lunes, 11 de marzo de 2013

El jardín mágico

 

Esta es la historia de un jardín. No un jardín cualquiera sino uno muy singular. Como singular es la persona que lo cuida, por más que él, Alfonso Colodrón, terapeuta Gestalt, te asegure que en su cuidado se involucran todos los vecinos. 
Alguno habrá que le eche una mano o que aporte alguna planta o detallito, no lo niego, pero lo que a uno le resulta obvio desde un primer momento es que este jardín inesperado es obra personal suya y de nadie más.

El jardín es su niña bonita a la que, celoso, no quita ojo. Es su jardinero oficial y su guardián entre el centeno, como tuve ocasión de comprobar el pasado día de Navidad cuando, después de comer con mi hermana en su casa de Pozuelo, me ofrecí a sacar a pasear a su perrita Yorkshire para tomar un poco el aire.
Una cuadra más allá, al doblar la esquina, me encontré con una calle que tenía al otro lado un talud ajardinado y me dije: 'Perfecto para llevar a la perra a que corretee un poco y haga sus cositas'.
Y allá que la llevé, cruzando la calle -que, descubrí, se llamaba de Mercedes de la Cadiniere, que rima con el abanico de Lady Windermere y suena igual de aristócrata. Cosas de Pozuelo.-.



Llegar allí fue como atravesar el espejo de Alicia porque, de repente, y mientras la perrita abonaba parcamente el terreno con esas caquitas ridículas que sueltan los Yorkshire, me fui apercibiendo de elementos peculiares que salpicaban el desmonte aquí y allá.
Había esculturas, glorietas, caminitos, detalles decorativos. El terreno cobraba de improviso una apariencia lúdica y naif.
Ahora era un jardín de gnomos.

En un primer momento pensé que el Ayuntamiento de Pozuelo organizaba allí algún tipo de taller escolar con niños, de manualidades en contacto con la naturaleza o algo así, pero enseguida me dije: '¿El Ayuntamiento de Pozuelo? En todo caso se los llevaría a unos ejercicios espirituales pro-vida.'
Con lo que pensé en los vecinos de la zona. Alguno se estaba preocupando de adecentar aquel pedazo de tierra y ponerlo curioso.

Y así era. No habían pasado ni cinco minutos, quizá menos, cuando veo que justo de la casa de enfrente sale disparado hacia mí un señor con una taza en la mano cuyo contenido -una infusión, me confesó después- derramaba alocadamente con las prisas.
Venía derecho a mí, a grandes zancadas. De haber sido pirata habría gritado ¡Al abordaje! Llegué a sentir aprensión, temiendo las intenciones de aquel hombre que, intuí, tenía que ver con tan pintoresco jardín. Y yo era un intruso que lo había violado sin miramientos, metiendo encima una perrita. Sin duda venía a llamarme la atención. Pero no fue así. Nada más alcanzarme me preguntó quién era y qué hacía allí, pero su actitud no era agresiva ni hostil, solo curiosa.
Era, como había supuesto, el creador de aquel rincón de fantasía vegetal que un artículo publicado en una revista local bautizó como 'jardín mágico'.





En realidad no era para tanto -no había flores parlanchinas ni hadas como las que fotografiaron aquellas niñas inglesas que embaucaron a Sir Arthur Conan Doyle-, pero lo que no tardé en comprender fue que aquel jardín había devenido el jardín privado del señor Colodrón. Que había pasado a ser una extensión de su persona. Que se identificaba con él hasta formar quizá una misma entidad o cosa.

Esa fue la impresión que me dio mientras él, a mi lado, hablaba y hablaba de su jardín con orgullo y pasión. Me contó que, ante la desidia del ayuntamiento por aquel terreno -de más de 2.000 metros cuadrados-, él decidió dedicarse a hermosearlo en sus ratos libres. De esto hace ya 15 años. Actualmente pasa una media de tres horas diarias en ello.
También se preocupaba de renovar su aspecto de jardín de guardería: "Hoy viene alguien y pone un muñeco, mañana es otra cosa, pero siempre hay cosas nuevas." Enfatizó el hecho de que para las intervenciones de obra -una glorieta con mesa en el centro para merendero, una escalera, caminos- se habían utilizado materiales reciclados. Materiales entre los cuales se integraban armónicamente las esculturas orgánicas del escultor César Calafate Delgado, cedidas para su exposición y realizadas con materiales tan ecológicos como el barro, la arenisca, el cedro o el abedul.
Alfonso me recordó también la triple vocación de su jardín: estética, productiva y educativa.

