sábado, 19 de septiembre de 2009

Cría cuervos


En español existe un dicho, “sales más caro que un hijo tonto.”
Pues bien, esto habría que corregirlo ya, dejándolo simplemente en “sales más caro que un hijo.” Punto. Pelota. Final.
De paso mataríamos dos pájaros de un tiro, quitándole a la frase ese tono tan políticamente incorrecto, porque, en la misma onda, ¿quién llama ya mongolito a un niño con síndrome de Down?
Pues eso.
Pero vamos, mi afán no es hacer del lenguaje algo menos ofensivo sino ajustarlo a la sangrante realidad, la que toca nuestros bolsillos.
Puntualizo: el mío no, que bien saben los dioses que en lo que a mí respecta represento el fin de la línea familiar, sino el de todos esos temerarios que siguen teniendo hijos.

Tal como andan las cosas, ahora mismo en este país sólo se pueden permitir criar una retahíla de hijos dos tipos de personas, en ambos casos totalmente alienadas de este mundo: los del Opus y las infantas que, gracias al dinero de todos los españoles, se pueden permitir rodear de una jarca de nietos a sus majestades los Reyes para las entrañables fotos de familia.
El resto, y ya les supone tremendo esfuerzo, uno, dos o tres como mucho.



Son unos valientes, hay que reconocerlo, porque además de vocación para ello, hacen falta un par de Visas Oro por lo menos.
Esto pensaba yo el otro día cuando fui a Imaginarium, esa tienda para niños tan cuca y tan pija en el centro comercial Príncipe Pío, a comprar unos regalos para mis sobrinas.
Todo muy mono, sí, pero carísimo.
Y lo peor de todo: con trampa.
Sólo había que fijarse en las etiquetas con los precios. Me fui de allí convencido de que vulneran la ley en algún sentido, porque no juegan limpio, eso seguro. Todos los precios aparecían igual: el primer número enorme y, después, el pico (que era, invariablemente, de 90, 95 o 99 céntimos) al ladito, en tamaño superdiminuto por no decir microscópico.
Qué astuto, pensé. Todo, en realidad, era un euro más caro.
Un ejemplo: 795 €.
Otro: 2499 €.
Así en todos los productos.

Como estrategia de marketing está bien, no lo discuto, pero es un engañabobos y un abusar descaradamente del consumidor, sobre todo si no tiene la vista muy fina.
Yo no dejaba de pensar que, por ley, los precios están obligados a aparecer claramente estipulados en las etiquetas, sin artimañas mezquinas como esta.
A punto estuve de pedirle una hoja de reclamaciones a la única chica que, sin dar abasto, se encontraba en la tienda, con una cola de padres esperando a que les cobraran y envolvieran sus compras para regalo, y ella sola para atenderlos.
La pobre estaba desbordada; parecía navidad.
Y todo porque así Imaginarium se ahorra el cochino sueldo de una segunda dependienta, que apostaría un meñique a que la agobiada muchacha que bregaba allí sola no debe de cobrar más de 800 euros.
Por no hablar de la miseria que deben pagar a los chinos que fabrican sus artículos...

¿Revierte esto en sus precios? Para nada. Repito: todo carísimo.
Qué poca vergüenza. Luego Imaginarium alardeará, con enorme desfachatez, de socialmente responsable y comprometida con el medio ambiente y blablabla (estas, no falla, suelen ser las peores porque, echando mano de otro sabio refrán, dime de lo que presumes y te diré de lo que careces; no sé vosotros, pero yo ya voy conociendo el percal).


Lo de tener a un solo empleado atendiendo a los clientes lo he notado en más de un comercio o local.
Esta es una política común últimamente a muchas empresas que además funcionan bien, en detrimento del servicio que dan a los clientes: estoy harto de ir a sitios, como me pasó el otro día en el Rodilla de la glorieta de Bilbao, y ver que hay una sola persona atendiendo al público, con lo que había una cola del copón bendito y tuve que esperar 20 minutos para llevarme un par de sángüiches.
En el caso de los supermercados DIA lo entiendes: es uno de los motivos por los que son tan competitivos en cuanto a precios.
Pero en otros, que no entran para nada en el juego del low-cost, lo que me parece es que tienen mucho morro.
“Es para recortar gastos”, te dicen; y no, ya basta de cinismo: es para aumentar beneficios a costa de explotar a sus trabajadores.
Todo esto me ha dado que pensar en una receta contra nuestro desempleo rampante: se trataría de ponerles las pilas a los inspectores de trabajo para que recorran tiendas y centros comerciales y, cada vez que observen un caso de estos, obliguen a las empresas a contratar más personal.
Verás cómo así se reducían sustancialmente las cifras del paro y, de propina, fastidiábamos un poco a todas estas compañías abusivas que están de lo más crecidas y creen que todo el monte es orégano.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Revolución en tu WC


No, no estoy hablando de ningún producto milagroso de limpieza que arrasa con la suciedad y los gérmenes todos de tu cuarto de baño (es lo que tiene la publicidad: ha pervertido el lenguaje de tal manera que ahora todo suena a eslogan; pero sobre esto ya nos extenderemos en otro post).
Me refiero más bien a esa disidencia estreñida (nunca mejor dicho) y de momento restringida a ese espacio cochambroso, y generalmente de nulo aspecto higiénico, que son los aseos de bares y garitos, en los que la gente da rienda suelta a sus instintos más bajos, incluyendo los mensajes de protesta y sedición.
No deja de resultar paradójico que sea en estas letrinas mugrientas donde surgen con más fuerza las ganas de combatir o limpiar las cloacas del sistema.
O a lo mejor que una mierda lleve a otra es la más coherente consecuencia.


Lo que es evidente es que, si alguna revolución ha comenzado ya, ha sido en esos retretes inmundos donde nos drogamos o chingamos furtivamente y bajamos meando las borracheras.
Son, al parecer, el último refugio de la insumisión, probablemente porque sean de los pocos lugares que siguen manteniendo su privacidad a salvo y donde además podemos desahogarnos tanto física como mentalmente.
Los váteres públicos de bares y garitos se presentan ahora por tanto como las nuevas trincheras de la rebeldía y el idealismo.


Es en ellos, con sus paredes sucias, sus cisternas rotas y sus inodoros hediondos, donde se está gestando la revolución.
Uno siempre había imaginado lugares más románticos o más épicos para iniciar este tipo de empresas trascendentales, pero en fin, a falta de otra cosa, nos conformaremos.
Eso sí, por favor, el último que tire de la cadena.

domingo, 6 de septiembre de 2009

España por los suelos



¿Será la crisis, será ZP?

¿Será la rosa, será un clavel?

¿Será por H, será por B?

El caso es que ya veis cómo me he encontrado a España: tiradísima.