jueves, 10 de abril de 2014

Fantasía urbana


O el pescador de sirenas.
Todo muy bonito, muy ideal, muy cuento de hadas en el asfalto urbano, pero hay una cosa que puede romper fatalmente el hechizo: la firma de Femen debajo.

Escama, nunca mejor dicho, que ella tenga las tetas al aire.

A lo mejor la sirena no es tal y bajo su cola de pez hay una una activista encubierta, una provocadora que quiere infiltrarse, un agente doble, la espía que te amó.
Nunca lo sabrás a no ser que tú también muerdas el anzuelo...

sábado, 5 de abril de 2014

La verdadera herencia recibida



La España salida de la Guerra Civil se había configurado como un Estado cerrado y dogmático, intransigente con la disidencia política pero escandalosamente permisivo frente a la más extraordinaria subversión: la subversión moral.

Los funcionarios comenzaron a venderse en un mercado de la dignidad que llegó hasta arriba. Las personas caían en lo delictivo contagiadas por la putrefacción del ambiente
A la vista del panorama escasamente ejemplar que los rodeaba, todos entendían que el no aprovecharse era idiota cuando otros, más altos y más obligados a ser decentes, lo estaban haciendo. Y de este modo, subastas, concursos, suministros y adjudicaciones fueron objeto de especulación. Se descubrieron funcionarios que cobraban por cualquier tramitación,  en un mundo que había llegado al convencimiento de que sin ‘untar’, sin llevar preparado 'el sobre', no era posible alcanzar nada. 
El ir a un concurso, el optar a una contrata, el participar en una subasta, ocultaba casi siempre el consiguiente chanchullo en cuanto a la adjudicación.


Las operaciones delictivas empezaron a hacerse a gran escala. Los cálculos se hacían para enriquecerse. Esto no podía lograrse más que engañando y estafando, así que muchas de las obras emprendidas para el sector público habían de ser rehechas antes de su finalización.

La especulación y la corrupción se harían ya inseparables del Régimen. La audacia y la falta de escrúpulos hicieron amasar enormes fortunas a muchos, apoyados en el soborno y el cohecho y dispuestos a llegar hasta el chantaje. 

Como consecuencia, empezó a emerger –en un país hambriento y depauperado- una clase privilegiada ostentosa que hacía alarde de su dinero y lo derrochaba. Era la de los estraperlistas, hombres sin escrúpulos que habían llegado al convencimiento de que con dinero se podía tener de todo: integridades, voluntades, influencias, honorabilidades. 
En la sociedad nacida de la guerra el dinero había adquirido un enorme poder envilecedor.



En los años cuarenta –y ya quedaría desgraciadamente sentado para el futuro de este país- la raya que separa al honesto del deshonesto, al digno del indigno, quedó borrada por un clima nacional en el que los valores de la probidad y de la integridad quedaron suplantados por la invasión de la venalidad y la desaprensión
El país llegó a aceptar aquello como una especie de tributo al orden establecido.

La trascendencia que esto tuvo sobre la vida económica de nuestra patria fue inmensa, hasta el punto de que cualquier relación comercial se montaba sobre bases falseadas, documentos amañados y facturas camufladas. 
Los recibos iban sin membrete, los albaranes lo mismo. La contabilidad era una completa superchería; las cuentas de pérdidas y ganancias, pura filfa; las declaraciones de beneficios, un camelo.


Si la gran mayoría de las transacciones se establecían sobre el engaño y la burla de las leyes, ¿cuál no sería el alcance del fraude fiscal?  
Los años de la vergüenza proporcionaron el más completo entrenamiento para la perfección de los hábitos defraudadores, para la hinchazón de los gastos con facturas falsas, para la ocultación de ventas, para el mantenimiento de lo que hoy es norma general en la mayoría de las empresas: la doble contabilidad y, por consiguiente, la falsía en toda declaración de impuestos. 
Y dejaron como herencia el que España fuera uno de los países en los que la defraudación fiscal alcanza cifras más exorbitantes.
Ya en la más inmediata posguerra se descubrieron turbios asuntos de evasión de divisas, como el caso ocurrido en Sevilla que implicó a personas de abolengo y profunda lealtad a los principios del Movimiento.

Al llegar a 1950, una década dorada quedaba atrás. Pero todo lo que representó de inmoralidad y de abuso pervivió. 
Para entonces estos vicios estaban arraigados en una clase ávida de seguir comprando lealtades, licencias, influencias, concesiones y especulando sobre todo con el suelo: el fraude y la especulación habían encontrado en las inmobiliarias un nuevo filón para expansionarse en la década siguiente y –si continuaba el Régimen- en las venideras.


Texto adaptado y editado a partir de los textos originales de los capítulos 'Los felices años cuarenta: la España de los estraperlistas', I y II, de 'Por el imperio hacia Dios: crónica de una posguerra', de Rafael Abella, Planeta-Espejo de España, 1978.