"When marimba
rythms start to play, dance with me, make me sway…"
En un
escenario así es fácil dejarse mecer. Y eso que en
la piscina del hotel Riviera ya no suenan las marimbas sino un popurrí de
baladas en español -Luis Miguel, Maná, Juan Luis Guerra, Camilo Sesto-.
Música ligera
de las dos orillas del charco para ambientar la piscina y empalagar los oídos
de los que nadan en ella o se desperdigan ociosos a su alrededor.
Para
disfrutarla no hace falta alojarse en el hotel: por 10 CUC puedes pasar el día
en ella, y el precio incluye consumición en el bar. Es una visita que
recomiendo porque la del hotel Riviera es una de las piscinas más bellas en las
que he estado nunca, y lo dice un gourmet
de las piscinas.
La piscina
en sí, rellena de agua de mar y con su borde en zigzag, es una maravilla. Pero
aquí es el entorno el que pone la magia. El hotel Riviera, atrapado en el
tiempo como un insecto cuaternario en una gota de ámbar, es un escenario ideal
para recordarte que en este mundo antipático todavía hay santuarios donde
tumbarte perezosamente al sol entre destellos de teselas lapislázuli y
empalagosas baladas en español.
Como decía Graham Greene en Nuestro hombre en La Habana, ‘La realidad en nuestro siglo es
algo que no debe afrontarse’, y el hotel Riviera es el refugio perfecto.
"Like
a lazy ocean hugs the shore, hold me close, sway me more…"
Porque entonces te
acuerdas de tantos veranos y piensas en lo mucho que adoras las
piscinas con trampolín.
La nostalgia es una emoción que el hotel Riviera sabe
despertar en ti y con la que te arropa sensualmente, como la melodía de Dean Martin:
A pesar de esos sentimientos de añoranza, es evidente que los tiempos han cambiado. No siempre para mejor. Los clientes ya no utilizan para cambiarse las cabinas de las galerías que rodean la piscina, como cuando el hotel fue inaugurado, allá en 1957.
Aquellos eran buenos tiempos, comentaría suspirando el bueno de Dean
entre canción y canción.
El Caribe era conocido como el Mediterráneo americano y para los gringos La Habana no era sino la prolongación natural de Palm Beach o Coral Gables.
El Caribe era conocido como el Mediterráneo americano y para los gringos La Habana no era sino la prolongación natural de Palm Beach o Coral Gables.
La vieja
ciudad colonial se había trasformado en Habana Riviera, un holiday resort tropical cosmopolita y vibrante, rutilante de letreros de
neón, modelado al estilo gringo a base de hoteles como los que podías encontrar
en Miami o Las Vegas y los mismos antros y casinos, dirigidos además por la
misma mafia.
Dentro del circuito continental del vicio, La Habana se convirtió en escala imprescindible, promesa de liberación para los turistas norteamericanos más depravados: aquí, cerca de
casa, podían romper con los tabús que conformaban el carácter puritano de su
país, donde imperaba la Ley Seca y el juego estaba prohibido. Pensando precisamente en todo el dinero que iba a amasar con el casino (que la Revolución cerró solo dos años después), uno de los gánsters más prominentes, Meyer Lansky, fue el promotor del hotel Riviera.
Fue su proyecto más ambicioso. También el más mimado: tiró la casa por la ventana; no escatimó en gastos.
Para Lansky, según cuenta su hija, el hotel Riviera era su bebé.
El proyecto original se debe a Philip Johnson, pero no fue realizado por desacuerdo con los inversores.
En su lugar se contrató a una firma de Miami
con experiencia en la construcción de hoteles, que resolvió el encargo con el
repertorio de formas que se había hecho habitual en Florida a partir de las
obras de Morris Lapidus.
Hoy permanece
como uno de los edificios más espléndidos de la rica arquitectura de aquellos años en La Habana.
Situado frente al mar, casi al final del Malecón,
en el hotel abundan los mosaicos azules y los motivos marinos.
Tiene una
entrada espectacular con dosel, fuentes y esculturas y un interior decorado en
su momento con obras de los mejores artistas cubanos.
Forma parte
del horizonte de rascacielos surgidos en los años 50 a lo largo del Malecón y
que ganaron para la ciudad un perfil moderno.
La Habana se estaba convirtiendo
en la gran metrópolis del Caribe, y se ponía de largo con un potente skyline frente
al mar.
Los quince años de La Habana fueron los años 50, cuando era la niña bonita de América. Desde entonces todo fue marchitarse.
Los quince años de La Habana fueron los años 50, cuando era la niña bonita de América. Desde entonces todo fue marchitarse.
El Riviera no puede
quejarse: el tiempo lo ha tratado relativamente bien y conserva todavía gran
parte de su atmósfera y refinamiento.
El Hotel Riviera, a pesar de su edad, retiene todavía su carisma sexy y chic, como el mismo Dean Martin, otro cincuentón de
muy buen ver:
Como una burbuja que ha sabido encapsular toda la magia y el glamur de entonces, este hotel tiene la cualidad de devolverte a los años 50, la última edad de oro de la ciudad.
Una historia que además puede leerse en la fachada del hotel, que se abre a la piscina como un libro abierto.
Entregado a la melancolía en un escenario vintage tan bien preservado, uno se mete fácilmente en situación y hasta le parece que el mismísimo Dean Martin, con su esmoquin, su camisa con chorreras, su pajarita enorme y sus grandes gafas cuadradas de pasta, a lo Augusto Algueró, está cantando para ti allí mismo, en la piscina, contratado como entertainer del hotel.
