miércoles, 28 de mayo de 2008

Tanatocuentos y otras historias

Lo de los tanatocuentos no es mío; ya quisiera yo ser tan ingenioso para los neologismos.
Como creo que puede apreciarse en la foto de arriba, se trata de una iniciativa de la empresa mixta de los servicios funerarios de Madrid, que convoca un concurso de tanatocuentos, es decir, relatos que versen sobre “algún aspecto de los ritos funerarios.”

*****************************************
La invención del vocablo ya me parece suficientemente original como para dejarlo aquí, pero, tan dado como soy a afilar lo que en principio es imposible que pueda tener punta, inevitablemente me pregunto: ¿a qué aspectos de qué ritos funerarios se refiere? Lo digo porque, por lo que he visto en algún documental de Odisea, en Papúa-Nueva Guinea los hay realmente desagradables.
No sé hasta qué punto sería aceptable en este caso la diversidad cultural.
Otra cosa que me temo es que tampoco se podrá echar mano del humor negro, ese humor oscuro y ponzoñoso como la brea que a mí me gusta tanto… Pero que no conecta fácilmente con la sensibilidad general.
Como tampoco se suelen entender las tendencias enfermizas hacia lo más horripilante y macabro. Porque si Poe viviera y le diera por presentarse a este concurso, no sería precisamente con un relato muy complaciente con la sensibilidad burguesa, que es al fin y al cabo la que otorga el premio.
*****************************************
No os lo niego: yo he pensado en presentarme, pero por otra parte no estoy nada seguro de hacerlo, ya que a mí el aspecto de los ritos funerarios que más me atrae es el del canibalismo.
De hecho se me había ocurrido un relato, algo titulado Los Últimos Días de Atapuerca, por ejemplo…
Ya me parece estar viendo los gestos arrugados de asco del jurado al leerlo... Y mira, probablemente no me lleve ni un cochino accésit, pero al menos, imaginando la escena, me regodeo.

Adiós.
Esa es la palabra.
Que no es un hasta luego ni un hasta pronto: es para siempre, la despedida definitiva.
Y también el título de una revista harto curiosa que descubrí en el Tanatorio Sur, centrada única y exclusivamente en el siempre morboso y espinoso tema de la muerte.
Aun sin pretenderlo, es gótica a más no poder.
En serio, podría pasar perfectamente como boletín oficial de la comunidad siniestra, tan sólo conque se retocara un poco su maquetación insípida.
*****************************************
Y eso que, repito, su intención inicial es de lo más inofensiva: desdramatizar la muerte con artículos que van de lo frívolo a lo erudito pasando, cómo no, por lo existencial, haciendo así de ella algo natural y presente en nuestras vidas desde tiempo inmemorial.
Para los que hemos caminado con zombis, esta revista especializada en el morbo inagotable de la muerte supone un boccato di cardinale intelectual.
Entre las cosas que puedes leer: la noticia de que Terra Mítica, para celebrar Halloween, se convirtió por un día en un cementerio, un interesante artículo sobre los ritos de la muerte en las culturas toltecas, un romántico reportaje fotográfico sobre la paz y la belleza de los cementerios irlandeses (en 2 entregas) o un sorprendente estudio de cómo aceptan la muerte los jóvenes universitarios.
Me he suscrito, por supuesto.
Y me he permitido la libertad de suscribir también a Tim Burton.
Estoy seguro de que, como a mí, le va a encantar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Tanatorio











No sé si será porque tanatorio viene de la palabra griega para muerte (tanatos) que tienen casi todos ese aire grecolatino, a lo museo de arte romano de Mérida. O a lo mejor es porque en aquella época gloriosa, la de los griegos y romanos, se construyeron los más imponentes mausoleos y panteones y su estilo ha quedado definitivamente asociado a la arquitectura funeraria. Al fin y al cabo el neoclásico es un estilo grave y solemne, como la misma muerte, y por eso encajan tan bien.
La relación salta a la vista en estas fotos del tanatorio sur de Madrid. Con sus propileos de columnillas ante las salas mortuorias, sus esbozos de capiteles dóricos y sus antepechos romanos, es un edificio que no desentonaría del todo en un cómic de Asterix y Obelix.
Y sí, todo esto está muy bien, pero a mí lo que me parece es que, en esta cultura de parques temáticos, los tanatorios se han quedado atrás. No estoy proponiendo que les metan un dragon khan, para nada, sólo que, para animar el lúgubre cotarro que supone despedir a un amigo o familiar, podían ser eso, temáticos, divididos por zonas geográficas como los City VIPS de antaño, que tenían su parte china, neoyorkina, polinesia...
Pues los tanatorios igual. ¿Que te apetece funeral balinés? A la zona, convenientemente decorada, de Extremo Oriente. ¿Que lo que se tercia es uno por el rito de los indios americanos, dejando los restos del muerto en un árbol para que lo devoren los buitres? Pues a la parte del tanatorio que recrea las llanuras del medio oeste cuando los sioux y los granjeros blancos andaban a la gresca, un diorama espectacular con perros de las praderas y bisontes animatrónicos. ¿Que se te antoja una ceremonia hindú, con su pira funeraria frente a un remedo holográfico del Ganges? Pues hala, a la zona de la India y sus misterios...
No cabe la menor duda de que así los velatorios se harían más llevaderos y supondría también menos esfuerzo tener que acudir a uno de esos deprimentes tanatorios.
Porque lo peor de la muerte no es que sea una tragedia, sino que es una tragedia mortalmente aburrida.

