lunes, 26 de diciembre de 2011

La vida es un carnivale

No, no ajusten la pantalla de su monitor: han leído bien. Tal como están las cosas, la vida, más que el carnaval de azúcar que cantaba Celia Cruz, es un Carnivale. Algo mucho más sombrío. A tono con la atmósfera de la serie de televisión más excéntrica y esotérica... después de Twin Peaks y justo antes que Lost.

Y pudo, como Lost, tener seis temporadas, pero solo se quedó en dos. Por supuesto que te quedas con ganas de más, cuando lo que se rodó es apenas un aperitivo de lo que se planeó como redonda e intensa cosmogonía, inmaculadamente ambientada en la América de la Gran Depresión.
Para la que sirven de introducción perfecta los brillantes títulos de apertura.

Que abren con una serie de cartas del Tarot sobre la arena. Los naipes no representan las figuras tradicionales sino obras de arte famosas. La cámara se va introduciendo en algunas de ellas, penetrando en la escena hasta el fondo y enlazando con imágenes en blanco y negro de los años 30: una cola de desempleados esperando un plato de comida, el atleta Jesse Owens en las Olimpiadas de Berlín, el jugador de béisbol Babe Ruth, una marcha sobre el Capitolio, granjeros sacudidos por las borrascas de arena o el presidente Roosevelt soltando un discurso.

Tienen una cualidad morbosa que hipnotiza. Y la música que los acompaña, con ecos de la de los indios nativos americanos, solo refuerza el efecto. Evocadores y a la vez inquietantes, son de lo más visualmente potente que he visto nunca. Las imágenes están espléndidamente engarzadas en una secuencia espectacular que te engancha y te sobrecoge, especialmente en momentos como cuando el rostro de una niña se convierte en el del Arcángel Gabriel. Escalofríos. Cada. Vez. Que. Lo. Veo.
No es de extrañar que los premiaran con un Emmy.


Tampoco es casual que para acabar el año haya escogido unos opening credits más que unos títulos de cierre, porque estos, aparte de ser una obra de arte, pueden considerarse perfectamente aplicables al momento actual y, por tanto, proféticos.
No quisiera yo trazar paralelismos entre los años 30 y estos, pero ya recordé en un post reciente, Propellerheads & Shirley Bassey mediante, que la historia es solo un bucle que se repite y, a veces, se vive peligrosamente. O al menos, al borde del precipicio.

Quizá este momento histórico sea uno de esos. Y es alarmante cómo, al compararlo con los años 30, se antoja como algo más que su pálido reflejo. Las coincidencias, salvando matices, son muchas. Demasiadas. Si hasta estamos volviendo a rodar en blanco y negro.

Los años 30 eran tiempos de ventiscas negras, no solo por las que levantaba el viento en las tierras agostadas de Oklahoma o Texas; también por las calamidades económicas y otras muchas sombras, como la aparición de los totalitarismos en Europa.

Casi casi como ahora: las catástrofes naturales se suceden, como anunciando el fin del mundo, la incertidumbre económica se abre ante nosotros como un abismo y asistimos a la misma debilidad de las democracias liberales, tomadas al asalto por los mercados, y a un resurgimiento del populismo más hiena en el viejo continente.
La extrema derecha irrumpe con fuerza en los parlamentos de media Europa y hay un cada vez mayor auge del racismo y la xenofobia.
Entonces se eligió a los judíos como chivo expiatorio. Hoy lo son los inmigrantes.

Los hechos lo demuestran: en Italia, en Alemania, la aparición de la English Defence League o Plataforma x Catalunya. Y entonces ve uno los opening credits de Carnivale y las imágenes de Mussolini, de Stalin y de miembros del Ku Klux Klan y piensa si no será una advertencia, una premonición hecha soberbias imágenes.

Ectoplasmas del pasado más vivos que nunca, por lo mucho que se están volviendo a agitar. Con el añadido nocivo del factor religión, algo inédito entonces. Pero que, extrañamente, también se recoge en la serie: no en vano el Mal lo representa un hombre de Dios. La metáfora, al menos para mí, es bastante obvia.

Total, que la vida es un Carnivale y, aparte la eterna lucha entre el Bien y el Mal (viva el capital!) y reconociendo a Rouco Varela como el Anticristo, el decorado para esta Segunda Gran Depresión parece aprovechado de una vieja película de los años 30 y aquí estamos todos, como errantes fenómenos de feria, atrapados en su larga serie de penurias y consecuencias... La última de ellas, no por previsible menos terrible.

Porque de ser cierto que la Historia se repite, y a veces lo hace con funesta simetría, todos sabemos lo que finalmente acabó sacando al mundo del hoyo de la Primera Gran Depresión.
Y fue precisamente una guerra.
Catastrófica pero de lo más estimulante para la economía.
Feliz 2012.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La invasión de los hombrecillos rojos


Jojojojooooó, es esa época del año otra vez. ¿Y qué ocurre? Que se nos llena todo de gnomos venerables de vibrante color rojo, papás pitufo soviéticos o maoístas. La marea verde podría seguir siendo verde que te quiere verde y más marea que nunca, pero por culpa del refresco más universal, se nos convierte en roja. Nada que objetar si nos guiamos por lo que este color significa para los chinos: alegría, fortuna y prosperidad. En el fondo es el más apropiado para estas fiestas.

Que es cuando uno se encuentra con estampas como esta, una auténtica invasión de muñecos de Papá Noel trepando por las ventanas. En algunos bloques, como este de las fotos, lo que parecen en la distancia es un comando de operaciones especiales intentando liberar el rehén que unas milicias terroristas, del Frente Grinch Antinavidad Capitalista, mantienen prisionero en uno de los pisos.


