. Representan la amenaza. El enemigo.
A mí me parece una equivocación y un claro retroceso, por más que a muchos -cada día más- les parezca simplemente volver a poner a cada cual en su sitio.
Como la cosa siga así, me temo que volveremos a la estúpida y aburrida música de hombres blancos solo para blancos. Y yo no quiero vivir en un mundo AOR.
Quiero variedad, quiero alegría y quiero color porque la vida es precisamente eso.
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