El domingo pasado, mis amigos Kenzo y Katrina dieron una fiesta
por su nueva casa.
Están exultantes: tal como anda el mercado, han podido
comprarse un adosado a un precio relativamente irrisorio. El motivo: la
urbanización está situada junto a un cementerio de residuos nucleares, un área
de enormes silos de hormigón semienterrados en el suelo.
Mis amigos sufren
secuelas: vómitos, diarreas y caída del cabello. No pueden tener hijos porque
nacerían con malformaciones, pero ellos lo aceptan resignados porque a cambio
disfrutan de una casa, un lujo inasequible para la inmensa mayoría. Y a precio
casi de ganga.
Este es el más importante pro, aunque presenta otros contras. En
el jardincito, al estar el suelo contaminado, les crecen plantas mutantes, y
las lagartijas son de un tamaño respetable. Una de ellas me atacó durante la
barbacoa en el jardín y tuve que fulminarla con una granada de mano. Puse todo
perdido de vísceras y se nos quitaron la ganas a todos de seguir comiendo
chuletas y hamburguesas.
Kenzo y Katrina, tan encantadores como siempre, no
tardaron en hacerse cargo de la situación, disculpándose con embarazo por no
haber exterminado los bichos del jardín antes de nuestra llegada. Ellos son
así, siempre quedan bien.
Son unos anfitriones inmaculados.
(todas las imágenes que ilustran este post han sido generadas con IA antes de morir todos)
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