sábado, 20 de febrero de 2016

Misoginia religiosa

(Sobre los topless de Femen y Rita Maestre, el padrenuestro de la vagina, la procesión del Coño Insumiso y otras ofensas a los creyentes)


'Alabado seas, Señor, por no haberme hecho gentil.
Alabado seas, Señor, por no haberme hecho esclavo, y alabado seas por no haberme hecho mujer.'

Oración judía del Talmud

El Roto.

"Puede encontrarse una prueba contundente de que la religión es un producto humano y antropomórfico en el hecho de que suele ser un producto del 'hombre', en el sentido, además, masculino del término.
El libro sagrado que lleva utilizándose más tiempo, el Talmud, ordena al creyente que dé las gracias a su creador todos los días por no haber nacido mujer... El Antiguo Testamento, como indulgentemente lo llaman los cristianos, cuenta que las mujeres son un clon del hombre para su uso y disfrute. El Nuevo Testamento dice que San Pablo sentía al mismo tiempo temor y desprecio por la mujer.
En todos los textos religiosos se aprecia un temor primitivo a que la mitad de la raza humana sea al mismo tiempo corrupta e impura y, no obstante, sea también una tentación para pecar a la que es imposible resistirse. ¿Explica esto tal vez el culto histérico a la virginidad y a la Virgen y el pánico a las formas femeninas y a la función reproductora de la mujer?"

Christopher Hitchens, 'Dios no es bueno',

jueves, 18 de febrero de 2016

Echarse al monte (a lo guerrillero)


La entrada anterior era un homenaje a un lugar muy especial que me ha acogido siempre sin juzgarme. Esta en cambio es una balada triste, el fado de la montaña. 
Es muy posible que el monte del Pilar, tal como lo he conocido y disfrutado todos estos años, tenga los días contados. 

Por eso en este post también me tiro al monte, pero a lo partisano, a unirme a la Resistance que lucha porque esta reserva verde del noroeste se salve del deterioro y la especulación.


Esta es la flor de un guerrillero.

Palabra esta última que empieza por Espe, qué curioso. Puede parecer coincidencia que aparezca aquí la Espe, pero no: la campeona de las dimisiones tiene también su conexión con el monte. 
Uno de sus hijos está casado con una Oriol, Carolina. Tan endogámico enlace se celebró precisamente en el antiguo palacio de la familia que hoy pertenece a la Fundación Mapfre.

Los novios prefirieron ser discretos. Y rodearse de un escenario con clase, eso también. Una alternativa más populachera habría sido celebrarlo, sin salir del monte, en una finca llamada El Chaparral que organiza eventos, fiestas y bodorrios. 
Lo más gracioso de todo es que lo han hecho mucho tiempo sin licencia. 
Esto no les ha impedido meterse en obras de ampliación, provocando un trasiego continuo de camiones y volquetes por los caminos de tierra del monte.
Un tráfico pesado que dejaba boquetes a su paso como cráteres de bomba. 



Todo muy pirata y muy descarado, hasta el punto de que se suspendió la actividad hostelera del Chaparral en 2013, aunque no tardó en levantarse el precinto. 
Con lo que volvieron los camiones (ahora de suministro) y el tráfico masivo de coches de invitados los fines de semana. Sin restricciones. Algunos circulando a toda pastilla, levantando tornados de polvo.
No sé qué es peor, si la falta de precaución o la falta de respeto.

Este tipo de actitudes en un espacio como este no deberían tolerarse.
Su valor ecológico es demasiado importante como tenerlo en las actuales condiciones, fragmentado, permitiendo un intenso tráfico rodado por su interior (camiones incluidos) y sin un protocolo común para todo el monte, independientemente de a quien pertenezca.


Linde de piedra que marca el límite entre la parte del monte que pertenece a Majadahonda y la que es ya de Pozuelo. Bueno, de la familia Oriol.

