martes, 28 de diciembre de 2010

Visitantes de dormitorio

Someone touched me late last night
Someone tried to tie me down
Something moved me in the night
Someone tried to pin me down...


(Blancmange, "Game above my head")


En un tris estuve de llamar así al post anterior, si bien al final triunfó el guiño a mi admirado Tim Burton, al que me une esa fascinación por lo gótico.
Como también me ha fascinado siempre el fenómeno de los visitantes de dormitorio, desde que lo descubrí en un número especial de la revista Más Allá dedicado a los ovnis que se publicó en 1991 y que aún conservo.

Es curioso, en ese monográfico de casi 250 páginas me fijé entonces en un intrépido reportero con unas gafas enormes que firmaba muchos de los artículos y reportajes y que no era otro que un jovencísimo Javier Sierra. Ganas me dan de escanear una foto que aparece de él en la revista, a toda página, posando ante la base militar de Roswell: es apenas un chaval.

Pues bien, gracias a esa revista supe por primera vez lo que eran los visitantes de dormitorio, Según esa paraciencia que es la ufología, es el sugerente nombre que reciben los alienígenas que se presentan en tu cuarto por las noches sin haber sido invitados. Normalmente, además, con las peores intenciones.
El proceso es el siguiente: estás en la cama y, de repente, notas una presencia extraña en tu habitación -en ocasiones, más de una-. Dominado por la inquietud y, por qué no decirlo, el pánico, no puedes reaccionar de ninguna forma porque te sientes como paralizado.
Tampoco eres muy consciente, ocurre todo como un duermevela, y le sigue una manipulación impertinente de tu cuerpo que incluye tocamientos obscenos, el implante de objetos extraños y hasta rapto, generalmente para conducirte al interior de una nave donde te tienden en una plancha o camilla para seguir explorando tu anatomía, sometiéndote a experimentos.
Esta sería ya la segunda parte, más conocida como abducción, que no tiene por qué suceder en todos los casos. Pero aunque no pase de una primera fase, la visita intempestiva y ginecológica que recibes por parte de seres misteriosos mientras estás durmiendo constituye, para muchos, una experiencia muy desagradable.
Suele dejarles traumados.


A estos visitantes, en la Edad Media, se les conocía con los nombres de íncubos o súcubos, demonios lascivos que adoptaban la forma de hombre o mujer para penetrar en tu habitación y, a continuación, penetrar salvajemente tus orificios y sentidos. Tú solo tenías que dejarte seducir. O no, lo que daba igual: toda resistencia era inútil.

Probablemente esto de los visitantes de dormitorio es un fenómeno extraño que ha ocurrido desde siempre.
Quién sabe si los modernos extraterrestres cabezones y de grandes ojos negros no son sino los herederos de aquellos demonios sicalípticos que se colaban en las alcobas medievales. A lo mejor unas criaturas y otras tienen relación y tan solo se acomodan a las supersticiones del momento.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no todos los intrusos que se cuelan en tu cuarto o en tu cama tienen un aspecto repelente. A veces, según algunos testimonios, se aparecen como ángeles o seres de luz.
En cuanto a los demonios de la Edad Media, entonces se decía que se encarnaban en un cuerpo humano irresistible, bellísimos ángeles caídos con dildos de fuego entre las piernas que te abrasaban las entrañas y te hacían a la vez aullar de placer.
Algo parecido al famoso éxtasis de Santa Teresa, pero con más de coito diabólico que de arrebato místico.


Sobre este asunto todavía me acuerdo de la experiencia particular de una chica con la que viví hace años, a la que algo anómalo perturbó su sueño durante unas cuantas noches.
Por las mañanas se despertaba agotada, con la misma sensación que Rossy de Palma después de espabilar del sopor del gazpacho dopado. Mi amiga lo describía así: "es como si me hubieran follado viva".
Sabía que le habían dado un buen revolcón, pero sin poder aportar más detalles. De lo que sí estaba segura era de que había sido forzada: el ente, cualquiera que fuera, había luchado con ella hasta lograr abrirla de patas. Y me enseñaba, de hecho, una serie de moretones en los muslos y algún que otro arañazo que tampoco se explicaba.
La chica, ya digo, no recordaba nada. Solo le quedaba la sensación incómoda y difusa de que alguien la había violado en sueños.
Ya entonces comentamos que quizá se tratara de uno de los infames íncubos medievales, y ella se reía un poco nerviosa porque, aunque era una escéptica como yo, no dejaba de darle vueltas a lo que le sucedía por las noches con un punto de aprensión.
Aprensión que yo entendía, más que nada porque no es de recibo que te echen un polvazo sin ser tú del todo consciente.
De todas formas, si algún día me ocurriera a mí, y me entere o no me entere, qué menos que la criatura en cuestión tuviera la apariencia de Taylor Lautner.
Yo para los sueños húmedos, lo reconozco, tengo fantasías muy adolescentes.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Arquitectura & Consumismo

