martes, 15 de julio de 2008

Arquitectura & Decrepitud





Residencia Las Praderas, Pozuelo de Alarcón.
Para empezar, no entiendo por qué le ponen un nombre así, cuando las praderas son algo lleno de vida y aquí la sensación que domina es precisamente la contraria, la anti-vida.
Hablamos de un lugar donde la vida se escapa a chorros, donde no hay diferencia entre los residentes y los muebles, igualmente viejos. Que apesta a alma desahuciada y donde la decrepitud también puede olerse. Y es un olor intenso e incómodo que lo impregna todo, que se masca en el aire y se palpa en puertas y paredes porque es como una emanación, una nube tóxica, una radiación nociva.
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Se te encoge el alma entre tanto bulto frágil, arrugado y en babia. Y los pocos que entran conservando algunas facultades mentales, al poco las acaban perdiendo, contagiados del ambiente catatónico.
Si es verdad que existe un karma colectivo, el de esta residencia es un karma terminal, un karma vacío de emociones, nociones y recuerdos, un karma que vegeta en equilibrio precario, un karma que agoniza.
Su hálito, como el de los viejos, huele a medicinas y a muerte.
Y te rodea por todas partes.
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El bulevar de las mentes perdidas.
La mayoría de sus residentes tienen la cabeza extraviada; algunos han pasado incluso un punto de no retorno. Podríamos decir que el estado mental de esta residencia es el de no-mente.
Todo en ella es decadencia y decrepitud. Para reforzar esa impresión, la decoración es kitsch y anticuada, con muebles de metacrilato con cantoneras y rebordes de latón dorado, tapetitos de ganchillo, butacas de eskai color diarrea, teléfonos de pared de posguerra, objetos de adorno sacados de algún emporio chino de baratijas horteras, visillos con estampados que podrían constituir alguna forma de delito, flores de trapo llenas de mugre...
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A la decadencia física le acompaña la decadencia estética, lo que lo convierte en un lugar realmente desasosegante.
Nunca he estado entre cuatro paredes donde la negación de lo vital, como principio y como fundamento, sea tan evidente: espectros cochambrosos que deambulan por los pasillos, cuerpos sentados aquí y allá que podrían pasar por disecados y una señora arrinconada en una silla de ruedas, igualmente ensimismada en sus cosas (o no-cosas) que parece llevar ahí siglos, como una especie de sibila minusválida...
¿Habéis oído hablar de la "antesala de la muerte"'
Bueno, pues yo he estado y es esto.
Un sitio deprimente y horrible donde la única vida que chisporrotea es la de los tubos fluorescentes.

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