Como tantas celebrities americanas de la época, Dean seguramente se aloje en el Riviera, en alguna suite. Hoy los que actúan en La Habana son Major Lazer y, en un concierto histórico, sus Majestades Satánicas .
Tras muchas décadas de aislamiento, la ciudad regresa por todo lo alto al circuito de ciudades que debían pisar los artistas que querían triunfar en Hispanoamérica antes de la Revolución.
Desde entonces, quién lo diría, han pasado 57 años, y los recuerdos del esplendor perdido se venden caros. En un puesto junto a la plaza de Armas, en La Habana Vieja, vendían una postal antigua del Riviera más fichas originales del casino por ¡100 CUC! El silbido que solté fue digno de Dean Martin.
Fuera del hotel, la nostalgia no sale barata.
Es inevitable no menearse, no dejarse llevar por la música. Dean sabe manejar bien sus artes de crooner. Aunque nadie como su compadre del alma. Ese sí que era el número uno.
Hablando de Frankie, dicen que está aquí en La Habana. Ha venido
creyendo que va a asistir a un homenaje que le rendirán unos compatriotas
italoamericanos. En realidad se trata de una cumbre secreta de los líderes del
hampa, aunque él todavía no lo sabe.
Lo mismo
Dean y él quedan después para correrse una buena juerga. Otro buen amigo de
Frank, Lucky Luciano, se encuentra también en la isla, pero está demasiado
ocupado con el cónclave que prepara en el hotel Nacional. Su intención es que
los jefes de la mafia le nombren capo supremo, il capo di tutti capi.
Lucky
Luciano terminó por caer, como también cayó La Habana en poder de los barbudos
de Sierra Maestra.
Ese mismo día, el día en que triunfó la Revolución, a la
ciudad se le paró el pulso. El reloj se detuvo el 1 de enero de 1959 y, desde
ese instante congelado, el holiday resort Habana Riviera, que hablaba sobre todo
con acento americano, quedó en estado de letargo a la espera de tiempos
mejores.
Por eso te domina la nostalgia, porque te da la impresión de que alguien apretó aquí el botón de pausa en algún momento de 1959.
En el
paisaje desvencijado y decrépito que ha sido La Habana desde entonces, el
Riviera y su halo se conservan casi intactos, lo que resulta milagroso.
Todavía
funciona como hotel y, hace exactamente un año, lo estaban renovando. A la vez
que sus relaciones con los Estados Unidos, inaugurado una nueva era y blablablá.
¿Coincidencia? No lo creo.
Un ciclo se cierra y vuelve a abrirse otro que ya es
viejo conocido.
Como si no hubiera pasado el tiempo.
Es la
sensación que uno tiene tumbado en una hamaca del hotel Riviera mientras por
los auriculares te canturrea un sugerente Dean Martin.
Con la piscina de agua
salada espejeando ante mí como un gin tonic al contraluz y la cerveza Bucanero a
mi lado inusualmente fresca, me pongo las RayBan (lástima que no sean Wayfarer)
y me siento parte del Rat Pack in Havana, la película que Frankie y sus colegas
jamás llegaron a filmar sobre la que iba a ser una parranda histórica.
“Make me
thrill as only you know how, sway me smooth, sway me now…”
Aquí lo que parece mecerse es el tiempo, en un movimiento de péndulo que retorna, pese a la revolución, a la casilla de salida. Después de un break de 57 años, La Habana volverá a ser pronto un destino ideal de vacaciones en el Caribe para un turismo de masas con pasaporte USA.
El gobierno
cubano ha declarado que no espera ‘oleadas de turistas americanos’, pero la suerte está echada: los van, literalmente, a invadir, dando
rienda suelta a las ansias reprimidas durante tantos años.
Aunque esta vez la
invasión será pacífica y traerá un flujo de dólares.
Para eso han
servido 57 años de revolución, te dices con desencanto; para que se repita el bucle. Bueno, para eso y para algo más: sin entrar en
los logros sanitarios o educativos, la mayor victoria de la revolución cubana
ha sido haber ganado definitivamente para su país la soberanía plena como
nación y como pueblo.
Les ha costado mucho dolor y sacrificio reafirmar su
independencia frente a su vecino del norte, el bully del continente, que
siempre ha tenido sus garras al acecho, abriéndose como garfios sobre Cuba.
Nada que ver con la manera tan cool con que mueve las manos Dean:
Aquí lo único que se mecen son las contradicciones. O las paradojas. Gracias a la revolución, los cubanos son por fin son dueños y señores de su destino. Aunque uno analiza lo que está por venir después de la visita de Obama y se pregunta hasta qué punto.
Porque la pregunta doliente es qué país puede decir que es
soberano hoy día, cuando en realidad no lo es ninguno: todos están supeditados
a suprapoderes financieros y económicos.
Uno entonces se hace una pregunta más
doliente todavía, tantos años de revolución, ¿para qué?
Es una de esas jodidas ironías de la Historia, o quizá una sibilina venganza.
Las cosas se quedaron en punto muerto en 1959 y el tiempo se ha limitado a esperar pacientemente, que para eso tiene todo el tiempo del mundo.
Hasta el punto de que parece que no ha pasado. O que ha pasado y uno ni se ha dado cuenta.
‘Ya es muy tarde para arrepentirse, son cosas que pasan…’, decía la letra de aquel bolero de Orlando de la Rosa. Lo sé, pero es todo muy turbador y muy confuso.
Haz una Revolución para que, 57 años después, parezca que no ha pasado el tiempo.
O que el país, simplemente, estuvo en ‘pause’.
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