lunes, 13 de octubre de 2008

De chantajes morales, libros malditos y lenguas muertas

Una de tantas agencias de comunicación me envía estos días un mail con un título de lo más sugerente: “Tú eliges entre Dios o Satán”,lo que para alguien como yo, que se columpia continuamente entre la fidelidad a uno u otro, suena a la típica pregunta que te hacen de niño mientras te pellizcan el moflete, la de a quién quieres más, si a mamá o a papá.

Por supuesto, picado por la curiosidad, lo abrí enseguida. Yo esperaba que me dieran alguna clave para decidirme definitivamente por uno u otro, con tablas comparadas de pros y contras, ventajas y desventajas; algo así.
Pero no. Cuál no sería mi shock cuando descubrí que dicha agencia promociona a la vez, y sin que parezca suponerles ningún conflicto, dos libros de contenido espiritual diametralmente opuesto, por no decir que practican kick boxing entre ellos si se les deja juntos sobre la misma mesa.


Uno es la "Biblia Satánica" de Anton LaVey, el llamado papa negro y fundador de la Iglesia de Satán, personaje siempre preferible al repugnante y sobredimensionado Alistair Crowley.
Su biblia contiene un mensaje mucho más positivo y revelador acerca de la verdadera naturaleza del diablo de lo que cabría esperar; digamos que no anda nada descaminado y es, desde luego, mucho menos temerario que el abad de Thelema.

El otro es el último best seller del tándem formado por Tim La Haye y Bob Philips, autores norteamericanos de novelas fundamentalistas cristianas bastante tremendistas en las que los protagonistas, guerreros de la fe, están siempre combatiendo las fuerzas del mal mientras el Día del Juicio Final se les echa encima.
Es más, según Tim La Haye, es sólo cuestión de tiempo. Y es que Tim, pese a tener nueve nietos, contempla un futuro bastante negro. La nota de prensa asegura que es experto en profecías, pero esto yo no me lo creo.
Profetas autoproclamados ha habido y habrá muchos, y llevan anunciando el fin del mundo desde que el ídem es ídem. Y lo cierto es que nunca acaba.

Lo más gracioso del asunto es que, el día que esto se vaya definitivamente a tomar por culo, por la causa que sea, no serán capaces de anticiparlo; les pillará por sorpresa, como a todos los demás.
Lo que es indiscutible es que la pareja La Haye-Philips reinventa el Apocalipsis en cada nuevo libro, embolsándose de paso unos cuantos millones de dólares.

Que la religión, especialmente en Estados Unidos, se haya convertido en un negocio obsceno no es nada nuevo.
Que la misma agencia de prensa promocione sin problemas dos libros tan radicalmente enfrentados sí es novedad, pero tampoco me choca ni me sorprende.
El dinero hoy día lo puede y ensucia todo. Es el fetiche de la tribu. El ídolo ante el que todos nos postramos y arrastramos como lombrices.

Conozco una farmacia opusina en Pop-zuelo donde, acogiéndose a una cláusula moral, se niegan a venderte preservativos, pero es la rarísima excepción que confirma la regla. Lo normal es que, cuando hay bisnes de por medio, sobren los escrúpulos.
Yo no sé por qué me dan a elegir entre Dios o Satán, si estamos todos vendidos al dinero.

El caso es que la última obra de ficción cristiana de Tim y Bob se llama “La escritura en la pared”, evocando el incidente que tuvo lugar milenios atrás cuando en el banquete de un pérfido rey babilonio una mano fantasmagórica trazó sobre el muro tres palabras misteriosas: Mene, Tequel y Uparsin.

No me voy a poner ahora a desentrañar su mensaje. Ya lo hizo por mí el profeta Daniel, con una interpretación entre creativa e intuitiva que pasó por aceptable. Unos dicen que las tres palabras pertenecían a la Lengua de Enoch, arcaico idioma celestial que hablaban Dios y los ángeles y que también entendía Adán.
Otros afirman que era la lengua de los habitantes de la Atlántida.
Vete a saber.

Lo cierto es que no hay mayor reto intelectual ni acertijo más fascinante que el que ofrece un lenguaje ignoto o secreto, testimonio de una cultura iniciática o de una civilización desaparecida.
Nada puede excitar más la imaginación que encontrarte con un código enigma o un lenguaje arcano que no se puede descifrar, como el del Manuscrito Voynich.

Encriptar el texto le confiere una doble carga mágica. Es reforzar su potencial. Y su misterio. Ahí radica principalmente el sex appeal de los conjuros y hechizos, de los tratados de alquimia, de los manuscritos inexplicables, de las inscripciones en piedras milenarias, de los jeroglíficos.
De las palabras enigmáticas que nadie conoce y cuyo significado se ha perdido en la noche de los tiempos.
A veces hay alguien cerca que es capaz de interpretarlas, como el profeta Daniel. Otras en cambio no, y permanecen ahí, herméticas, indescifrables, como runas o criptogramas de una lengua que quizá hablaban los dinosaurios o que tal vez nos fue enseñada por nuestros progenitores del espacio, esos dioses alienígenas que, según unos, provenían de Sirio y, según otros, de Nibiru, el duodécimo planeta.
De nuevo, vete a saber.
Aunque en este caso particular, y si es verdad que en 2012 contactaremos con ellos, ya nos sacarán de dudas.

2 comentarios:

ciudadanoe dijo...

super minicrónica literaria y religiosa entre el bien y el mal ;-)
el primer párrafo; chiflante. applause!

David Pallol dijo...

Entre el bien y el mal, entre la espada y la pared, between a rock and a hard place, entre Pinto y Valdemoro, entreplanta o entresuelo... Si mi vida la midiera un oscilómetro, se volvería loco!

Y me inclino muy honrado por el aplauso.

Besazo!