viernes, 27 de julio de 2012

Un país de Susanitas


Susanita, como casi todo el mundo sabe, es uno de los personajes de Mafalda. Sí, la misma niña argentina cabezona dibujada por Quino y que abre en una foto la entrada anterior.
Susanita era su amiga más cursi y cheta –o sea, pija-, tremendamente chismosa y con el cerebro de una señora del Opus atrapado en su cuerpo de niña.

Al contrario que a Mafalda, siempre preocupada por los problemas del mundo, a Susanita solo le interesaba pillar un buen marido y ponerse a criar hijos, cuantos más, mejor.
Era una versión bajita de su madre y había mamado muy bien una serie de prejuicios que le hacían, por ejemplo, despreciar a los pobres con una condescendencia repelente o ir a lavarse el dedito después de haber tocado un muñeco negro.


Una pedorra, vaya. Pero Quino es un genio y supo reflejar muy bien en ese personaje a un cierto sector de la sociedad, del mismo modo que el cazurro de Manolito representaba para el público argentino a todos los gallegos, por la fama que tenemos allá de brutos.

Que fuera una mocosa la que pensaba así lo desdramatizaba y hacía simpático: atribuirle esta mentalidad rancia y estúpida a una niña, eso era lo que hacía gracia. Pero a nadie con dos dedos de frente se le escapaba que Susanita era algo más que un monigote de cómic: era la encarnación en historieta de un tipo muy determinado de mujer que suele abundar en determinados círculos sociales no solo de Argentina sino de España.

Sobre todo de España, porque Cristina Fernández de Kirchner es un híbrido raro, una especie de Donatella Versace morocha de los descamisados, un cruce entre una diva de telenovela übermaquillada y Evita Perón; como Susanita no cuenta.
En España, sin embargo, tenemos unas cuantas. Y si solo fuera eso... Lo peor de todo es que, ahora mismo, son las amas del cotarro. Si aquí hubiera algo de justicia, ahora gobernaría Mafalda y no una horda de clones de Susanita, pero esto es lo que hay.
Y somos los madrileños los que nos llevamos la peor parte: si no querías Susanita, toma dos, una de alcaldesa y la otra de presidenta.
Socorro.


Algunas de estas Susanitas, como la vicepresidenta, son de perfil bajo; otras, como la Fabra, van de sobradas. Ese ¡Que se jodan! dirigido a los parados es el de una Susanita ya demasiado macarra, una Susanita terrorista de lo suyo.
Debería acordarse de que, cuando a María Antonieta le comentaron que el pueblo no tenía pan para comer y respondió frívolamente ¡Pues que coman pasteles!, se armó una revolución que no tardó en cortarle la cabeza. Porque peor que ser bocazas es ser cretina. Y de eso las Susanitas hispánicas saben un rato, por más que traten de disimular.

Como la Espe, espejo de Susanita senior. Pasmo me produce el populismo populachero de la condesa consorte de Murillo cuando se viste de chulapa y se baja a la pradera a mezclarse con la plebe, como una más. Si supiera lo chirriante que resulta... El caso es que la gente se lo traga cuando las Susanitas, en estos casos, no es que se disfracen, es que se travisten. Hacen de tripas corazón y hala, p'alante.
Lo que te da la medida de lo que es capaz de hacer una Susanita tan elitista como la Espe para cosechar unos votos.
Cuando la miro en Lideresa TV repetir el ritual por San Isidro, me convenzo de que su desvergüenza es mayor que su sentido del ridículo.


La mentalidad de las Susanitas es clasista hasta lo patológico y antipática, de repipi y arrogante niña privilegiada.
Lo que no quita para que sean muy religiosas y seguramente devotas de una Virgen o algún Cristo y contribuyan con generosidad para el cepillo de los pobres, esos zombis del sistema que de vez en cuando les asaltan en un semáforo o ven durmiendo en las aceras de Serrano, bajo cartones, con lo bonita y elegante que está la calle sin ellos.

