viernes, 18 de diciembre de 2009

Violencia y diciembre


Reconozco que no es la asociación que suele hacerse entre una cosa y otra.
Diciembre, se supone, es el mes del buen rollo: la navidad, los reencuentros con familia y amigos, las fiestas, los regalos, la solidaridad, los buenos deseos, todo eso. Pero también de zambombazos como el que se ha llevado Berlusconi, destrozándole de golpe -nunca mejor dicho- la careta conseguida en el quirófano.
Lo que me llama la atención es que, incluso para atacar a un político, los italianos muestran su particular sensibilidad, condicionada por un entorno exquisito, rebosante de arte.
Aquí habríamos tirado una tortilla de patatas, un ladrillo o un mechero.
Allí le han arrojado una réplica en alabastro de la catedral de Milán.
Lo de las Torres Gemelas fue un alarde de imaginación, lo de Berlusconi ha sido un alarde de fineza.

Yo no es que me alegre de ver a Berlusconi con la cara reventada; es un fanfarrón y un cretino que, como mucho, se merece un tartazo. Tampoco voy a meterme ahora a analizar si se lo buscó por su actitud provocadora y chulesca que ha envenenado el ambiente de su país hasta lo insoportable.
Yo, por una vez, me limito a seguir la corriente y condeno enérgicamente este como cualquier otro acto de violencia, siempre injustificada como medio de reivindicar nada en una sana y civilizada vida pública.
No me voy a poner a llevar la contraria, cuando en esto ha coincidido todo el mundo con extraordinaria unanimidad.



De la que, al parecer, no se han enterado los taxistas. A los pocos días del magnicidio con souvenir, se manifiestan en Madrid y la lian parda, como cabía esperar de un colectivo tan primario.
Gritan como si nada "¡socialistas, terroristas!", que me parece una acusación demasiado grave como para corearla ligeramente por muy reaccionario que seas, apedrean furgonetas, colegas esquiroles, la sede de Comisiones Obreras y unos cuantos coches oficiales. A punto estuvieron de organizar una masacre en hora punta.
No sé que tiene el taxi que hace que quien lo conduce regrese a las cavernas.

Luego está el misterioso affaire Tertsch, otro caso de violencia lamentable hacia un periodista ejemplar por su parcialidad y ciudadano de lo más pacífico mientras no haga falta liberar a unos paisanos secuestrados por Al Qaeda, que entonces mataría sin parpadear a 15 o 20 de ellos.
Lo más rocambolesco del asunto han sido las especulaciones de esa derecha paranoica que habita un lugar catastrofista, malhumorado y sin seguridad social cercano a donde viven los monstruos.


Comenzaron con las sibilinas insinuaciones de nuestra honorable presidenta, esa arpía sin escrúpulos que tiene mesmerizada a media población madrileña, incluidas las más modernas.
Muy en su línea, relacionó como quien no quiere la cosa el ataque a su pregonero oficial con la "agresión moral" que representaban las burlas que de él habían hecho en el programa de Wyoming.
La probable conexión, por disparatada que fuese, inflamó enseguida las tertulias más histéricas de los medios sentados a la diestra del padre, hasta el punto de pedir la dimisión de Zapatero(???).


Al final ha resultado que la indeseable agresión a Herr Hermann no tenía nada que ver con las parodias de "El intermedio" sino más bien con los gajes de frecuentar ciertos oscuros submundos.
Pero el mensaje de sospecha ya se ha lanzado, y a un público fanáticamente receptivo, toda esa gerontocracia embrutecida que vota en masa al PP y que echa espuma por la boca cuando ve "El gato al agua".
Y a lo mejor, si algún día se cruzan con Wyoming por la calle, les entrará el coraje y le arrearán un bastonazo, que estos furibundos viejos peperos pueden llegar a ponerse muy exaltados: no tienes más que plantarte delante de ellos disfrazado de José Bono o con un micro de la SER.
Pero ¿violencia? ¿Quién habla de violencia?
Eso los aberzales y los piqueteros. Lo nuestro es santa indignación, hombre, santa indignación.

No hay comentarios: