viernes, 18 de febrero de 2011

A todas esas mujeres musulmanas












Que han sido capaces de echarle dos ovarios y, con o sin velo, se han lanzado a las calles de los países árabes reclamando libertad.
E incluyo también a las coptas de Egipto, cómo no. Y a las iraníes, que también están demostrando lo que vale un chador.

Y lo están haciendo hombro con hombro con sus hombres, que por una vez no las han mandado a casa y las han aceptado de igual a igual en la lucha común por derrocar a sus tiranos.
Y todas las mujeres, con o sin velo, como uno más. Tan combativas y peleonas como ellos, en primera línea de batalla, compartiendo los mismos riesgos.

Han demostrado que andan sobradas de toda esa dignidad y protagonismo que su religión les niega.
Que tomen buena nota los clérigos, y no solo los musulmanes.
Lo digo porque hace poco que el papa, ese estrafalario personaje que vive hace dos siglos, ha insistido en que el único lugar donde puede realizarse una mujer es el hogar.
Pues no parece que ellas estén muy de acuerdo.
La revolución, por lo visto, es también asunto de amas de casa. Con o sin velo. Que no nos distraiga lo accesorio. O más bien les accesoires.

Lo más triste de todo es que ni la Trini ni la Pajín ni la Aído han dicho esta boca es mía.
No han sabido estar a la altura de las circunstancias, reivindicando el papel valiente y trascendental de estas mujeres, como tampoco han tenido los reflejos de alabar y defender esta conquista espontánea y masiva de una verdadera igualdad.

Una oportunidad perdida. Con lo que tiene de triple mérito, porque todas estas mujeres no solo se han rebelado contra sus déspotas, también contra sus culturas machistas y contra sus castrantes mulás.
Por y para ellas se ha creado un grupo en Facebook al que invito a unirse a todos, Mujeres que saben hacer una revolución.
Y que cunda el ejemplo.

jueves, 3 de febrero de 2011

En el vientre del arquitecto


Es una lata, pero al final tendré que volver a mudarme.
Mi vida social se ha resentido mucho desde que me instalé en esta casa.
A la mayoría de mis amigos les da asco o grima entrar en ella, así que apenas recibo visitas: casi nadie viene a verme.

No dejo de comprender su actitud. Mi casa es un amplio módulo con jardín dentro de una urbanización construida cuando el último revival de la arquitectura orgánica, hace un par de años.
Mi casa es más bien una masa desparramada e informe, un pegote de apariencia bulbosa e invertebrada que solo puedo comparar con un calamar gigante con Síndrome de Fatiga Crónica.
El arquitecto me dijo que se había inspirado en las fantásticas criaturas de H. P. Lovecraft y H. R. Giger, dos retorcidos artistas del siglo XX.

-Ah, claro, tuve que decir, dándome por enterado.


Los intelectuales, con sus múltiples referencias, me hacen sentir muy ignorante y logran ponerme torpe y nervioso.
Para no hacer más el ridículo, simplemente le dejé hacer. Confiaba en su criterio: me lo habían recomendado varias personas que hablaban maravillas de él.
Lo que no me habían dicho es que era un fanático de la arquitectura orgánica y sus posibilidades imaginativas. Llegó a emplear para los, eh, muros un material sintético que resulta blando y viscoso tanto a la vista como al tacto, con lo cual el exterior de mi hábitat produce repulsión.
Es como un gran monstruo anfibio agazapado.


Mucha gente me pregunta por qué encargué una casa de aspecto tan desagradable.
Yo les explico que me atrajo morbosamente desde que la vi dibujada en los planos del arquitecto.
Cada vez que entro en ella tengo la impresión de ser tragado vivo por un animal enorme y sentirme luego como dentro de sus entrañas.
Lo curioso es que me gusta.

Se lo comenté al arquitecto, que se rió de la ocurrencia y dijo, muy intelectual:

-Justo. Como un Jonás o un Pinocho dentro de la ballena.

-¡Eso mismo!, le secundé entusiasmado, sin tener ni puta idea de quién era ese Jonás y solo medio convencido de que Pinocho había sido, en algún momento de la historia, dictador de Francia.


*Las imágenes pertenecen a la Casa Nautilus, del arquitecto mexicano Javier Senosiain.