Una asociación de lo más oportuna en unas fechas como estas, con su delirio colectivo de compras y gastos. Viene a cuento también porque El Corte Inglés, ese gigante del comercio español, ha abierto parte del nuevo edificio que ha levantado en el solar que ocupó la Torre Windsor, aquella joyita de la arquitectura metafísica de los años 70 que se consumió en una cremá espectacular hace casi seis años.
El Windsor, en efecto, ardió como una falla insuperable en un incendio de lo más fotogénico, registrado por una multitud de madrileños con sus móviles a pie de calle.
Ya decía Goebbels que nada como un incendio para excitar la imaginación del populacho, y en eso coincidía con otros pirómanos de alto standing como Nerón.

De alto standing eran precisamente las oficinas del Windsor, sustituidas ahora por un cilindro trasparente construido, paradójicamente, por una empresa nada trasparente, probablemente la más opaca de España.
Nadie en este país sabe nada de su política interna o de sus prácticas empresariales.
Nadie la somete a escrutinio, nadie la critica, nadie se atreve a cuestionarla.


Hay una explicación para esto. El Corte Inglés ejerce un tipo de censura muy especial y refinada: la económica. Son los que más invierten en publicidad en cualquier medio, con lo que ese medio tiene las manos atadas -y lo más importante de todo, la boca sellada- si no quiere perder unos ingresos regulares y sustanciosos. El Corte Inglés se asegura esta ley del silencio con sus presupuestos para publicidad.
A lo que a veces hay que añadir una censura directa sobre algunos libros cuyo contenido no les parece agradar, práctica controvertida que se remonta a 1992, cuando lograron que desapareciera del mercado la "Biografía de El Corte Inglés" de Javier Cuartas, donde se desvelaba la cara oculta de estos grandes almacenes.
Una censura, por cierto, que también sufrí yo con "Ladrón". Claro que tenían motivos para negarse a venderlo: en el libro dedicaba al menos un par de capítulos a contar mis aventuras de chorizo adolescente en El Corte Inglés, citándoles con total desparpajo.
Les debió de parecer mucha desfachatez, y no les culpo por ello.



Lo que no les perdono es que sean tan horteras.
Solo hay que ver esos horrorosos jerseis de fibra que llevan sus empleadas, una especie de skijama a rayas negras, azules y verdes que además de feo no favorece absolutamente nada.
De verdad que repele que te atiendan con esos uniformes, a lo que hay que sumar el maquillaje peleón de la mayoría de dependientas, con lo que el conjunto es lo más antisexy que he visto en mi vida.
Aunque para qué cuidar la imagen corporativa cuando tu nombre está más que consolidado y no tienes competencia.
Aun así los herederos del señor Areces deberían aprender de una compañía de bandera como Air France, que a lo largo de su historia ha encargado algo tan representativo como sus uniformes a figurones de la moda como Dior, Balenciaga o Christian Lacroix. O Iberia mismamente, que en este sentido cuenta también con una historia muy digna.
De vez en cuando, no te digo que no, los de El Corte Inglés aciertan con una campaña de publicidad atractiva, como aquellos spots en los que los rayos de sol se abrían paso en el cielo nublado de un Madrid que revivía la dolce vita.
En esa campaña il pericolo numero uno era la donna; arquitectónicamente hablando, ese mismo peligro lo encarna El Corte Inglés.
El tema de los uniformes es infamante, pero lo peor de todo son sus edificios, una colección de engendros arquitectónicos de los que no se salva ni uno.


En La Luna de Madrid, mítica biblia de la modernidad en los 80, tenían una sección que a mí me encantaba. Se llamaba Mis horrores favoritos, y estaba dedicada a la arquitectura más deplorable que podía encontrarse en la capital. Pues bien, una de estas secciones, a doble página, se la dedicaron en una ocasión a los cortes ingleses del centro de Madrid, y con toda la razón. Macizos, de color gris, perfectamente intercambiables, parecen todos clones del búnker del Tío Gilito.
Sin ninguna concesión estética, sirven estrictamente para una función: ser contenedores de consumo con muros ciegos para que los clientes que estén dentro no se distraigan de sus compras y apetencias mirando al exterior.
Es como la disposición de los productos en los lineales de un supermercado o aquel excitante color rojo que decoraba antes los VIPS, que te hacía consumir rápido y marcharte enseguida: está todo muy estudiado.
Lo que no quita para que el resultado sea espantoso.
Sus creativos de publicidad aciertan a veces con campañas como la antes citada, pero a los que trabajan en su estudio de arquitectura deberían echarlos a todos. Por predecibles, por aburridos, por ese feo código de estilo del que no sea apean.
El estudio de arquitectura de El Corte Inglés, al igual que el gremio de controladores, debería ser intervenido.

