martes, 23 de marzo de 2010

Narcotectura


O Arquitectura & Drogas, que es como podría haberse llamado también esta entrada.
En principio parece que la única relación posible entre ellas es la que establecen populares instituciones como las granjas de rehabilitación, las clínicas de desintoxicación y, a nivel de barrio, la narcosala (palabra que, técnicamente, podría aplicarse igualmente a fiestas y chill-outs particulares).


Pues no, resulta que hay algo más, un fenómeno floreciente y fascinante que surgió entre los capos de la droga colombianos allá por los 90 y que ha fraguado en todo su esplendor de orquídea de plástico entre los señores afganos de la heroína.
Sólo hay que darse una vuelta por las áreas residenciales de Kabul y especialmente Herat, centro neurálgico del tráfico de opio, para admirar estos monumentos al kitsch de nuevo rico podrido de dinero pero sin micra de gusto.
Admito que para saber apreciarlos en toda su magnitud hay que mentalizarse previamente, haciéndose limpieza síquica de prejuicios. Y tiene que ser una buena purga: no puede quedar ni uno.
No hay otra manera de enfrentarse a estas mansiones extravagantes, caprichos o follies arquitectónicas dignas de un rey loco de Baviera o del Walt Disney más inspirado. Los narcos se las hacen erigir a la mayor gloria de su estatus y vanidad, y es a este delirio de palacios a lo que se denomina Narcotectura, neologismo formado a partir de la contracción de narco y arquitectura.


Estilísticamente es demencial, pastelera, incoherente, aparatosa, pretenciosa hasta la sobredosis (por muy yonki visual y cultural que seas) y extraordinariamente guachafa, que es ese hallazgo del slang peruano para aquello entre lo cursi y hortera.
Podría describirse como un popurrí o melting pot desenfadado que mezcla elementos occidentales (como columnas clásicas, cristaleras de rascacielos o balaustradas) con otros orientales (picos de pagoda, celosías, arcos fantasía). El resultado, que deja patidifuso, es un escenario difuso entre Miami Vice y Xanadú, un decorado de Bollywood con algo de discoteca-casino de Lloret de Mar. Es lo que tiene un mundo globalizado, que lleva a estos divertidos extremos de promiscuidad.


Otra consecuencia de esta alianza perversa de civilizaciones es llegar a la definitiva conclusión de que antes, en los buenos viejos tiempos, la gente rica era exquisita y refinada, pero ahora, entre los futbolistas british y sus señoras, los jeques de Dubai, los mafiosos rusos y los gañanes que se hacen ricos con el ladrillo, bien como constructores o como concejales corruptos, el dinero y el buen gusto hace mucho tiempo ya que tomaron caminos muy distintos.
Y si acaso algún día vuelven a reencontrarse, por pura casualidad, dudo mucho que renazca el romance y se pongan, como antaño, a bailar juntos un vals.

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