lunes, 19 de mayo de 2008

Descanse en paz




A la memoria de mi tío Enrique.

jueves, 15 de mayo de 2008

A dos metros bajo tierra

Donde acabaremos todos, sin excepción. A no ser que te incineren, claro. Lo de que te reduzcan a cenizas probablemente sea mucho más limpio y ecológico, pero también es verdad que resta solemnidad a tus exequias.
Porque cuando a uno lo entierran metido en una caja, con cortejo al cementerio, donde te depositan gravemente en una fosa mientras un cura recita un responso, pues como que todo impone un respeto.
Miras a tu alrededor y la gente tiene cara de estar asistiendo a su propio funeral.
*********************************
La urna de las cenizas, por el contrario, como que la gente no se la toma en serio. Lo de menos es que acaben adornando la repisa de la chimenea o algún estante. Sé de alguien a quien se le desparramaron por la casa y, para compensar la pérdida, metió arena del gato. Y de otros a los que se les derramaron dentro del coche y tuvieron que recuperarlas con un aspirador de migas. Y de unos amigos que, tras la cremación de su colega muerto en accidente de moto, se fueron de juerga con él, pasándose la urna unos a otros toda la noche: “Eh, ¿quién lleva a Alberto un rato ahora? Yo ya estoy cansado de cargar con él…”
Está bien que se bromee, hasta el punto de frivolizar, con un fenómeno tan traumático y brutal como es la muerte (recurso mentalmente sano), pero lo de las cenizas es un cachondeo.
*******************************
Mediáticamente, sin embargo, dan mucho juego.
Una pregunta recurrente en las entrevistas a celebridades es la siguiente: ¿Dónde te gustaría que esparcieran tus cenizas?
Y aquí se abre la brecha, una vez más, entre los campechanos y los pretenciosos.
Los primeros te saldrán con la localización más sencilla; los segundos, con la más rebuscada.
Por ejemplo, entre los campechanos abundan los apegados al terruño, rural o urbano, y suelen responder "en mi pueblo" o "en el parque de mi barrio", cuando no se decantan por un simple "en el mar" o "en el campo", sin más.
Esto es sencillez.
*********************************
Para los esnobs, responder con simplezas así es anatema.
Antes muertos que sencillos.
Tomemos como ejemplo a Isabel Coixet, first lady entre los esnobs.
A una pregunta así, ella te respondería que "en un paraje de Idaho poéticamente barrido por el viento, rodeada de actores super indies de las filmografías canadiense y lituana".
Esta sería una opción. Otra: "sobre los taburetes de gastado eskai de ese bar del Village neoyorkino donde tantas veces se han sentado Woody Allen y David Lynch a buscar inspiración y disfrutar de la mejor clam's soup de la ciudad".
Esto es sofisticación.
*********************************
A mí en cambio lo que me gustaría es que, llegado el día, mis amigos corten mis cenizas con las sustancias estupefacientes que quieran y me esnifen en unos tiritos durante una farra salvaje, como hizo Keith Richards con su padre.
Porque, guau, esto es rock'n'roll.

lunes, 12 de mayo de 2008

Nivel 2: cripta























Para esta entrada he alternado fotos de lápidas de la cripta de la Almudena –entre ellas la del muy ilustre Marqués de Villaverde, maridísimo de la hija de Franco- con otras del Bunker Club, que funciona los sábados a primera hora de la noche en la sala Wind (plaza del Carmen, Madrid).
Dos criptas distintas pero complementarias, una consagrada al eterno reposo y la otra a la diversión funeraria.

Y como no puedo dejar de hacer travesuras conceptuales, mezclé una con otra y puse a todos estos muchachos de pinta tétrica y espíritu lúgubre a pisotear sepulcros.

Con muy poco respeto, todo hay que decirlo.

Y más teniendo en cuenta que pertenecen a gente muy respetable.

A mí esto me da igual.

Lo importante es que he conseguido el efecto.
Porque ¿acaso hay algo más gótico que bailar sobre unas tumbas?

sábado, 10 de mayo de 2008

See you later, elevator

No es que yo tenga una especial debilidad por los ascensores, es sólo que los necesito para subir o bajar de nivel.
En este de la foto, uno de tantos con espejo, aproveché para hacerme unos autorretratos, a lo Rembrandt hi tech.