Y es que la relación de las Susanitas hispanas con los pobres es de amor-odio, con un inevitable tira y afloja entre su orgullo de clase y su mala conciencia.
Les provocan sentimientos encontrados: los pobres van sucios, huelen mal y hacen feo, pero en ningún momento se plantean su injusta existencia.
Todo lo contrario: los pobres están ahí porque tiene que haber un equilibrio, y estamos hablando de un equilibrio cósmico. El orden natural de las cosas. Los pobres tienen que existir para que existamos nosotros. Es una armonía perversa y malvada, pero chico, armonía; y mira, nosotros en el fondo no tenemos la culpa de nada; esto siempre ha sido así.



Los pobres, te seguiría diciendo una Susanita cualquiera, son nuestra némesis, nuestro reverso negro. Nuestra antimateria. Y nos incomoda mucho su presencia, algunos de nosotros no podemos disimular el disgusto y el asco que nos dan cuando están cerca, pero también nos ayudan a aliviar nuestra conciencia.
Para eso montamos el ropero para pobres las pías señoras de derechas. O ese rastrillo de marquesonas que se convierte en el evento chic de la navidad, con asistencia de su majestad la reina de España, decana de todas las Susanitas hispanas. O esas engalanadas mesas petitorias con sus señoronas de peineta y mantilla porque ellas son, ante todo, Susanitas grandes de España.
El estado del bienestar -ese invento socialdemócrata- no puede competir con la beneficencia y su aristocrática caridad cristiana.
No tiene ni de lejos el mismo glamur.

En eso es posible que estemos de acuerdo. Objetivamente hablando, hay que reconocer que las noticias de sus exclusivos acontecimientos sociales son luego las más comentadas y es un gusto, por otra parte, ver cómo algunas Susanitas repiten año tras año en la lista de las mujeres más elegantes y mejor vestidas.
En lo que en absoluto estoy de acuerdo es que a la asistencia que puede prestar el Estado la sustituya el despliegue de caridad hipócrita y el folclore para ecos de sociedad de un puñado de señoras ociosas y beatas, rabiosas además de prejuicios.
O los comedores sociales de Cáritas.



Yo no quiero una vuelta a lo más ominoso de las novelas de Dickens, esos barrios obreros victorianos sin higiene y diezmados por las enfermedades, esos orfanatos de pesadilla, esas instituciones caritativas y hospicios que eran madrigueras de iniquidades, refugios de la maldad del ser humano...
Y a lo que tampoco quiero volver es al esperpento en blanco y negro de 'Plácido' y que la solidaridad de un país con sus ciudadanos menos favorecidos se reduzca a la consigna de hoja parroquial de 'siente un pobre a su mesa'.

Dicen por ahí que hablar de lucha de clases está anticuado, pero mientras estas clones de Susanita sean tan asquerosamente clasistas, el término, me temo, está vigente y más que justificado.
Ahora más que nunca, que dirigen este país por abrumadora mayoría. Y todos conocemos su mentalidad y sus pretensiones y, al contrario que con la Susanita original, lo suyo no tiene chiste ninguno: más bien es para echarse a temblar.

lunes, 9 de julio de 2012

Una verdad sintética



O incómoda, si no fuera porque Al Gore me ha quitado el copyright. De todos modos, para mis intenciones, casi prefiero lo de 'sintética', entendiéndolo como opuesta a lo natural, artificial, que no por ello menos cierta.
Y que me gustaría sirviera de réplica a esos reaccionarios religiosos y homófobos que condenan la homosexualidad porque, según ellos, 'no es natural', como tampoco lo es para ellos el matrimonio gay.

Ante este desconcertante argumento, mi pregunta del millón de francos suizos es, ¿qué es hoy lo natural? O planteado de otro modo, ¿Queda algo realmente natural en nuestra civilización moderna, más allá de todos esos parques nacionales de bordes urbanizados? Parques o reservas naturales, a todo esto, con sus senderitos monísimos señalizados y llenos de basura y mierda.


Vivimos todos en un contexto artificial, liofilizado y aséptico, embadurnados de química, respirándola a diario además de otros malos humos y, en nuestra pujante y prepotente civilización, hemos reducido nuestro contacto con lo natural a tener un gato y un par de macetas.
Hace mucho tiempo ya que, como especie, llegamos a la conclusión de que la naturaleza es algo de lo que se puede prescindir: es hostil, está llena de bichos, algunos hacen mucha pupa, durante miles de años estuvimos expuestos a ella y sus elementos y encima, de vez en cuando tiembla o se inunda y nos deja tiesos.