Lo malo es eso, que está más repartido que un gordo de navidad. 
El monte se divide entre dos términos municipales y varios miembros distinguidos de la alta sociedad: los marqueses de Oriol, el conde de Güell (sí, el del Park) y Angustias Martos Aguirre, condesa de Heredia-Spinola. 
En su lado de Pozuelo y de forma muy coherente, el monte del Pilar es muy aristocrático.

Son precisamente estos condes y marqueses, guerrilleros también pero de Cristo Rey, los que amenazan ahora el monte, redoblando la presión especuladora sobre él. 
Esto supondría su fin. Bastante reducida ha visto su extensión ya estos últimos años, al estrecharse el cerco urbanístico con la construcción de urbanizaciones al borde mismo del bosque. 




Una de las despampanantes mansiones que pueden encontrarse en Las Encinas, urbanización de lujo que se construyó pegada al monte.

Pero ya se sabe que cuanto más les das, más quieren: son insaciables. Así que se inventaron la Ley VIRUS -ley de Viviendas Rurales Sostenibles-, que casualmente aprobó Esperanza Aguirre en su último mandato como presidenta de la comunidad. 

Puede que lo hiciera motivada por esos lazos de famiglia que la unen a este sitio, ya que los amos del monte no tardaron ni cerocoma en acogerse a esta ley y solicitar licencia para construir 32 viviendas en sus posesiones. 
Algunos de ellos, como los Oriol, ya con probada experiencia en esto de hacer de su capa un sayo en un entorno natural protegido.




Distintas vistas de la verja de alambre con la que los Oriol cerraron el paso a su finca. Gran parte la tumbaron los vecinos, y desplomada se quedó.

Fieles a la tradición familiar, en diciembre de 2010 cometieron aquí otra tropelía: vallaron de la noche a la mañana su parte de monte, la única finca privada que quedaba abierta al público.
Lo hicieron por las bravas, con nocturnidad y alevosía. Lo que pilló a todo el mundo por sorpresa. Y la indignación fue grande.



Las vallas, que eran una cutrez y una agresión salvaje al monte, vedaban el paso a personas y animales, sin discriminación. De un día para otro, aquello se había trasformado en una especie de Guantánamo forestal.
Solo dejaron transitable un camino público convertido en un claustrofóbico corredor de alambre. 


Todavía hay tramos del camino público que discurre entubado entre verjas.

Esto provocó una espontánea revuelta entre los usuarios del monte, que se organizaron para tumbar las verjas según las iban levantando. La fea alambrada se enderezaba al día siguiente para volver a ser derribada.
El pulso se mantuvo durante días, hasta que el ayuntamiento de Pozuelo ordenó finalmente retirar las polémicas vallas.


No fueron la única medida de disuasión: los Oriol roturaron también sendas y caminos para hacerlos intransitables. Y la más ridícula de todas: colgaron por algunos pinos letreros como el de arriba, advirtiéndote de que estabas siendo videovigilado... Cuando no había cámaras por ninguna parte. 
Aunque lo mismo acaban poniéndolas.
Estos, con tal de defender su propiedad privada, son capaces de destrozarla.
En el fondo el monte no les importa lo más mínimo. Su mentalidad es: 'Si quiero lo arraso, que para eso es mío'.
Caciquismo puro y duro.


La verja es un auténtico atentado ecológico, con sus postes sujetos al suelo con pegotazos de hormigón a lo bruto. Aquí debería incluir ese emoji que llora a chorros.

Lo más llamativo de esto es que los vecinos que se amotinaron, los que pasaron de ser runners suburbiales a maquis del monte, son todos de Pozuelo y Majadahonda y en su inmensa mayoría votantes del PP

Ah, el PP, qué gran amigo de sus amigos, y qué íntimamente relacionados todos. Así da gusto hacer negocios. Uno como que se relaja. Y es cuando regalas alegremente un terreno que no solo es público sino que además está protegido. Aunque si solo es por eso, tampoco vamos a ponernos quisquillosos: se recalifica y punto. 




Justo lo que le ocurrió a una parcela de 17 000 m2 en el monte del Pilar, que el ayuntamiento de Majadahonda 'cedió' en 2007 para un proyecto fracasado del que nadie, extrañamente, parece acordarse. 

