sábado, 27 de noviembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

Paradoja visual


No pudo por menos que llamar mi atención, siempre en estado de alerta ante lo potencialmente curioso, estrafalario, fascinante o, como en este caso, contradictorio y chocante: un contenedor con la etiqueta "salud mental" rebosante de bolsas de basura.
Este cubo de basura se irguió ante mí como un grizzly y me habló como una zarza ardiente.
De repente reconocía en él una elocuente metáfora de nuestra sociedad y del colosal conflicto que vive, dividida entre buscar desesperadamente un estado de salud mental vía libros de autoayuda, yoga al vapor, cruzadas por lo natural, visitas al sicoterapeuta o siquiatra o estancia en un spa o ashram y que, sin embargo, no puede evitar llenarse la cabeza de mierda y porquería vía política, religión, economía, televisión, cultura para las masas, astrología, ídolos con pies de paja, celebridades zafias o líneas del tarot.
A veces los objetos se nos pueden presentar de una manera, pero hay que tener la intuición de saber interpretarlos como lo que realmente son.
Este, por ejemplo, no era un simple contenedor: era un signo de los tiempos.

martes, 2 de noviembre de 2010

La casa de los lagartos




Este es -o al menos era- el mote popular de un céntrico edificio de Madrid al que distingue, como detalle decorativo, una serie de lagartos que sujetan su cornisa repantigados al sol.
Los de esta casa son de mentira, por supuesto. Los de la mía están todos vivos y coleando. Y son unos cuantos. Mi casa parece una reserva natural de lagartijas y lagartos.
Todavía ahora, cuando el calor aprieta en lo que los hombres y mujeres del tiempo llaman pomposamente "las horas centrales del día", veo lagartijas correteando y escurriéndose por grietas y rendijas con esa velocidad de rayo.



No es que me queje, para nada. Peor es lo de un amigo mío, Sandro Ausina, que hace años se compró un pedazo de selva en la República Dominicana y se construyó un bungaló sostenible para vivir lejos del mundanal ruido.
Sandro me contó que existen allí unas arañas gordas y peludas, como tarántulas, que se llaman cacatas. Su veneno no es letal pero sí muy irritante. Son como ortigas con patas, además de muy territoriales, con lo que el bueno de Sandro tiene censadas dos en su propiedad. Una vive en el jardín. La otra dentro de la casa. Y bueno, como él me decía, al final te acostumbras a verla allí. Mientras no te pongas por delante, la convivencia es posible.



Desde luego, si me dan a elegir entre entre tarántulas o lagartos como animal de compañía, me quedo con estos últimos. Es más, estoy encantado conque la casa esté plagada de ellos.
Supongo que a algunos esta alternativa les parece igual de repelente. A la gente los bichos que reptan les suele producir bastante yuyu, por ese absurdo prejuicio que considera inmunda a toda criatura que se arrastra. En su defensa diré que ellos al menos lo hacen con entera dignidad, y no como muchas personas que conozco.




No obstante, de entre toda la fauna reptiliana que habita mi hogar, destaca por singular una happy family de tres salamanquesas bien dotadas de ventosas, de hábitos nocturnos y color mortecino.
Viven en el jardín, bajo las vigas del porche. En verano salen por las noches a hacer posados que no interesan a ningún paparazzi. Y nosotros mientras cenamos fuera sin que nos moleste su presencia, todo lo contrario, fascinados por ella, despreciando esas leyendas urbanas que afirman que son venenosas o, una especialmente ridícula, que te escupen y te quedas calvo.
Todo mentira. La única verdad es que es una especie muy beneficiosa, por la cantidad de insectos de los que te libran.

A mí me gusta imaginar también que son las protectoras de la casa.
He buscado en google lo que puede simbolizar un lagarto y he encontrado que guardan estrecha relación con el símbolo solar por su afición al sol, por más que las salamanquesas sean eminentemente nocturnas.

Pero no solo me siento identificado con ellas por sus sanas costumbres: son mis salamanquesas, las tengo mucho cariño y punto.
A una de ellas especialmente, aunque no sabría decir cuál (no llego al extremo de reconocerlas ni de haberlas puesto nombre). La conozco desde que era un bebito y se metía en verano en mi cuarto a pasarse las horas muertas parada en la pared, cerquita de la luz.
Era superchiquitita y blanca, casi trasparente. Me despertaba una ternura increíble, era una cosita adorable. Y mírala ahora lo grande que está y el color que tiene. Sea la que sea de las tres, cuando la contemplo ahora crecida y hermosa siento sin querer un orgullo que, sin pretender sonar blasfemo, se aproxima al de un padre.