Se llama Miss Celánea y este, señoras y señores, es su debú.
Muy ingenuamente pensé que doña Encarnación Flores era una de las mías, aunque llegara tarde a su momento de emancipación.
¿Que quién es doña Encarnación Flores?
Pues una señora que sale en un anuncio de ING que ya estarán cansados de ver, ese en el que unos hijos satisfacen el deseo de su madre al cumplir 85 años. Doña Encarnación es la madre y el deseo, que la lleven a una playa nudista.
Y aquí viene el chasco y la mala leche que me sube a estos exuberantes pechos míos.
Porque doña Encarnación no quiere ir a esa playa a participar, a ponerse en pelotas y ser una más, liberando su cuerpo al fin de décadas de represión y tabús sobre él, que eso sí que habría sido trasgresor. No: a doña Encarnación sus hijos la colocan vestida y sentadita en una silla de camping y hala, a disfrutar del espectáculo... A una distancia sanitaria.
Le falta tirar cacahuetes a los nudistas (que además dudo mucho que lo sean, aunque aparezcan discretamente desenfocados en segundo plano: no han tenido redaños ni para eso).
Habrá gente a la que el anuncio les parezca simpático, pero tiene trampa: es cobarde y casposo como una de esas películas bufas de la época del destape. Te da por pensar si la creativa de la campaña no era una madre superiora. Cae en los estereotipos de siempre, reforzando la idea de que todo lo que se sale de la norma es extravagante y no deja de tener su morbo. Como yo, que no tienen más que ver este cuerpo serrano que, por supuestísimo, se han de comer los cristianos y en general los creyentes de cualquier fe y los ateos y lo que haga falta antes que los gusanos.
A vivir que son dos días.
Por eso una entiende que doña Encarna no quiera perder el poco tiempo que le queda. Pero mujer, intégrate, libérate, no me sigas siendo una mojigata. He de reconocer que su actitud me pone un poco de los nervios. Me sale el lado dominatrix más punk y lo que me gustaría es darle una patada al taburete ese en el que está sentada.
Porque resulta que doña Encarnación no quería emanciparse, lo que pasa es que la señora es muy cuca. Ella lo que quería era fisgar. De haber sido yo uno de sus hijos, la habría puesto delante una puerta con mirilla. O una celosía morisca. Más morboso aún.
Porque al final es eso, nada más que morbo. Del mal entendido, del enfermizo, del malsano, no del que me gusta a mí y que me pone como una moto. El mensaje que trasmite el anuncio es de lo peor: una vez más, hace que todo lo que se sale de la norma sea contemplado como un show cabaretero entre lo pintoresco y lo grotesco cuando en realidad esconde libertad. Por eso atrae a los reprimidos, por esa vitalidad, voluptuosidad y valentía que exhibe con tanto descaro. Porque en el fondo la desean. Como a mí, que soy la encarnación volcánica de todo eso.
Quiero imaginar que la idea original de la agencia de publicidad era mucho más salvaje, con doña Encarna totalmente desinhibida, exhibiendo sus carnes pellejas en la playa, pero que fueron los clientes y su habitual estrechez de miras los que la echaron a perder.
Lástima. Podía haber sido un hito. Pero han preferido perpetuar los prejuicios de siempre. Una oportunidad perdida.
Por último, desde el cariño, unas palabras para doña Encarnación: señora, la próxima vez o se desnuda o se va a una textil, pero que sepa que una playa nudista no es un circo."
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