viernes, 28 de marzo de 2008

Arquitectura & Principios


De los de antes.
Cuando más que principios eran compromisos.
Yo no sé cómo la gente vivía tranquila con tanta responsabilidad encima...
De hecho, una cosa que hoy se nos antoja tan prescindible y tan tonta como el honor, producía mucho estrés en otros tiempos.
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Consideradas objetivamente, son tres palabras solemnes y bonitas.
Lo malo es que hoy las leemos y nos parecen conceptos tan arcaicos como los diez mandamientos. Tampoco dejan de sonar grandilocuentes y falsas, como a argot propio de obras teatrales de capa y espada.
Tres palabras rotundas que poseen el glamur nostálgico de lo old fashioned, como una vieja estrella del cine mudo o llevar sombrero.
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Las fotos fueron tomadas en el Panteón de Hombres Ilustres que hay junto a Atocha.
Un monumento aburridísimo.
No de ver, sino de sí mismo: casi nadie lo visita.
Yo creo que hasta los mismos muertos que yacen allí se olvidan a veces de que existe.
Hace un par de años todavía había un vigilante dentro; ahora ni eso.
La mayor parte del tiempo, la soledad es absoluta.
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De él se podría decir que es una joyita escondida, un remanso de paz, un oasis en medio del bullicio y el tráfico, un refugio inesperado y blablabla. Vamos, lo que suele decirse en estos casos, tópicos de guía de viajes urbana.
Para mí es uno de los lugares más románticos de Madrid.
Y el olvido sangrante que sufre lo hace doblemente romántico.
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También es un viaje al pasado, una lección de escultura y un baño en la quietud gélida de la muerte, repartida en imponentes mausoleos de mármol.
Y uno hasta experimenta una cierta inyección de patriotismo. Pero de patriotismo tranquilo, introspectivo y frío, que es como deberían ser todos los patriotismos.
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A mí, aunque esa soledad sepulcral me reconforta, en el fondo me apena ver cómo languidece este edificio, tan olvidado y caduco como los valores que ensalza.
Necesita una renovación urgente si quiere recuperar algo de vidilla, aunque esto, hablando de un panteón, suene grotesco y hasta sarcástico.
Lo que no puede es morirse de asco. Le conviene un cambio radical de paradigma.
En estos días de paridad y rosas, de reparación definitiva a la discriminación histórica que ha sufrido la mujer, este Panteón debería llamarse "Panteón de Hombres y Mujeres Ilustres", y prepararse para acoger los cadáveres exquisitos de, qué sé yo, Rocío Dúrcal, Lola Flores, Rocío Jurado (sólo con folclóricas se podría completar un ala, que sería sin duda la más visitada), Carmina Ordóñez, María Luisa Seco o Corín Tellado (aunque esta última no estoy muy seguro de si está viva o muerta...).
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También habrá que actualizar el casting de hombres enterrados, que no se ha renovado desde que fue sepultado aquí el actor protagonista de Dónde vas Alfonso Doce?
¿O era Cánovas del Castillo?
Da igual. Hay que renovar también la lista de muertos. Se me ocurren varios candidatos, todos igualmente meritorios: el payaso Fofó, Félix Rodríguez de la Fuente, Carlos Berlanga, Jaime de Mora y Aragón o incluso algún intelectual de porte, como los recientemente desaparecidos Umbral o Fernán Gómez, que parece mentira que sólo nos acordemos de ellos para ponerle su nombre a institutos de enseñanza secundaria de ciudades dormitorio...
De todas formas no podrá ser.
En este país en el que el patriotismo tiende a ser más disgregador que integrador, vaya usted a saber por qué, todos quieren que el héroe nacional esté enterrado en su pueblo.
Y menos que se lo quiten para que se lo lleven a Madrid...
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El Panteón de Hombres Ilustres no tiene arreglo.
Aunque, bien pensado, mejor que se quede como está.
Olvidado. Alienado. Patético.
Ahí radica todo su encanto.

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