El Corte Inglés no es, con todo, el único malo de la película. En general la arquitectura consumista tiende peligrosamente al kitsch, como demuestran los centros comerciales que brotaron como setas en los Años del Ladrillo.
Me viene de repente a la cabeza Las Rozas Village, esa especie de homenaje decó a la arquitectura de los indios Pueblo o recreación de la ciudad de Santa Fe que sin embargo, en la distancia, parece Marrakech.
O el derroche versallesco de materiales nobles que puedes encontrar dentro del Plaza Norte 2, que no sé todavía cómo no se han organizado ya bandas de rumanos para entrar por la noche y arramblar con los mármoles, las lámparas de estilo veneciano y las columnas y obeliscos de lapislázuli, malaquita, porfirio y ónix.
Yo no quiero dar ideas, pero les saldría mucho más a cuenta que succionar kilómetros de cable de cobre.


Dentro de este despliegue de ostentación y estilo dudoso de la arquitectura comercial destaca especialmente El Corte Inglés, y la cortylandia de cristal que remplaza al añorado Windsor lo confirma una vez más.
El edificio, que todavía no ha sido inaugurado oficialmente y está sin terminar, ya ha abierto al público seis de sus 22 plantas.
No tanto por esa manía de inaugurar las cosas a medio hacer tan típica de este país sino, más que nada, por no perderse el jolgorio consumista de la temporada navideña, que por mucha crisis que haya no deja de ser uno de los picos del año.

Centrémonos de todos modos en el edificio en sí, un tubo de cristal que te aspira hacia arriba, planta por planta, para atraparte en una mareante espiral de compras. Un edificio sin gracia que parece uno de esos horteras rascacielos chinos.
Lo único interesante es la marquesina sobre la entrada, que preveo servirá de cobijo para toda la gente que a partir de ahora se citará ahí, que en Madrid es tradición quedar "en la puerta del Corte Inglés" y este no va a ser menos.
Lo que sí distingue a este, con sus cristaleras a la calle, es que en él se han saltado la norma del muro ciego, lo que me parece un gesto de audacia sin precedentes.
¿Está empezando a cambiar algo en la empresa más misteriosa de España?
Necesitaríamos unos wikileaks para saberlo...

sábado, 11 de diciembre de 2010

Viva la gente, la hay dondequiera que vas


Ese es el problema: que somos demasiados.
El Banco Mundial estima que somos 6.775.235.741 los seres humanos que poblamos el planeta y que, para la manutención de cada uno de nosotros, necesitamos el equivalente en superficie a dos campos de fútbol.
Tenía que aparecer el dichoso fútbol, para variar. Pero esta, aunque bastante cansina, no es la cuestión, sino el hecho de que lo que parecen meras estadísticas es la pura y escalofriante realidad.
Con efectos que pueden comprobarse en el mar, al que estamos esquilmando. Ya hay voces de alarma que avisan de que peces como el atún rojo están seriamente amenazados. También las sardinas, el bacalao, el salmón, el fletán...
Y ya me dirás entonces qué será entonces de un país como Portugal sin sardinas ni bacalao. De todos modos, estas especies marinas no son los únicos seres vivos en grave peligro de extinción: olvidamos a menudo que entre todos ellos nos encontramos nosotros.
Situación a la que nos estamos precipitando con nuestra actitud suicida, que no hay cosa que más nos guste que una orgía de autodestrucción.


Ante esta perspectiva, políticos y medios hablan de desarrollo sostenible, pero aquí lo verdaderamente insostenible es seguir pariendo como roedores.
Por eso me inflamo con los que, lejos de darse cuenta, predican tener más hijos. Para matarlos. Pondré un ejemplo. Yo con un programa como La Noria me divierto mucho. Para mí la telebasura es otra cosa. Como esas entrevistas y reportajes que de vez en cuando dedican a familias numerosas y en la que la madre, a la típica pregunta de si piensan tener más hijos, invariablemente responde: "los que Dios quiera mandarnos".

Pues señora, dígale que corte el grifo, que esto no da para más.
Mujeres así son unas locas peligrosas y unas irresponsables. Porque yo no sé quién es más inconsciente, si ellas o su dichoso dios. Una cosa es obedecer a la llamada del instinto, como cualquier otro animal, y otra bien distinta sublimarlo con fantasías paranoicas.
Ya es bastante estrafalario que se hayan quedado en la fase del amigo invisible. Pero que ese mismo amigo invisible esté tan obsesionado conque se reproduzcan como ratas, es de tratamiento siquiátrico.