Hablo de ese armatoste de edificio que se quedó a medio hacer y que iba a albergar la sede en Majadahonda de la London School of Economics.



El edificio, de más de 4 000 m2, jamás se terminó. No había dinero. Y ahí se quedó, excrecencia extraña del monte con su diseño hi tech, abandonado, vacío y oxidándose poco a poco. 
De seguir así, terminará pareciendo la estructura ruinosa de una nave alienígena estrellada hace tiempo.


La que iba a ser sede de la LSE, abandonada a la intemperie.

Es la triste historia de una madrasa neoliberal que, de la misma forma que se anunció a bombo y platillo, se paralizó y cayó en el olvido.
Aquí parece todo el mundo libre de responsabilidades, y eso que la inauguró la misma Esperanza Aguirre.


Entrada desde Majadahonda a su parte del monte.

Lo peor de todo fue el bocado que le dio al monte, ya irreparable. Lo del Ayuntamiento de Majadahonda fue un crimen, pero al menos la zona que le corresponde es hoy un espacio público y no un monte de ricos en un mundo solo para ricos
Lo consiguieron mediante permuta de terrenos con los propietarios, que es una solución sensata y al gusto de todos.

No sé si tendrá algo que ver, pero está parte pública está mucho mejor cuidada: incluye sendas botánicas, tiene vigilancia y sigue criterios ecológicos y sostenibles (aunque su gran asignatura pendiente es prohibir el acceso de vehículos o limitar su velocidad). 





Lo del ayuntamiento de Pozuelo, por el contrario, tiene delito: el de negligencia en primer grado. 
Se ocupa menos que nada de su porción del monte (más de la mitad de las 800 hectáreas), que deja exclusivamente al arbitrio de sus dueños. En realidad actúan como sus más fieles lacayos, satisfaciendo sus pretensiones y tolerando sus abusos.

Con lo que se entiende que el ayuntamiento de Pozuelo no tenga ningún interés en sentarse a negociar con ellos. Deberían llegar llegar a un acuerdo que comprometiese a unos a mantener abierta su parte del monte y a los otros a vigilarlo y cuidarlo, coordinados con el ayuntamiento de Majadahonda. 
Pero nada, no hay trato. No interesa.
El monte entretanto no puede esperar más. Reclama con urgencia un estatus seguro y una protección integral, por encima de cualquier otra consideración.
Entre ellas, ya que me pongo, la propiedad privada.



Algunos de los grumos de cemento, incrustados en la tierra y con boquita de piñón, que sostenían los postes de la valla metálica.

Vuelvo a lo mismo: hay que derribar tabús. Uno de ellos es ese término maldito, ‘expropiación’, solución más que razonable cuando es por el bien de todos. 
Lo que no puede ser es que se expolie impunemente lo público mientras que lo privado tiene categoría de sagrado como una vaca en la India.

La orden de 'éxpropiese' no puede reducirse a esta caricatura. Y habría que aclarar que no es patrimonio de ninguna ideología: todas lo han practicado. También hay que quitarle drama. Es más corriente de lo que nos creemos.
En este país todavía se expropia y se ha expropiado a gente para construir carreteras y vías del tren; se han desahuciado pueblos enteros para anegarlos con pantanos. 
La prolongación de la Castellana hasta la plaza de Castilla y más allá no habría podido hacerse de no haberse expropiado los terrenos a particulares. La construcción de la M-30, igual. Y hablo de la España de Franco.



El monte de Pozuelo, reserva forestal y de alambradas.

Con lo que asociar 'expropiar' a una Joven Guardia Roja que se toma la revancha depredando a los depredadores no tiene sentido. En todas partes se expropia, sea cual sea el régimen político.
Hay veces, además, en que la expropiación está más que justificada.
Esta es una de ellas. 

Por mucho que se resientan un par de familias acartonadas que son como atrezo de Patrimonio Nacional, serán muchas, muchas más -y durante generaciones- las que se beneficiarán del monte del Pilar si finalmente se convierte en un parque público.
Porque cuando no quede verde y esté todo urbanizado, qué vamos a comer, ¿ladrillo?

