viernes, 24 de junio de 2016

Procesión cívica


Siempre he envidiado el concepto de procesión cívica que tenían griegos y romanos, esos desfiles solemnes de soldados, tribunos, cónsules y nobles doncellas que celebraban algún ritual público y que ocupaban todo el friso alrededor de un edificio.
Como además creo que procesiones religiosas ya tenemos bastantes, quería inaugurar yo mi propia romería laica y republicana.

Que comenzó el sábado 18 de junio por la mañana, en el Centro Espagnol de Perpignan, donde daba una conferencia dentro del programa de actividades del Festival PAD. Primera escala de la ruta y primer momento emotivo: la sala donde daba la charla estaba dedicada a Antonio Machado. Una evocación muy especial, como creo que lo es para todo compatriota que no tenga la sensibilidad de un gato de escayola.
De este otro poeta mártir podría decir muchas cosas, pero creo que el texto que subtitulaba la placa sobre la puerta ya lo definía perfectamente: 'Insigne poeta español y hombre de bien. Vivió y murió fiel a sus ideales.' Yo no podría haber hecho mejor briefing de la figura de Machado.

Y precisamente porque también procuro ser coherente con mis ideales, hice a continuación lo que consideraba un deber de conciencia: peregrinar con devoción a visitar su tumba en Collioure.
Era la segunda escala en mi procesión cívica, y era inevitable. Llevaba años soñando con hacerla. Además, te lo ponen en bandeja: te montas en un autobús, la línea 400, que desde Perpignan te lleva hasta allí y que solo cuesta un euro.
Es el viaje de las mil rotondas -ese invento francés, después de todo- y llegué por fin a Collioure con síndrome Dragon Khan, pero nada más bajarme del autobús, mareado todavía, lo primero que hice fue buscar el cementerio donde esta enterrado el poeta.
Es un cementerio pequeño justo en medio del pueblo y al que se accede, quelle casualité, por la Rue de la République, a través de una pequeña calle lateral: la de Jardin Navarro.














La tumba no tiene pérdida: la reconoces enseguida, antes incluso de entrar.
Me emocioné nada más verla. El viaje había sido un poco desquiciante con tanta curva, pero había valido la pena: al fin veía mi sueño cumplido. No quería morirme sin presentarle mis respetos a Machado.
Me llamó la atención que el lugar estuviera tan solitario pero en el fondo lo agradecí: estos momentos íntimos se disfrutan mejor en soledad.

A un lado de la sepultura hay un buzón donde la gente deposita sus notas, sus mensajes, sus poemas. 
De todos ellos se hace cargo la Fundación Antonio Machado de Collioure, que los recoge y guarda.





Parado ante la tumba, no pude evitar pensar en lo mucho que debió llorar el poeta lejos del hogar, hasta el punto de morirse de pena.
 A él, como a medio millón de españoles más, les habían dado una patada en el culo, expulsándolos de su propio país otros españoles que aunque proclamaban una España grande en realidad era muy estrecha.
El poeta terminó sus días aquí después de huir en desbandada, con lo puesto, haciéndole sentir como una rata a quien era un hombre afable, sabio y tierno, tan tierno que al final lo enterraron con su madre.

El recuerdo de Antonio Machado es de los que causa estremecimiento, y uno no es de granito. Al final, sin querer, se me humedecieron los ojos y una lágrima cayó en la grava del cementerio, y en la grava cayó una lágrima.
De repente me sentí ridículo: no había preparado nada para la ocasión, tampoco le había traído nada: una flores frescas (la combinación ideal, rojas, amarillas y moradas), una nota para el buzón, un poema, algo.

Se me ocurrió imitar a otros y dejar sobre la lápida una piedra, a lo judío. Lo improvisé pero me pareció oportuno, como reconocimiento a un hombre justo. De todas formas, sentí que mi presencia era suficiente.
Bastaba con estar allí y dedicarle un recuerdo.
Lo realmente importante es eso: que nunca le falte nadie que se acerque a recordarle.
