O de juzgado de guardia. La suya es una postura insensata que nos afecta a todos. Es nuestra supervivencia como especie la que está en juego. Deberían juzgarles por criminales. Por delincuentes morales. Por terroristas.
¿Que los índices de natalidad son bajos? Pues habrá que entonar un aleluya (laico).
Y mantenerlos así si no queremos que el mundo reviente por las costuras.


Aislar socialmente a los creyentes y sus absurdas convicciones es una cuestión de salud pública. No llego al extremo de proponer que los confinen en un campo de concentración, pero lo que tampoco podemos hacer es reírles la gracia poniéndoles un micro delante.
O dedicándoles noticia con foto, como una publicada hace tiempo en 20 Minutos. Mostraba a una familia interminable, ordenada de menor a mayor, que esta disposición es un clásico y nos parece encantadora.
El pie de foto rezaba: 'El matrimonio Jeub, de Colorado (EEUU), tiene trece hijos, ya que consideran que "los niños son una gran bendición de Dios". La pareja, que pertenece al grupo religioso Quiverfull (evangélicos conservadores), no descarta tener más niños'.
El titular era: "Trece niños... y no les asusta tener más."
A ellos puede que no, a los que nos asusta es a los demás.
Lo que para esta gente excéntrica supone una bendición representa una maldición para el conjunto de la humanidad.

Afortunadamente, no soy el único que piensa así.
Este fue el comentario que un tal Luisdetomás dejó en una noticia aparecida en Yahoo que confirmaba el canibalismo de niños en Atapuerca:
"Lástima que no dejaran un recetario... Porque excedente de humanos es lo que tenemos en este planeta.
Y esa es la causa primaria del desastre medioambiental, del consumo desaforado de recursos, de la contaminación desmedida y de muchos otros problemas.
Lo malo es que queda feo decirlo. Todo el mundo encantado con el hecho de traer hijos al mundo y nadie con dos dedos de frente para calcular las consecuencias."


Consecuencias que ya estamos viendo... Y eso que lo peor está por llegar, como sigamos a este ritmo.
Así que alguien debería decirles a esas madres opusinas que acuden tan orgullosas con su prole numerosa a las manifestaciones provida que lo realmente provida es no procrear como conejas.
Lo suyo sí que es un crimen de lesa humanidad, y no el aborto.
No podemos seguir multiplicándonos exponencialmente porque es una actitud suicida.
Aquí lo inmoral es pensar que se puede parir sin parar en un mundo saturado que ya no da abasto.
No se puede ser tan inconsecuente, ni tan ciego ni tan egoísta.

Digo yo que se impone una política como la de la China maoísta, la primera que se atrevió a atajar el problema: una familia, un hijo. Solo que a escala mundial. Por muchas ampollas que levante, tarde o temprano harán falta medidas así.
O eso, o hacernos todos miembros de la Iglesia de la Eutanasia de Chris Korda.
Francamente, si queremos algún futuro para la humanidad sobre la tierra, no se me ocurren soluciones menos drásticas.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Evasivas con estilo

Para salir airoso de una situación incómoda. Esto es, cuando te ponen en un compromiso. O en un brete, que viene a ser lo mismo.
Me encanta esa palabra, brete. Ya casi nadie la usa. Parece un nombre de niña germano, Hansel y Brete. O una derivación de brete al cuerno. O un apócope de ábrete, por lo que se diría brete de piernas. Pero no nos desviemos.
Lo que aquí se trata, concretamente, es de cómo salir del paso cuando esa amistad insegura y siempre en busca de la aprobación de los demás te presenta a su nueva pareja, un adefesio de saldo, y te pregunta si te parece mon@.

Descarnadamente sincero, desde luego, no vas a ser -bueno, sí: cuando toque hablar a sus espaldas, que entonces te despacharás a gusto-.
Se impone una diplomacia con un punto perverso o una ironía tan sutil que pueda apagar una vela y expresar lo evidente sin que ningún involucrado se moleste.
Para hacerte una idea, aquí van cuatro ejemplos:


1:
-¿No te parece guapo mi novio?
-Técnicamente hablando, no. Ahora, desde un punto de vista idealizado...


2:
-¿No es guapa mi novia?
-Lo importante es lo que pienses tú. Yo en estos asuntos siento un gran respeto por las decisiones personales.


3:
-¿A que es guapo mi novio?
-Ya sabes lo que dicen: para gustos, colores. Aunque no sé si con el tuyo habría que ampliar la paleta...


4:
-Qué, ¿te parece guapa mi novia?
-No exactamente en el sentido clásico del término. Ella como que lo reinventa.