También parecen los miembros de un club de alpinismo urbano, que han decidido practicar escalada en la fachada del edificio. Y, si uno lo piensa bien, colgar a un Papá Noel de la ventana en esa postura incómoda, manteniéndose a pulso durante los 15 o 20 días de navidad (alguno aguanta así hasta febrero), es un poco como hacer vudú con el personaje.

Alguno he llegado a ver colgado bocabajo, en esta fachada sin ir más lejos, lo que no sé si equivaldrá a una especie de misa negra navideña.


Impresiones aparte, a mí esta escena lo que consigue es intranquilizarme. Viendo los muñecos ascendiendo piso a piso, me entra como un punto de aprensión. Hay algo inquietante en los muñecos, y siempre, en la trastienda oscura de nuestras mentes, pensamos que quizá puedan cobrar vida en algún momento.

Si todo se quedara en Toy Story, vale, pero es que también está Chucky. O las pelis de terror vieja escuela: si hay algo en ellas que me cruje a escalofríos es ver cómo se mueven los ojos de una muñeca victoriana sobre la mecedora o la repisa de la chimenea.


Este repelús atávico a los muñecos y sus muecas espeluznantes es lo que hace que, al ver esta fachada salpicada de ellos como garrapatas, se me ponga el vello de punta.
Sí, en teoría son solo eso, inofensivos muñecos, pero a mí me pasa que la fantasía se me desmadra como un potro desbocao y, con ese punto paranoico que tengo, de repente, más que de sonreír con ternura ante este simpático display navideño, me entran ganas de llamar a la policía o a un número de emergencias para decirles, con voz entrecortada por el miedo, que un ejército de diminutos hombres rojos escala la fachada de mi edificio con vete a saber qué intenciones.

Uno de ellos, en este mismo instante, señor agente, se está asomando por la ventana. Y no me gusta nada su expresión, esa máscara de 'vengo a traerte la felicidad' que en realidad esconde la mirada de un duende maligno.
Así que por favor, vengan cuanto antes, que aunque he atrancado todas las ventanas, estoy solo en casa, con muchísimos objetos de valor sentimental y al borde de un ataque de nervios.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Un hit sobre hits


O un pelotazo musical sobre mamporros, que es lo que quiere decir este juego de palabras en spanglish, ese idioma del futuro en zonas fronterizas, macroaeropuertos y puertos interestelares.
Y con él me refiero a una canción que ha quedado como una auténtica rareza en la historia del pop, ahora que hace poco que hemos celebrado (si es que hay algo que celebrar) el Día Internacional contra la Violencia de Género.
Se trata de 'He hit me (and it felt like a kiss)', es decir 'El me pegó (y lo sentí como un beso)' que en su día cantó The Crystals y del que han hecho versiones otros grupos y artistas como The Motels, Grizzly Bear o Courtney Love (con Hole).
Otras como Amy Descansenpaz Winehouse la citaban siempre como una de sus favoritas, supongo que motivada por la tormentosa relación con su marido Blake Fielder y porque además le debía a The Crystals su exuberante moño.

La historia de 'He hit me (and it felt like a kiss)' es la siguiente: en 1962, Carole King descubrió que su canguro, de nombre Eva, recibía palizas frecuentes de su novio. Eva le defendía diciendo que lo hacía porque era una manera de demostrarle que la quería. Carole King no sabemos si frunció el ceño y se escandalizó por dentro al escuchar esto, lo que sí hizo fue componer una canción (a la que puso letra su marido, Gerry Goffin) que es la que cantarían the Crystals. Como dato adicional, la produjo Phil Spector, el mismo que pasaría de los muros de sonido a los de la prisión donde ahora se pudre.

La mentalidad de la época no era desde luego la de ahora, tan concienciada sobre esto, aun así 'He hit me (and it felt like a kiss)' no sonó mucho por la radio ante las protestas de muchas personas que entendían que apoyaba la violencia de género.
Y la moraleja que uno saca de esta historia (o más bien la conclusión porque moraleja, poca) es lo mucho que han cambiado las sensibilidades respecto a un asunto que, hasta hace unas décadas, se daba por asumido.
Siempre tengo bien presentes las palabras de mi padre, tetuanero de pura cepa, que a menudo me contaba que en su barrio era de lo más normal que el marido llegara borracho a casa y le diera una buena tunda a la mujer solo por desahogarse.
Las mujeres lo aceptaban resignadas como parte del contrato y en el barrio estas movidas eran el pan nuestro de cada día.


Lo que me lleva a una obra cumbre del neorrealismo español, 'Surcos', una película cruda como el sushi rodada en 1951 por un falangista comprometido, Nieves Conde, que retrata la realidad sórdida y brutal de la posguerra con bocados de tiburón blanco. A ella pertenece la escena de títeres de arriba, que hace desenfadada apología de baldar a palos a la parienta.
Lo que se ve también entre los personajes reales: cuando Toña, una de las hijas de la familia rural que viene a la gran ciudad a buscar fortuna y lo único que encuentra son desgracias, debuta en el teatro y es seducida vilmente por su empresario, el padre le cruza la cara a su mujer mientras la llama 'víbora' porque ella, como buena madre, había secundado a la hija en su aventura artística. La vecina, que presencia los bofetones, le dice luego: 'En ocasión semejante mi marido que en gloria esté me dejó pa ocho días de cama'.


Afortunadamente, todo tiene un final feliz: ahora la violencia machista ya no se ve como algo natural, todo lo contrario, como una aberración a desterrar y la niñera de Carole King, la que inspiró la canción que a su vez ha inspirado este post, se convertiría poco después en Little Eva y tendría su propio hit, esta vez sin árnica: 'The locomotion'.
Si hay algo que me gusta de la música pop, aparte su habilidad para reflejar el momento social, es su capacidad de redención.