jueves, 19 de noviembre de 2009

Échale la culpa al googie


Esto es, a la arquitectura googie, ese estilo futurista que puso de moda La Aguja Espacial de Seattle en 1962 y que seguramente ha protagonizado más de un falso avistamiento de platillos volantes.
Porque a eso precisamente es a lo que recuerdan muchos de estos enormes frisbees hi-tech encaramados en lo alto de esbeltísimos cilindros, como los nuevos totems space age plantados en medio de la ciudad. O del campo, pues también se hizo muy popular para depósitos de agua, áreas de servicio y torres de control.

En Madrid poseíamos un ejemplo intachable de arquitectura googie, hasta que algún iluminado tuvo la genial idea, primero, de convertirlo en macetero gigante y, finalmente, de derribarlo.
Me refiero a la torre con restaurante circular arriba que sirvió durante años de símbolo al Parque de Atracciones de Madrid.
De hecho, desde su inauguración y hasta su trasformación en un nido de lianas mutantes, su nombre oficial era El Platillo Volante.


Ese es el gancho de la arquitectura googie: por un lado la sonoridad sexy de su nombre, como de baile de los años 40 interpretado por big band; por otro ese aspecto indefinido y andrógino.
Seguro que desde un principio, con la histeria colectiva por los OVNIS en pleno auge, sus siluetas ambiguas dieron motivo a más de una confusión.
La gente creía estar viendo un platillo volante entre las nubes o tras la niebla y en realidad se trataba del restaurante panorámico recientemente inagurado en la torre de televisión.
Era la escasa vista o las condiciones metereológicas, se excusaban luego algunos.
Otros simplemente insistían: "¿La torre? Naaa, yo lo que vi fue un OVNI."

Son los denominados ufólatras, adoratrices de una nueva religión que ha venido a sustituir los mitos y dogmas antiguos por otros que van más allá y cambian el concepto de "cielo" por el de "espacio exterior". Esta religión, la ufolatría, sí que se dispara al infinito. Es su meta, su templo, su campo de estudio y oración.
Convencidos también de la existencia de seres ultraterrenales, a estas alturas ya no se arrodillan ante dios ni amo, pero sí se postrarían en el acto ante la aparición de unos seres humanoides en un encuentro en la tercera fase.


A este nuevo culto le está pasando como al de los cristianos evangélicos, que se está expandiendo a la velocidad del universo. Y como ocurre en cualquier secta, contagia a todo tipo de gente: inculta o cultivada, rica o pobre, ciudadano corriente y moliente o celebrity excéntrica.


Me estaba acordando de repente de la ida de olla que tuvo hace poco Robbie Williams, que llegó a marcharse a vivir al desierto, en una tienda, durante meses, esperando contactar con algún borrachuzo cocainómano de la amplia comunidad intergaláctica para irse juntos de farra (sin negar por ello que hubiera detrás una búsqueda espiritual màs elevada).


Ahí están también las pasmosas declaraciones de la primera dama de Japón, por si no tenían bastante con el drama en palacio de una emperatriz deprimida y anoréxica. A la buena señora le ha dado por decir, ignoro si después de enchufarse una buena garrafa de sake, que visita el planeta Venus con cierta regularidad y que se comunica con seres de otros mundos, en los que cree a pies juntillas, tan juntillas como los puede llevar una geisha.


¿Qué quieres que te diga? Échale la culpa al googie: él también es responsable en parte de tanto disparate, pudiendo ser confundido con naves espaciales que abducen caniches con su rayo succionador.
Que yo sepa no existe ningún caso documentado, pero estoy convencido de que estas construcciones avanzadas han ayudado al delirio o trance místico de más de un ufólatra fanático.
La fe no es que sea ciega, es que distorsiona la visión.

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