lunes, 15 de septiembre de 2008

Piensa en rosa



Ah, los años 50... La década de color de rosa.
Todo se tiñó entonces de ese color: la publicidad, los Cadillacs, los caniches, las barras de labios de Avon y Margaret Astor, los musicales, el tupperware, los trajes de Chanel que lucía Jackie O...
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Normal.
Al menos en Estados Unidos, aquellos fueron años de prosperidad casi ilimitada, de euforia como campeones del mundo libre, de confianza en el futuro (atómico), del auge sin parangón del american way of life, cuando todo el mundo tenía casa, coche, una hija preciosa a punto de graduarse y electrodomésticos (entre ellos, un flamante televisor).
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Había trabajo para todos, y todos vivían en una suburbia feliz con sus jardines eventualmente recortados por un Eduardo Manostijeras mientras Kennedy, desde la tele, les prometía el espacio como la nueva frontera.
Las paredes de las ciudades estaban limpias de grafiti, General Motors aún hacía de Detroit la pujante Ciudad del Motor, con pleno empleo, y los hombres todavía llevaban sombrero y fumaban Marlboro como cosacos mientras babeaban por Marilyn.
En el horizonte de sucesos no se perfilaban todavía ni crisis, ni carestía del petróleo, ni paro masivo, ni guetos urbanos, ni drogas, ni conflictos sociales, ni oleadas de inmigración ni riots...
Nadie sabía entonces, salvo cuatro intelectuales beatniks raros que habían leído a William Burroughs, lo que era un yonki.
Ni, por supuesto, lo que significaba que uno de ellos pudiera darte el palo en la calle.
¿Cómo no iban a verlo todo de color de rosa, si tenían motivos de sobra para vivir satisfechos y confiados?
La de los años 50 fue una década dorada entre Canadá y Río Grande que quizá nunca jamás se vuelva a repetir.
Pero que nos dejó su legado, un legado imperecedero de látex rosa con complementos a juego.
Porque ¿a que no sabes cómo se despidió la década más naif que ha conocido la humanidad?
Creando, en 1959, a la muñeca Barbie.

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