domingo, 3 de abril de 2011
Mardito parné
Algunas de las nuevas divas del pop parecen estar cerrando un círculo cansino y bastante vicioso. Un ciclo que se abrió a finales de los 70, cuando ya definitivamente se apagaba la resaca hippie y contracultural de la década anterior.
Justo el momento en que irrumpió el hedonismo de la era disco como etapa de transición en el viaje al otro lado del espejo. En este sentido, los Abba fueron visionarios. Su hit 'Money, money, money' ya anunciaba lo que estaba por llegar poco después, en los 80: la comuna daba paso a la avaricia y los nuevos tótems se erigían para ser reverenciados por la masa:
Gordon Gekko, Wall Street, Giorgio Armani, Patrick Bateman, Mario Conde, los yuppies y Margaret Thatcher, que lanzaba consignas como esta: "Quien con más de 30 años utiliza el trasporte público, es un fracasado."
El mensaje caló y los nuevos mantras pasaron a ser 'la codicia es buena' y 'compro luego existo'. Una tendencia que en estos últimos años ha llegado al paroxismo y que al fin parece que se está invirtiendo o, al menos, cuestionando.
Algo a lo que sin duda ha ayudado esta crisis galopante.
Después de años de consumismo desaforado, de furor por la estética bling, de realities en MTV en la que una manada de muñecas hinchables querían ser la mejor amiga de Paris Hilton, después de conocer los excesos de nuevo rico de los Beckham, y por extensión de todas las wags, después de años de cultura del pelotazo, de especulación salvaje, de tanto tienes, tanto vales, de vídeos de artistas negros en los que, para demostrar que han salido del gueto, hacen chillona ostentación de todos los símbolos de estatus (ropa cara, mucho oro, cochazo y pibones), parece que por fin ha llegado el hastío.
Y la música pop, una vez más abanderando tendencias, ha sido su heraldo.
Las señales han llegado por medio de un par de canciones clarividentes.
La primera en expresarlo fue Lilly Allen, en 'The fear'. La letra es, aparentemente, el manifiesto vital de una popstar que compite por ser la más frívola y petarda. Nada más empezar suelta la primera perla: "Quiero ser rica, quiero montones de dinero. No me preocupa el ser lista, no me preocupa el ser graciosa".
A esta le siguen otras: "Soy un arma de consumo masivo, pero no es mi culpa, es como estoy programada para funcionar."
Pero de repente llega el estribillo y la mueca de miedo e inseguridad aflora cuando reconoce: "Ya no sé lo que está bien y lo que es real, ya no sé qué debería sentir, cuándo crees que se aclarará esto, porque el temor se está apoderando de mí."
Como para confirmar esta sensación de confusión y vacío, la melodía de fondo es tremendamente melancólica. En contraste con el cinismo rampante de la letra, si hay algo que trasmite es desencanto. Lilly pregona algo que en el fondo no termina de creerse, aunque pretenda lo contrario. Y lo expresa con una infinita tristeza.
Cuando oí The fear por primera vez, pensé dos cosas: la primera, que es el mejor tema que ha escrito. La segunda, que algo estaba empezando a cambiar. Convencido además de que la letra reflejaba algo mucho más extenso, un sentir más colectivo: Lilly Allen ha sido, como pocas, una voz generacional.
En esta denuncia del consumismo idiota y el culto impío al dinero, le ha tomado el relevo estos días otra cantante británica, Jessica Ellen Cornish, más conocida como Jessie J. Y lo ha hecho con un tema, 'Price tag', que ya incluí en mi entrada anterior.
"Parece que todo el mundo tiene un precio -canta Jessie J-; me pregunto cómo pueden dormir de noche, cuando las ventas son lo primero y la verdad lo segundo..." En el estribillo proclama: "No es sobre el dinero, no necesitamos vuestro dinero, solo queremos hacer bailar al mundo y olvidarnos de la etiqueta del precio."
Destaco unas frases más: "Por qué está todo el mundo tan obsesionado, el dinero no puede comprarnos la felicidad, ¿no podemos desacelerar y disfrutar del ahora? Garantizado que nos sentiremos muy bien."
La chica, compositora de talento y con un estilazo alucinante, sufrió un derrame cerebral con 11 años, lo que seguramente le abrió una perspectiva nueva. Es lo que suele pasar tras vivir una de estas experiencias: que aprendes a valorar lo realmente importante.
Y alguien me dirá: 'Boberías, no se puede ser tan cándido. Si hay algo que da la felicidad, es el dinero.'
Es probable, no lo niego, pero hasta cierto punto. Porque me permito recordar que la que fue la mujer más rica del mundo, Christina Onassis, fue también, mientras vivió, la mujer más desdichada del planeta: pasó toda la vida amargada y deprimida, luchando contra la báscula y sus adicciones, sintiéndose una desgraciada en el amor... De hecho se intentó suicidar varias veces, pero su fin fue más patético: acabó muerta en una bañera, infartada por un atracón de pastillas para perder peso.
Mi madre nunca lo entendió. Siempre lo decía, "Hay que ver esta mujer, que lo tenía todo."
Lo que quizá solo confirme una cosa: que al final los extremos se tocan, y llega un momento en que viene a ser lo mismo tener todo y tener nada.
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