sábado, 28 de mayo de 2011

El alegre espectáculo de los loros musicales


Juro por las cuentas del rosario que ese hortera chico latino se dejó en mi mesita de noche que el cartel que aparece en la foto es auténtico. Lo habían pegado con celo a la verja de un parque, en Pozuelo. Imaginaos cómo me quedé, de piedra. ¡Un loro que responde por el nombre de Raspi y que silba la tarantela italiana!

Lo cierto es que en el fondo no me chocó. Esta especie parece estar muy dotada musicalmente. Me acordé en ese momento de una noticia que había leído hacía tiempo sobre dos loros de Aguascalientes que eran capaces de silbar el himno de México y las mañanitas.
O una todavía más desopilante, sucedida en Japón y cuyo titular rezaba: 'Un loro extraviado vuelve a casa tras explicar donde vivía'.
Y así era: el pájaro en cuestión, un ejemplar de loro gris africano, supo decirle a la policía no solo su domicilio completo, calle y número, sino hasta el nombre de su dueño.
Eso fue suficiente, por supuesto, pero no hago más que preguntarme hasta dónde daba de sí la base de datos de este loro.
Miedito da pensar que lo mismo era un rastreador de Google Maps camuflado con plumas o un espía de Corea del Norte.


Ya está bien de subestimar a los loros, hombre, cuando podrían ser directores de orquesta, primadonnas de ópera o el pianista de Cine de barrio. No solo tienen un innegable talento musical sino también, al parecer, la inteligencia de un niño de tres años, como los pulpos.
Así que ya no es solo que los pájaros nos produzcan aprensión con sus garras y sus picos, es que además algunos de ellos -no solo los loros, también los cuervos- son inquietantemente inteligentes.
Como para no perderlos de vista. Lo mismo acaban dominando el mundo. Aunque total, qué más da: simplemente cambiaríamos unos pajarracos por otros.


Pero volvamos con el cartelito de Raspi, que tiene su chicha. Por qué le pusieron ese nombre ridículo prefiero no saberlo. Y lo de que silba la tarantela ya quedó claro, así que desplacemos nuestra atención al segundo párrafo: 'Si tiene la suerte de verle u oírle...'
¡La suerte! ¿Qué quiere decir esto, que si acaso me lo encuentro debo hincarme de rodillas en el suelo para darle las gracias a un ignoto dios de los loros por habernos mandado a su hijo?
Y lo de verle, todavía: supongo que con su colorido plumaje y esa cresta tan graciosa no pasará inadvertido. Pero lo de oírle... ¿Es que el condenado loro se pasa todo el día silbando la tarantela? Porque en ese caso, si uno se lo encuentra, lo mejor que puede hacer es matarlo, por pesado.
Si este Raspi existe en realidad y no es una leyenda urbana, debe ser más irritante que una vuvuzela.

jueves, 19 de mayo de 2011

Los pájaros II


Por alguna extraña razón, siempre que veo una jaula vacía, me entra mal rollo.
Es como una casa desahuciada, o una en la que se ha muerto alguien. Como que le falta el alma, su razón de existir.
Una jaula vacía es la cosa con menos sentido del mundo. Necesita un pájaro dentro. Si no, es un objeto absurdo.

Hablando de jaulas con pájaros, antes, no hace muchos años, todavía colgaban en abundancia de ventanas y balcones, con sus canarios y jilgueros. Y hasta quedaba algún vecino que cuidaba de un palomar en el tejado. Tampoco era inusual llegar a casa de alguien y que te saludara un loro, encaramado a una percha en el salón como un complemento decorativo más.
Ahora ya casi no veo jaulas en las ventanas, las únicas palomas son las que malviven y rapiñan en la calle y en cuanto a loros, ya no los ves en los salones burgueses -que prefieren animales exóticos en peligro de extinción- sino volando en libertad, invadiendo parques enteros.

Y no sé vosotros, pero yo siempre que veo una de estas colonias de cotorras argentinas tupiendo las ramas de un árbol, me intranquilizo.
En realidad, siempre que descubro cualquier concentración de pájaros.
No me preguntéis por qué, pero como que me siento amenazado.


Los pájaros tienen una cualidad ciertamente inquietante. Algo que conecta con nuestros miedos más profundos, quizá por el hecho de saber que son dinosaurios con alas y, por tanto, potenciales depredadores.
Hitchcock supo reflejar muy bien este temor ancestral en una de sus películas más populares.
El caso es que llega un momento en que repelen y se perciben incluso como una amenaza.

En el jardín de casa solíamos dejar en invierno los restos picados de pan duro para que se los comieran los pájaros. En pocos momentos se congregaba una bandada impresionante de las más distintas especies y tamaños.
Nosotros acabábamos mirándolos asustados y nerviosos a través de la ventana del salón, mientras iban juntándose más y más, aterrizando uno detrás de otro, graznando y piando, arremolinándose, invadiendo el jardín, disputando las migas a picotazos, con esos mismos picos con los que podían abalanzarse sobre ti y sacarte los ojos...
Hasta que un día fue tal la cantidad de pájaros hambrientos que se posaron fuera que llegamos a sentir pánico, y desde ese día no les volvimos a dejar pan duro en el jardín.
La imagen de una Tippi Hedren salvajemente picoteada es un icono pop demasiado fuerte como para ignorarlo.

domingo, 15 de mayo de 2011