domingo, 10 de febrero de 2013

Re: Re


El asunto de esta entrada (Re:) va del prefijo de moda, 're'. Con él empiezan muchas palabras que re-tumban y re-suenan estos días: re-generación, re-novación, re-fundación, re-volución.
Re-cualquier cosa, en re-alidad. Con tal que empiece por 're', todo vale.

Y aunque a mí la situación me re-patea como al que más, prefiero otro verbo que empieza con re y que es el preferido de Madonna porque es maestra en ello: re-inventar.
Tenemos una oportunidad de oro para hacerlo. Y es, además, una oportunidad histórica. Cuestión de ahora o nunca.
Seríamos muy tontos si la desperdiciáramos. La Historia con mayúscula, esa señora-alegoría, seguramente se sienta bastante decepcionada si no lo hacemos.


Que toda una época está ya agotada es evidente.
Podría haberse agotado sin más en una lánguida agonía, un desfallecimiento sostenido sin necesidad de precipitarlo con tanto sobresalto y tanto escándalo (por más que uno barruntara la caída del Imperio Romano durante años y hasta lo viera venir tocando la lira, porque no hay olla a presión que dure tapada sin que finalmente explote).

Re-capitulemos.
El ré-gimen político que ha funcionado durante más de 30 años, mientras las apariencias engañaron, es hoy un modelo muerto. Ya no sirve de nada. Está obsoleto.
Re-iniciarlo es completamente inútil. Con él hay que hacer lo mismo que con la tecnología: tirarlo y re-emplazarlo por uno nuevo.


Re-pararlo tampoco sale a cuenta porque los que pretenden ponerle parches son los dinosaurios de siempre, y así solo vamos a vivir una eterna re-posición de los viejos güésters, como en Telemadrid, con los mismos apaches, cuatreros y forajidos.
El sistema se derrumba, volado desde dentro en una traca final de decadencia. La caspa se ha devorado a sí misma. El turno de partidos montado en la sacrosanta Transición ha entrado en crisis definitiva. Ha re-ventado por las costuras.

Pero no hay que re-traerse ni re-cular ante el colapso: es el fin de una era y hay que ser consecuentes.
Ahora se trata de ser creativos con el paisaje después de la hecatombe.
La nuestra, re-pito, es una re-sponsabilidad histórica.
De las que marcan un antes y un después.

Hay que re-inventarlo todo. Ponerlo  patas arriba. Aprovechar el manto de escombros para construir encima algo nuevo, poderoso y radicalmente diferente, como hicieron las Trümmerfrauen con las ruinas de la Alemania nazi.


Empezando por cosas tan tontas como la forma de hablar.
En una sociedad urbana y descreída como la nuestra, nuestro lenguaje mantiene re-manentes de la España rural y católica. Ya va siendo hora de empezar a decir 'llueve a tetrabriks' y no 'a cántaros', que se ajusta más a la re-alidad.
Y para qué seguir diciendo 'Por San Blas las cigüeñas verás' si, por culpa del cambio climático, ya las tenemos aquí todo el año.
Por las mismas, eso de que dura menos que un caramelo a la puerta de un colegio ha quedado también caduco. La sociedad española ha cambiado mucho. Está más picardeada.  Ahora lo que procedería sería decir que dura menos que 'una china de costo o una ficha de jachís en la puerta de un instituto'.

Y después del lenguaje, todo lo demás. Como los prejuicios, por ejemplo, y empezar a mirar mal al señor engominado con bigote que lleva chaqueta y corbata en vez de al piltrafilla con chándal mugriento. 
Hay que re-plantear conceptos. Como esa promesa que le hizo Jorge Fernández Díaz  al Papa en Roma: 'España será cristiana o no será'. Hay que re-capacitar. A fondo. Entre cuestiones como una re-privada para unos cuantos y una Re-pública para todos.


Hay que re-inventar un sistema caduco y podrido hasta los tuétanos pero, para conseguirlo, no solo hay que re-nunciar a lo de siempre. También hay que re-mover conciencias, hasta darnos cuenta de que todas forman parte de una superior y colectiva que puede ser muy poderosa. Porque somos el 99%. Somos mayoría.

El momento histórico re-clama una mayor unidad de acción. Re-unir fuerzas. Concentrarlas. Coordinar acciones y movimientos para re-doblar su efecto.
Trabajar en equipo, que de algo nos tendrá que servir tanta cultura corporativa. Las estrategias han de ser conjuntas. Y el compromiso, colectivo.