Aprovecho para decir que el poeta está bien donde está. Repatriarlo sería contraproducente: esta tumba es memoria histórica neta y bruta, por no decir descarnada. Si se trasladara a España probablemente se haría justicia, pero a cambio perderíamos un recordatorio eterno de lo que significó aquella tragedia colectiva.
Claro que una cosa es dejar a Machado allí, cubierto por el polvo de un país vecino, y otra bien distinta es despreocuparse de él hasta extremos bochornosos.
Los únicos que miman la tumba son los franceses. En su momento -febrero de 2016, en el 75 aniversario de su muerte- tuvo que ser la villa de Collioure la que adecentara la tumba y la adornara con una efigie del poeta en bronce.
Esto lo teníamos que haber hecho nosotros, con nutrida representación oficial.
No sé cómo no se nos cae la cara de vergüenza.


Collioure, por lo demás, es un enclave muy pintoresco al borde del mar, un antiguo pueblo de pescadores a 30 km de Perpignan entre montañas verdes rematadas por atalayas y castillos.
Puro Mediterráneo y muy fotogénico.
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A la izda., la playa urbana de Collioure, donde la Costa Brava pasa a hablar francés.
El pueblo no solo fue refugio de Machado, también de muchos pintores.
Entre ellos Matisse, que creó aquí el Fauvismo.


La siguiente escala en mi procesión cívica fue Argelés Sur Mer, a 25 kilómetros de Perpignan (parte de la ruta del mismo autobús, el 400).
Hoy es un holiday resort de largas playas, pero estas mismas playas hoy tan inocentes bajo este cielo azul, con sus bañistas locales y eurotrash, con sus hileras de chiringuitos y tiendas, fueron en su día campo de concentración de miles de republicanos españoles.

Habían cruzado la frontera en un éxodo masivo que provocó la caída de Cataluña en manos del ejército de Franco, y los hacinaron en un campamento improvisado aquí mismo, vigilados por soldados senegaleses y donde solo tenían arena, arena y más arena.


Más o menos a la mitad del largo paseo marítimo (o sentier litoral) se encuentra el monolito que lo recuerda, un sencillo menhir de piedra con una placa debajo en la que se lee:
'A la memoria de los 100 000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelés durante la Retirada de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado por defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939.
Hombre libre, recuérdalo.'

Y en efecto, hay que tenerlo muy presente aunque finalmente se ceda a la tentación de darse un baño en las playas de Argelés: lo que hoy es un luminoso lugar de vacaciones fue en su día un escenario dramático, con miles de españoles internados aquí mismo en condiciones infrahumanas.
Ellos, como Machado, tampoco merecen que se extinga el recuerdo.


Esto en Argelés Plage. En Argelés Ville, el pueblo, también puede visitarse otro lugar que te encoge las entrañas, el MUME o Museo Memorial del Exilio.
Toda la región del Rosellón está plagada de lugares que evocan la Retirada de 1939: en 2015, además, el primer ministro francés inauguró el Memorial de Rivesaltes, el campo de concentración donde iban a parar las mujeres y los niños. Debía haber ido acompañado del nuestro, pero bueno, un vaso es un vaso, un plato es un plato y de donde no hay no se puede sacar.
De haber sido un monumento a los triunfos de nuestra selección, habría estado el primero.
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Me habría gustado completar mi particular procesión cívica visitando la tumba de Azaña, pero otra vez será: Montauban me quedaba demasiado lejos, a casi 200 kilómetros.
Mi procesión de todos modos no acaba aquí sino el domingo en España, cuando regreso: será bajarme del AVE en Atocha, dejar el petate y correr al colegio electoral.
Hay razones poderosas, pero esta vez además el hecho de votar será para mí como saldar una deuda moral. Con Machado y con todos esos presos españoles en campos de concentración infames como el de Argelés Sur Mer o el de Rivesaltes.
Cuando caiga mi voto en la urna, irá cargado de intención. De simbolismo.
A un modesto nivel personal, ya que nuestras instituciones pasan de todo, también se puede reparar una injusticia histórica.