Vista de las Cuatro Torres desde el monte, con la boina de polución sobre Madrid. En este escenario deprimente, conservar espacios naturales de valor es casi cuestión de supervivencia.

A lo mejor es el momento de plantearse medidas más contundentes, colocando el interés general por encima de los intereses de unos pocos.

No por un impulso revolucionario vintage o de represalia contra los terratenientes, sino porque podáis dejar un mundo mejor a vuestros hijos, un mundo que no sea una urbanización interminable.

Pero vamos, yo hijos no tengo, así que allá vosotros.

lunes, 1 de febrero de 2016

Echarse al monte (a lo bucólico)


El monte del Pilar, entre Pozuelo y Majadahonda, ha sido un lugar muy especial para mí estos últimos años. Esta maltratada reserva forestal ha sido mi guarida, mi refugio, mi jardín secreto. Casi un santuario. Allí me sentía protegido. A salvo.
A veces me perdía en su interior y me situaba en algún punto donde ni siquiera se oía el lejano rumor de los coches; solo silencio, de ese que estresa a un urbanita. Entonces me parecía estar a kilómetros de todo. Reconfortado. Seguro. Como en un útero vegetal. Donde he tenido momentos de recogimiento y satori y me ha parecido que el viento, entre los árboles, susurraba el nombre de Mary.



Tratar de interpretar el lenguaje del viento entre los árboles no es fácil. A veces suena suave y zalamero como un amante cubano. Otras suena como enfadado y parece que gruñe, se queja por algo o me regaña. Y me siento intimidado porque es como si diera voz al consejo de sabios del bosque, compuesto por sacerdotisas arcaicas de la Madre Tierra, venerables druidas celtas y algún fauno al que imagino mitad macho cabrío mitad macho peludo de Ralf König, con un olor intenso entre animal y mineral y muy bien dotado.  Sí, lo sé: es solo fantasía. Pero una fantasía muy sexy.
Una linde bordada con inicial, como los pañuelos antiguos.

Debilidades que te permites cuando te ves condenado, como Arthur Machen, a vagar por la periferia de las ciudades e imaginar la existencia de las criaturas del bosque. Aunque las que evocas, en realidad, pertenezcan a otro ecosistema, el de los bosques boreales y brumosos, y el paisaje del monte del Pilar sea lo que técnicamente se denomina ‘monte bajo mediterráneo’. Que incluye una convincente postal toscana: la villa que hasta 1987 fue residencia de los Oriol y que hoy es centro de formación de Mapfre, con su entrada en pendiente bordeada de cipreses.


El antiguo palacio de los Oriol, recreando la Toscana.

La familia Oriol es una de las grandes propietarias históricas del monte (hace años, de hecho, todo el mundo lo conocía como ‘la finca de los Oriol’). Como buenos oligarcas españoles, eran católicos devotos: la única condición que pusieron a Mapfre cuando adquirió el palacete fue que respetaran la capilla en la que habían celebrado toda la vida misa diaria. Como no era cuestión de tener un cura en nómina, Mapfre utilizó el espacio para crear un museo ad hoc de arte religioso dedicado al escultor Venancio Blanco.

En el monte hay también un tramo muy latino -pero latino en el sentido clásico, nada de reguetón-, una carreterita de asfalto que recuerda a la Via Apia: flanqueada por altos pinos piñoneros, conduce hasta la entrada del Cerro del Coto, centro espiritual del monte pero del bando de los malos. Supongo que el consejo de sabios del bosque, evidentemente pagano, ya tiene bastante con aguantar a estos.

Uno de los paneles de azulejos a la entrada, con las frases en euskera 'Ongi Etorri' (bienvenido) y 'Aurrera' (adelante). Hacen alusión al origen vasco de los Oriol. El otro panel (abajo) muestra una imagen de la Virgen del Pilar sometida a un peeling bastante agresivo.