Y ese compromiso por parte de todos ha de ser firme.
Si queremos re-nacer como sociedad, es re-quisito imprescindible vencer la indiferencia, el desencanto, la pereza. Y actuar. Pero de verdad,  no solo de boquilla en las re-des sociales: si nos pasamos la consigna de no comprar en Zara, de apagar la luz por unas horas o de re-alizar el gesto simbólico de dejar bolsas de basura en las puertas de los bancos, la re-spuesta ha de ser masiva, no de cuatro gatos. Así no hacemos nada.
Si convocamos una huelga de consumo, lo mismo: para que de verdad sea efectiva -y puede serlo, y mucho- el seguimiento ha de ser multitudinario.

Además de dejar sentir nuestro malestar, debemos dejar sentir nuestra fuerza. Que es mucha. Inmensa. Y cuando uno ha medido sus fuerzas y las conoce, se re-carga de coraje y echa cualquier pulso.


Re-currir a la desobediencia civil es uno de ellos. Lo leo en los muros de amigos del Facebook, que predican la insumisión fiscal con este argumento casi irrefutable: Si ellos evaden impuestos en cantidades obscenas y con una impunidad insultante, no vamos a ser nosotros los pringados que cumplamos religiosamente, porque te sientes como un perfecto gilipollas.

Y te re-belas, normal, y es cuando decides que, si ellos tienen la contabilidad B y la ingeniería fiscal para eludir al fisco, nosotros tenemos el corte de mangas a la agencia tributaria.
O la pedorreta.


¿A ti qué te parece? ¿Estás de acuerdo con esto? Nos gustaría conocer tu opinión. Puedes dejar tus comentarios en nuestra página web o en nuestro Twitter. Nos encantará re-considerarlo.
A algunos es probable que le parezca insensato, radical, pero es lo que tiene el mundo, que está lleno de pusilánimes.
Y esta nueva era necesita héroes. Héroes a los que mirar y en los que re-flejarse y que se alcen sobre los pedestales de los corruptos emperadores romanos, derribados por el pueblo.

Ah, ¿que todavía no han caído? Ya caerán. Mientras tanto, hay que re-avivar el espíritu del 19 de julio y re-calcar que, puestos a sublevarse, sea en modo flashmob. 
Los gestos han de ser masivos. Tenemos que actuar como una re-pelente plaga de insectos. La gente tiene que movilizarse en bloque, como ya está haciendo en plataformas como change.org.


Ese es el camino. El que hay que seguir para manifestar nuestro re-chazo a unas estructuras que solo de milagro se tienen en pie. Estructuras que no deberíamos conformarnos con re-construir o re-formar sino re-inventar.
De arriba abajo. Mejor, de abajo arriba. Desde la raíz.

Se aceptan todo tipo de ideas. Hemos puesto a su disposición un buzón de sugerencias. También puede, si lo desea, mandarnos un correo electrónico. Lo importante, como en el deporte, es participar. Dejar de ser espectadores pasivos del hundimiento.
Que sepan que sobre todo este asunto (Re:) también tenemos algo que decir.


De lo contrario corremos el riesgo de que lo re-compongan o re-mienden los mismos de siempre, con lo que eso supone de re-iteración de los mismos vicios.
Esto lo arreglamos entre todos, vale. Pero no solo para re-mar en la misma dirección, también contracorriente.

Frente a una nueva transición, como proponen algunos, trasformación. Radical. Mejor aún, mutación.
Tenemos que re-clamar nuestro derecho a re-inventar un escenario desacreditado, extenuado, devastado, convertido en zona cero.
Dejar bien claro que lo que queremos es re-gresar al futuro, y que no estamos dispuestos a re-troceder.
Y a re-bobinar, menos.

domingo, 3 de febrero de 2013

Vamos a contar mentiras


Tralalá. Y no precisamente porque vayamos despacio, oh no, que más bien nos precipitamos como lemmings por el abismo de la desintegración moral.

Otra que ha salido en estampida es la ética. Está la cosa que el que no huele a chamusquina, echa humo. Además con cara de gilipollas. De pinche pendejo. Que es la que se te queda todos los días, mientras el ventilador no deja de esparcir mierda.