Y el espejo volvió a espabilar en mí una vieja sospecha… Ese otro yo enfrentado a mí, aparentemente idéntico y de movimientos sincronizados, ¿es sólo un reflejo o es algo más, quizá mi copycat suelto por algún universo paralelo, uno que bulle simétricamente al otro lado?
A lo mejor son miles de ellos… El portal de la casa de mis abuelos maternos estaba flanqueado por dos grandes espejos. Pues bien, según como te colocaras entre ambos, te veías multiplicado casi infinitamente a uno y otro lado.
A mí me gustaba jugar con este efecto, y siendo un mocoso no dejaba de pensar si esa tropa de doppelgangers no existiría realmente repartida en distintas lonchas de realidad.
A veces me gustaría poder atravesar los espejos como Alicia para comprobarlo.
En la tradición esotérica, los espejos representan puertas.
Pasajes.
Accesos.
Adónde, no lo sé. Quizá a nada bueno, si recordamos todas esas leyendas que aseguran, por ejemplo, que si después de medianoche con luna llena eructas tres veces y te asomas a un espejo, verás el rostro del diablo… O tu propio funeral.
Yo no he tenido nunca el valor de conjurar rostros satánicos o escenas macabras: los espejos ya tienen para mí suficiente misterio.
Porque cualquiera sabe si ese otro yo que veo en el espejo del ascensor no estará a su vez mirándome y fotografiándome a mí en otro y preguntándose si eso que ve no será algo más que un reflejo…

miércoles, 7 de mayo de 2008

Stairway to hell

El título de esta entrada, reverso tenebroso del viejo himno de Led Zeppelin, podría ser el a.k.a. perfecto para las escaleras mecánicas de la línea 10.
Descienden y descienden hasta rozar las bóvedas del infierno.
Lo malo es cuando las tienes que subir, teniendo en cuenta que normalmente no funcionan cinco de los siete tramos de escaleras.
Además de todo un fastidio, subir a pie más escalones que los que tiene la pirámide del sol de Tenochtitlán es casi una disciplina olímpica.
Yo al menos me lo tomo así, deportivamente, y por eso, mientras subo las escaleras, voy apretando las nalgas para mantener un culo atlético.
Y menos mal que no tengo que cargar con una silla de niño –y además gordo-, como he visto tantas veces…

Un niño, en cualquier caso, que cuando crezca será animal de ciudad y las escaleras mecánicas no le pillarán por sorpresa: estará más que acostumbrado a ellas.
No es ninguna tontería. Hasta hace pocos años, la experiencia “escalera mecánica” (y valían también las del Corte Inglés) dividía en dos a la humanidad. Al menos en España. La reacción de las personas ante las escaleras mecánicas determinaba inexorablemente su procedencia. Es decir, si eran de campo o ciudad.
Ahora ya no es así, a causa de esta globalización que borra las diferencias y planta centros comerciales con escaleras mecánicas hasta en Burgos, pero hace años todavía veías a gente espantada ante ellas, sin atreverse a poner el pie encima. O todo lo contrario, los veías cayendo grotescamente al final de un tramo, que lo de saltar del último escalón al suelo con naturalidad y hasta gracia es un arte exclusivo de urbanitas natos. También los veías perdidos en algún cruce de pasillos, mirando los paneles indicadores como si fueran jeroglíficos egipcios. Y pasando por su lado pensabas desdeñoso:
“Palurdos.”
Ellos habían crecido en el campo, donde los únicos túneles que existen son los que roturan los topos. Yo en cambio había crecido con el metro. Formaba parte natural de mi vida, como para ellos el tractor.
De niño, de muy niño, y a la vez que aprendía la tabla de multiplicar, mi madre me hacía retener de memoria las estaciones de las distintas líneas cuando viajaba con ella en metro.
Como en un juego me preguntaba:
-A ver, David, recítame la 2.
Y yo empezaba: Sol, Sevilla, Banco de España, Retiro
-Muy bien, cortaba, ahora la uno.
-Iglesia, Ríos Rosas, Cuatro Caminos, Alvarado, Estrecho, Tetuán
Me las sabía todas, de corrido.
Ahora ya no. Hace tiempo que, para no sobrecargar mi base de datos con tanta ampliación de metro, decidí quedarme en la era Esperanza-Argüelles más que en la de Esperanza Aguirre.

No todos los urbanitas son entusiastas del metro.
Tengo amigos muy cursis que no viajarían en él ni muertos; les parece de una vulgaridad perversa.
El metro es para proletarios, para losers, me han dicho más de una vez.
Puede, pero yo no creo que jamás pueda prescindir de él. Tarde o temprano una de sus bocas me engulle irresistiblemente, y es una de las primeras cosas que visito en una ciudad extranjera.
Si lo tiene, claro.
Por el contrario, si no lo tiene, me resulta demasiado provinciana. No acabo de tomármela en serio; me parece menos ciudad.
El metro, entre las ciudades, da un toque de distinción.
Categoría.
Que se hace extensible a sus habitantes, que, curtidos en el metro, sus achuchones y peligros, se revisten de una correosa y experimentada superioridad.
En algunos casos, además, el metro define a la ciudad tanto como sus principales monumentos. Uno no puede pensar en Londres, París, Nueva York o Madrid sin su metro.
La ciudad se quedaría coja, como que le faltarían esos intestinos de túneles infatigablemente pateados por miles de personas y recorridos por trenes veloces a intervalos de escasos minutos.
Me excito sólo de pensarlo.
No existe submundo más dinámico y vibrante.