El Cerro del Coto es una extensa finca que la familia Oriol decidió donar en su día a los Legionarios de Cristo. Hoy parece que se arrepienten de haber sido tan rumbosos y andan a la gresca, pero ponte tú ahora a echar a estas garrapatas de un terreno que les donaste. 
Parece mentira que no supieran en lo que se estaban metiendo. Les iba a llamar ingenuos, pero qué puedes esperar de los fans del amigo imaginario.


Los legionarios, mientras tanto, han tomado posesión del recinto, delimitándolo celosamente con alambrada y ampliándolo con varios edificios. Cuenta también con un campo de fútbol -que usa este equipo de fuera- y una cancha de baloncesto donde -lo juro- he visto jugar a unas chicas con pololos
Ver algo así a estas alturas del siglo XXI me supuso todo un shock cultural; recuerdo que las espié un rato a través del seto porque, sencillamente, no daba crédito; me recordaba a historias de posguerra que me contaba mi madre, cuando la obligaban a jugar al basket así. 

Las jugadoras recatadas que vi seguramente formaban parte del grupo de piadosas mujeres que viven en el cerro del Coto en régimen casi de clausura, lejos del mundanal ruido. Ellos las llaman mujeres consagradas a Cristo. Son anacoretas hardcoretas. Para mí, unas alienadas. En fin, ellas sabrán.



Cerca del cerro se hallan las discretas instalaciones de GREFA, con hospital de animales y una parte que se puede visitar y que despliega dioramas de la vida salvaje. 
Por todo el monte del Pilar existen también restos de su pasado como finca de explotación agrícola y ganadera. 
A día de hoy todavía lo atraviesa todas las tardes un rebaño de cabras y ovejas con su pastor, un recio tipo castellano con pinta de don Pimpón y que te saluda como un personaje de Delibes, ‘a las buenas tardes’.

El mismo pastor que, un día tórrido de verano, al cruzarse conmigo y verme sin camiseta me recriminó: ¿qué hace usted medio desnudo?' Y sí, de repente me vi desnudo, como el emperador, como Adán y Eva después de comer del fruto prohibido, y corrí a taparme mis vergüenzas. 
No quiero ni imaginarme a este pastor vieja escuela en una playa nudista.

La torreta de viglancia. Otra fantasía sexual es echar un polvo ahí arriba.

El rebaño trashumante pone la banda sonora del monte con su cencerreo itinerante, que permite calcular la distancia a la que se encuentra de ti. Porque sí, lo confieso: desde entonces evito al pastor. En realidad, cuando voy al monte, procuro evitar a todo el mundo. 
La gente va allí a practicar deporte, a pasear, a perderse. Hay momentos concurridos, sobre todo los fines de semana, pero no es lo normal. Si lo comparas con el ajetreo de un parque urbano como el del Retiro, el monte del Pilar es la tundra siberiana.

El palacio de Cotoblanco, mirando a la sierra.

Un sitio que da mucha paz pero donde también puedes encontrar armas de guerra. Un lugar donde la gente que se cruza contigo te dice ‘hola’ no porque nos conozcamos todos sino porque somos pocos y resulta un poco incómodo ignorarse. El monte del Pilar es uno de esos lugares donde todavía puedes sentirte solitario.


Y tiene un mirador junto a las románticas ruinas del palacio de Cotoblanco con una vista espectacular de la sierra madrileña, salpicada de grúas de la construcción (hace años era peor, había más grúas que picos). 
Una última nota a los interesados: en el monte del Pilar no hay cruising. Lo sé, es una decepción. Sería interesante algo de cancaneo cerca del enclave de los Legionarios de Cristo, aunque solo sea por el contraste. Espero que los del patronato del monte lo acepten como sugerencia. 


Me pregunto qué pensarán los creacionistas al leer aquí que 'la sierra de Guadarrama pertenece a las montañas más antiguas de la península, formadas hace 250 millones de años durante el Plegamiento Hercínico'. Entra claramante en conflicto con sus creencias. Lo más seguro es que se lo tomen como propaganda oficial del cientificismo ateo y se indignen. Me pregunto también si llegará el día en que habrá que quitar este tipo de paneles informativos para no ofenderles.