jueves, 31 de diciembre de 2009

Repesca de un viejo y sórdido affaire


Rescato una de las fotos de un post publicado en junio de 2008, una temporada en que anduve más fúnebre y necrofilíco de lo normal.
Entre otras estimulantes actividades, me dio por visitar un camposanto, el de Pozuelo de Alarcón.
En mi errático deambular por el recinto, di con la lápida de una tumba que entonces sólo me llamó la atención por la sonoridad eslava de sus apellidos y a quien yo, románticamente, tomé por una pareja de aristócratas de algún país del este que escaparon de la Revolución. La ignorancia, que es así de atrevida.
No sabía yo entonces la historia que había detrás. Ni la podía imaginar siquiera. Tampoco me acordaba de Sandra y de lo que le ocurrió, era muy niño.
Y eso que probablemente no me perdí el capítulo de Curro Jiménez en el que apareció. Y que algo tuve que oír de todo aquel revuelo, salió en todas las revistas...
Pero es lo que yo digo, los hombres, por lo general, tenemos la polla muy larga y la memoria muy corta.

Afortunadamente, lo que uno escribe en un blog permanece luego siempre ahí, colgado y consultable, 24/7 y por los siglos de los siglos mientras un apagón digital de consecuencias catastróficas no lo eche todo a perder.
Meses, muchos meses después, un lector que firma como Anónimo me ha dejado en él un comentario, poniéndome al corriente de quién era en realidad esta mujer, Sandra Mozarovski, una joven y exuberante actriz nacida en Tánger de padre ruso (el que está enterrado con ella) y madre española.

La muchacha, que era un pimpollo de muy buen ver con unos preciosos ojos verdes, había hecho sus pinitos en el cine y era considerada, a sus 18 añitos, una de las musas del destape.
Y al igual que otras compañeras de reparto, compartió también un trágico destino.
Nadie se lo esperaba, cayó como un mazazo. No ella, que también, sino la noticia: llena de proyectos y con toda una vida por delante, se vio envuelta en un inexplicable accidente, al precipitarse al vacío desde la terraza donde, aparentemente, estaba regando las plantas.

Según cuentan, desesperada por su tendencia a engordar, se atiborraba de pastillas que o bien la amodorraban o bien le habían producido un fatal mareo que la había hecho caer. Otros hablaron de suicidio. Y otros, de que fue suicidada.
Desde altas y coronadas instancias con las que, presuntamente, había tenido un affaire clandestino, que ya se sabe que cierta estirpe de reyes ha sido desde siempre muy pichabrava.
La debilidad antigua de estos monarcas de opereta por actrices, sopranos, vedettes y coristas a veces lleva a callejones sin salida y juega malas pasadas, sobre todo a quien en una relación tan descompensada más tiene que perder.

Hablamos confidencialmente de una información que en su día fue censurada, de uno de esos rumores que hacen un ruido de fondo como de tam tam de la selva y que no puedes ahogar por más que eches paletadas de silencio encima.
Quizá debido a que la relación se estuviera volviendo demasiado comprometida o indiscreta, quizá por tedio real y porque ya estorbaba más que convenía, este rollizo bombón de ojos felinos y carrera prometedora fue, por oscuras y alcahuetas razones de Estado, sencillamente eliminada.
Lo que recuerda a un asunto similar que forma parte ya del acervo conspiranoico colectivo.

Yo ni afirmo ni sostengo nada, ni quito ni pongo rey (¡qué más quisiera!), pero sí recojo una larga sombra de sospecha que, infundada o no, viene rodeando este trágico asunto desde que ocurrió, allá a finales de los años 70.
Y ya se sabe que cuando el río suena...

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