Bienvenidos al festival de la inmoralidad y el cinismo rampantes. Destino España. El que no sea corrupto que levante el pubis. La honradez es un concepto más abstracto que nunca. Sobre todo entre nuestra clase dirigente. Es como una especie de epidemia que está arrasando nuestra fe en ellos, ya normalmente bastante escasa.


Lo peor de todo es que mienten más que hablan. Los políticos son unos embaucadores profesionales, unos charlatanes de crecepelo, unos telepredicadores con carisma. Bien, esto lo asumes: forma parte del oficio, desplegar armas de seducción masiva.
Algunos, con todo, brillan como la noche de Manhattan en el arte de mentir. Son maestros de lo siniestro y opaco pero con glamur.

Paradigma de esto es María Dolores de Cospedal, mujer que me tiene fascinado. Es un fenómeno: miente como una bellaca sin que se le mueva o conmueva una sola pestaña.
Su rostro, en perfecta desincronización con su boca, permanece como tallado en la roca del Monte Rushmore.
Ni se inmuta.


La veo por televisión y me deja con la boca abierta, subyugado con ese control prusiano de su expresión facial cuando está hablando. Esta pérfida mujer mantiene siempre una expresión gélida, sin fisuras, una careta de piedra.
Nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso la más comprometida o apurada, descompone el gesto.
Me pregunto si ese autocontrol del cuerpo lo aprendió después de pasar siete años en el Tíbet.
Aunque ella es más de peineta y mantilla, así que a lo mejor fue el tener que disimular el dolor que provoca el cilicio mientras carga con el Cristo de su pueblo en Semana Santa.

Ya quisiera Rajoy tener su dominio del lenguaje corporal. Porque a nuestro Caudillo Provinciano los gestos sí le traicionan. Concretamente uno, un tic nervioso: cuando dice algo que es mentira o que no se cree ni él, un ojo -creo que el izquierdo, para colmo- hace un guiño doble que es toda una delación involuntaria.
No hace falta que le crezca la nariz como a Pinocho. Ese double check de su ojo ya es bastante revelador.


Alguno se le escapó cuando compareció por fin tras el escándalo XXL de los papeles de Bárcenas. Y fue, cómo no, para negarlo todo.
Si esto fuera EE UU, reafirmarse en la ocultación y el disimulo como estrategia política sería suicida: habría puesto definitivamente a toda la ciudadanía en contra. Allí la 'dishonesty' no se tolera. En ningún tipo de personaje público.
La integridad es una cosa muy seria, una virtud cívica fundamental. Mentir a la opinión pública no se perdona fácilmente.

Es lo que le pasó a Bill Clinton. Le denunció la América puritana por lo de Monica Lewinsky, pero lo que irritó a la nación entera es que en un principio mintiera. Eso fue lo que le hizo perder credibilidad a ojos de todos.
Ser 'dishonest' es una mancha difícil de lavar, el peor de los pecados en una sociedad franca como un niño y que cierra negocios con un simple apretón de manos.
Un país, por cierto, donde todavía puedes pagar con talones en las tiendas porque los de allí suelen tener fondos.



Será por eso que ha sido un norteamericano el que nos ha dado un toque. Y que ahora debe estar flipando con la reacción de Rajoy. El señor Solomont, acostumbrado a la dinámica de su país, esperaba un poco de espectáculo por televisión.
Los americanos siempre te conceden una segunda oportunidad si te sometes a una expiación pública de tus pecados: reconoces tu culpa, que te has equivocado, que estás muy arrepentido y que ahora, después de haber ido a las sesiones de Corruptos Anónimos, eres una nueva persona.
Y si además lo haces con Oprah Winfrey, la jugada es redonda.

Lo malo es que allí tienen a Oprah; aquí, el polígrafo de Sálvame.
Si es que esto no es un país serio. Aquí la credibilidad brilla por su ausencia. Aquí, antes de admitir nada, se niega la evidencia. O se dice que todo son insidias, infamias, conjuras. Tenemos la derecha más paranoide del mundo. O la más criminalmente cínica. Porque, por muy consumada artista de la disciplina gestual que sea la Cospe, debería saber que mentir está mal. Muy mal.
En alguien tan mona como ella, resulta una costumbre muy fea.
Y a mí me gustaría decirle, por si sirve de algo, que más vale honra sin urgencias que urgencias sin honra.