Lo de estética saltaba a la vista, con móviles colgando de los árboles, fundas de ganchillo en las ramas, figuritas dispersas, conchas de playa, piedras de colores y las esculturas animistas de César Calafate. La productiva porque, según él, también habían plantado cosas como tomates o habas. Y educativa, porque, a iniciativa de otra vecina, se puso etiqueta identificativa a arbustos y árboles para que los legos en botánica pudieran reconocer las plantas.



Y sí, me hablaba de vecinas y vecinos, pero era difícil no darse cuenta de que aquel jardín representaba para él un reto solitario que estaba dispuesto a llevar adelante contra viento y marea y aunque tuviera que enfrentarse al mundo.
Alfonso, sin despegarse de mi lado, me envolvía con su cháchara, hasta el punto de que me despisté de la perra y se perdió; menos mal que estábamos cerca de su casa y supo regresar sola. Yo ya tenía ganas de quitármelo de encima, pero no había manera. Me contaba de esta planta, de quien había aportado aquello, de la tierra que había tenido que remover allí, del vandalismo que a veces sufre el lugar.

Alfonso me aturullaba con su jardín y yo atisbé en él algo malsano. Tuve la sensación de que empezaba a obsesionarse demasiado con su 'creación'. Quizá, pensé, termine como esos locos románticos que continúan trabajando en su delirio 24/7 y hasta el último aliento, ya sea levantar unas estrafalarias torres  en California, una especie de templo neohindú en Francia o una catedral en Mejorada del Campo con restos de obra y escombros.
Y a lo mejor, como consecuencia, acaba protagonizando un anuncio de Aquarius como ejemplo de la voluntad de un friki contracorriente.

El señor Colodrón era muy amable, todo hay que decirlo, pero yo me quedé seriamente preocupado por la tendencia que apuntaba en él.
Todos estos inspirados constructores de fantasías personales a base de azulejos rotos y trozos de cerámica está comprobado que acaban tan sorbidos por su 'misión' que se convierten en esclavos de lo que pudo empezar siendo una distracción inocua.
Entre el genio y la locura hay una línea muy fina, y estos visionarios del DIY o Háztelo Tú Mismo a menudo la traspasan. Estos arquitectos de la fantasía, Gaudí entre ellos como ejemplo más notorio, son personalidades raritas, que tienden al aislamiento y a la fijación enfermiza.
La mayoría de ellos se obsesionan tanto con su 'obra' que alcanzan un punto de no retorno, atrapados en su visión, sin tiempo ni energía para otra cosa. A menudo pierden el sentido de la realidad. Y se les va la pinza.

  

Algo de eso noté en la actitud del señor Colodrón, y que el Gran Manitú me perdone si mi apreciación es injusta. Las señales eran claras: desde la salida en tromba de su casa, tan pronto hollé su jardín, a cómo me hablaba de él en todo el tiempo que pasó conmigo; a lo que me costó quitármelo de encima, agobiado además porque había perdido de vista a la perra y, sobre todo, en su vanidad de creador: al verme hacer fotos con el móvil, me preguntó para qué eran. Le hablé entonces de este blog y quiso saber si tenía intención de sacarlo en él. Le dije que probablemente, que es un adverbio que me encanta porque lo deja todo colgando en el aire pero a la vez suena muy convincente.

Solo así, con esa promesa, pude por fin despedirme de él. No sé yo si el jardín, ese jardín que se está convirtiendo en su jardín de forma tan obsesiva, no le hará perder la cabeza, hasta el punto de apropiárselo patológicamente y terminar cercándolo y haciendo guardia con una recortada.
'El jardín es mío', murmurará desde su puesto de vigilancia, día y noche, como único mantra, ojeroso, consumido.

Y no te quiero ni contar si el ayuntamiento de Pozuelo decide hacer del talud un parking. No es difícil imaginar la terrible escena de resistencia numantina hasta el final: los bulldozers, antes de arrasar el jardín, tendrían que llevárselo a él por delante. Como si lo viera.
Así que, por su bien y el de todos los vecinos, espero que el señor Colodrón no acabe siendo mártir de lo que, más que un jardín, comienza a considerar una misión en su vida.