lunes, 21 de noviembre de 2016

El sueño americano

'Americanos, blue jeans and chinos, Coke, Pepsi and Oreos...'

Siempre he tenido debilidad por esta rola de Holly Johnson, cuando dejó de cantar para FGTH y se lo montó en solitario. Me parece una parodia lúcida, bailable y divertida de lo que es el sueño americano, esa cosa mítica que ha llevado hasta allí a millones y millones de personas desde que se fundó el país. Todas querían alcanzarlo, disfrutar de su trozo de pastel.

'Existe un lugar donde un muchacho sin un centavo puede crecer y llegar a ser presidente...', comienza diciendo la letra. A día de hoy resulta mucho más irónica, cuando parece que ya solo pueden acceder al cargo los chicos millonarios de ricas familias. Pero es lo que tiene el sueño americano, que está disponible para todos, pobres y ricos, blancos, de tez morena o de color naranja. El sueño americano nació para no tener prejuicios. Y todo el mundo, en principio, debería tener derecho a él.
La letra sigue, hablando de Estados Unidos: 'Un reino mágico poblado por muñecas Barbie...' Como la modelo que aparece en el vídeo haciendo de azafata de concurso televisivo, Tracy Kirby, y que años después pasó tres años en la cárcel por hacer de correo de droga.
Es lo que tiene el sueño americano, ambivalente como todo, que también puede convertirse en la peor de tus pesadillas.



El American Dream tuvo una etapa pletórica y feliz, y por ello muy idealizada, que fueron los años 1950. La década que, con toda la intención, recrea el vídeo, que primero nos presenta a la típica familia blanca USA de clase media.
Su apellido Rockwell tampoco es fortuito: hace alusión a Norman Rockwell, el dibujante icónico del American Way of Life en las décadas de 1940 y 50.

Ninguno de los Rockwell tiene desperdicio: el padre podría trabajar de ejecutivo de cuentas en una agencia de publicidad, o quizá sea dueño de un negocio de coches de segunda mano. La madre es el paradigma de ama de casa conservadora, presbiteriana y de look clásico -collar de perlas y traje de chaqueta a lo primera dama- que vota republicano. La hija es una sana y rubia estudiante de look preppy mientras que el hijo es el típico nerd que o bien acaba en el MIT o en el Smithsonian Institute, de bibliotecario.

En torno a ellos, cocinándoles, sirviéndoles, limpiándoles la mierda, los Gómez, con Mamá Lupita al frente de una prole numerosa, sexy y alborotadora. Esta familia latina representa, frente a los aburridos y estirados wasp de los Rockwell, la savia nueva, el vigor renovado, la espontaneidad ruidosa, la chispa, la sensualidad, la alegría de vivir y la gozadera.
Justo la pasión latina y la sabrosura que le hacen falta a la hija Rockwell, que tiene toda la pinta de ser sexualmente frígida. Los Rockwell han perdido la vitalidad que a los Gómez les sobra. A los adocenados e insípidos Rockwell, los Gómez son lo más estimulante que les ha podido pasar en la vida.
Si esto no les convence, siempre puedes agitar ante ellos un buen fajo de billetes. El dinero en última instancia lo redime todo: que seas negro de gueto, chicano sin papeles o maricón de ceja depilada.
Los Gómez ganan el premio gordo del concurso de la tele y, ante la fuerza de persuasión de la guita, no hay más que hablar. De hecho, me gustaría presentarles a mi hija. Está en edad de casar, a ustedes les sobran los mozos y no sería mala idea lo de unir nuestras dos familias.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Cuando el multiculturalismo molaba



En el periodo after punk, en los primeros 80, se produjo una interesante y refrescante mezcolanza de razas, sexos, estilos e influencias. El punk y la nueva ola inyectaron a todo un chute de estimulante energía con ganas de explorar y experimentar sin prejuicios. La música pop y rock dejaba de ser asunto casi exclusivo de machos blancos europeos y americanos y añadía mujeres a las bandas o seres andróginos, se enriquecía con referencias étnicas y se hacía multicolor.

 

Se contagiaba de ritmos jamaicanos y percusión africana. Incorporaba mujeres a la batería o al cello -chicas de conservatorio con cresta mohicana-, rostros mulatos y ropas exóticas. Boy George, hijo de un inmigrante irlandés, se presentaba como un personaje ambiguo que reinterpretaba en clave pop el dress code ortodoxo judío.
Todo era sexy, sorprendente, liberador y divertido.



Y muchos llegamos a pensar que era el signo de los tiempos, que anunciaban un mundo ideal donde la integración se daba y era creativa, donde las diferencias sumaban y te hacían bailar.
Hoy parece un mundo perdido, como el de los dinosaurios, cuando en su día pareció posible.
Y yo me pregunto atribulado dónde ha quedado todo eso. Lo que parecía una evolución natural ha derivado en alarmante involución.
Y es triste. Ahora me ahogo en un discurso de odio, en un mundo cada día más polarizado.



Ahora lo diferente -inmigrantes, negros, musulmanes, judíos, la comunidad LGTB- se ve con hostilidad. Representan la amenaza. El enemigo.
A mí me parece una equivocación y un claro retroceso, por más que a muchos -cada día más- les parezca simplemente volver a poner a cada cual en su sitio.
Como la cosa siga así, me temo que volveremos a la estúpida y aburrida música de hombres blancos solo para blancos. Y yo no quiero vivir en un mundo AOR.
Quiero variedad, quiero alegría y quiero color porque la vida es precisamente eso.