Mejor crear una a nuestra medida, domesticada, intervenida, irreconocible. Y la consecuencia de ese afán es que lo hemos desnaturalizado todo.
Así ocurre lo que ocurre, que cada vez la gente desarrolla más alergias, especialmente los niños, que llevan varias generaciones ya naciendo con un sistema inmunológico que es una caquita. O con una de esas enfermedades raras, de las que ya hay todo un catálogo, amplio como el de Venca.


No solo es que vivamos en un entorno completamente artificial, es que muchas de las cosas que asumimos como normales desafían a la naturaleza tanto o más que la homosexualidad y el matrimonio gay.
Porque no sé si, cuando hablan de 'lo natural' se refieren, por ejemplo, a la comida que comen, que imagino que no. O a vivir en un entorno como es la ciudad, lo menos natural que existe. O al hecho de volar en avión, que me imagino que tampoco. O al de beber cerveza sin alcohol, que no deja de ser otra aberración contranatura. O a tener un perrito toy, un peluchito vivo y frágil como una figurita de Lladró, cuando recuerdo que los perros originales, los antepasados de estas miniaturas ridículas de ahora, se parecían mucho a los actuales lobos, quién lo diría.

Como tampoco tienen nada que ver las vacas de hoy día con sus ancestras, a las que hemos cruzado y recruzado una y otra vez hasta conseguir estas máquinas de producir leche y carne y a las que, por cierto, les damos de comer piensos nada naturales, que por eso luego se nos vuelven locas y nos transmiten enfermedades muy feas que nos convierten en zombis.


Es lo que pasa cuando adulteras y metes mano a lo natural, que ríete tú de lo que pasaba en la isla del doctor Moreau. En cualquier caso, ateniéndonos estrictamente al argumento de que la unión entre dos personas del mismo sexo no es lo que marca la naturaleza, que hagan el favor de darse una vuelta por el zoo de Madrid, donde una simpática pareja de pingüinos (que deberían tener su merchandising ya) se encargarán de desmentirlo.

Lo que sí le dicta la naturaleza a cualquier especie es la ley estricta de la supervivencia, y eso incluye no solo buscarte la vida y sortear peligros sino también reproducirte para perpetuarte en el mundo y mantener tu reserva genética.
Con lo que vuelvo a tocar un punto en el que ya muchos han incidido: si esto es así, ¿qué utilidad tienen para la especie curas, papas, obispos, frailes y monjas? Absolutamente ninguna. No existe nada más antinatural, biológicamente hablando, que no emparejarse para prolongar la especie.

Aquí lo contradictorio es que los que más hablan de sexo y procreación son los que menos lo practican y procrean (no todos, porque algunos no se privan: la llamada del instinto es mucho más poderosa que la de su dios).
Pero vamos, por lo general, en esto no tienen ninguna prerrogativa. Parafraseando a Esperanza Aguirre, superstar de la declaración mediática, es como si a Paris Hilton le diera por fundar conventos.


Conventos que, desde el punto de vista biológico, son caserones muertos. Una monja sí que es una abominación de la naturaleza, un ser alienado en el ciclo compulsivo de la vida, genes que se perderán como lágrimas en la lluvia. Un disparate y un desperdicio: que las monjas no paran las convierte en parias biológicas.
Y hablando de parir, si hay algo definitivamente antinatural es la epidural. Sin embargo, mucha objeción de conciencia a Educación para la Ciudadanía y de las farmacias opusinas a venderte condones, y yo no veo que ninguna parturienta católica rechace esta anestesia.
Parecen no darse cuenta de que están desobedeciendo un mandato directo de Dios: 'Parirás con dolor', que a mí, si fuera creyente, me parecería algo muy serio.

Porque, que yo recuerde, el temible Jehová nunca dijo ni palabra de bollos y maricones pero sí dejó bien claro que las mujeres al parir pasaran un mal rato.
Es lo que tiene tener un dios misógino, así que menos pancarta de 'Dios odia a los gays' y más coherencia.
Para ser creyente de verdad, hay que saber lo que duele una contracción.
¿O qué os habéis creído, que la fe es solo meterse en la vida de los demás?
No, queridas: la fe cuesta.


Esculturas de perros de Robert Bradford.