miércoles, 19 de noviembre de 2008

Física o química


La primera es esa ciencia que explica los resortes y mecanismos que mueven el Universo con sutilísima eficacia. Un conjunto de leyes misteriosas pero inexorables que se cumplen a rajatabla en todos los casos, sin variaciones dramáticas ni desagradables sorpresas.
Nada, por otra parte, escapa a su influencia: todo en este mundo y fuera de él, en esa vastedad cósmica que se extiende ahí fuera, sigue escrupulosamente las leyes de la Física.
Leyes, por cierto, que nadie cuestiona.
Lo que me resulta de lo más llamativo en estos tiempos sin verdades absolutas, en los que para casi todo conviven sin problemas dos versiones o teorías alternativas: Evolución vs. Creacionismo, Holocausto vs. Negacionismo, Telemadrid vs. Cuatro, el hombre conquistó la luna/jamás la pisó y todo fue un montaje, Al Qaeda existe y es una amenaza real/para nada, sólo un invento de los americanos, Lady Di murió en un accidente casual/provocado, la Guerra Civil comenzó en el 36/34, el 11-M fueron los hutus/los tutsis...
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Ante esta tendencia revisionista, no me explico por qué la Física no tiene igualmente su parte de polémica y controversia; es algo que me desconcierta por completo, por mucho que sus leyes no admitan contradicción.
Así que para arreglar el desajuste voy a proponer una teoría alternativa a la Ley de la Gravedad. Es simple, es esta: las manzanas no caen, se tiran porque tienen tendencias suicidas.
Hay que entenderlo: ser manzana es aburridísimo, todo el día colgada del árbol sin nada que hacer, desesperada porque te penetre un gusano, esperando lánguidamente, en ese corredor de la muerte que es la rama, a que te recojan para hacer contigo sidra El Gaitero que, si uno lo piensa bien, es un final bastante indigno.
Otra cosa bien distinta es que te llames Apple y seas hija de Gwyneth Paltrow y Chris Martin de Coldplay.
En este caso, la vida de una celebrity kid, por mucho que se llame manzana, es siempre de la variedad golden.



De las dos la química es la que más mal rollo da, la que repele a mayor número de personas.
No deja de ser una absurda paradoja, puesto que todos nos servimos de ella para estar más guapos, conservar la comida más tiempo y tenerlo todo desinfectado y limpio. Pese a sus numerosas e indiscutibles ventajas, la química es una ciencia para muchos sospechosa y oscura, potencialmente nociva o tóxica.
Esta quimofobia viene de antiguo: la química siempre ha tenido muy mala reputación. Será porque, antes de ser reconocida como ciencia, se la consideraba una variante de magia negra.
Me refiero a los oscuros tiempos de la humanidad en que era conocida como alquimia y se practicaba en sótanos lúgubres con fórmulas secretas y ritos que se tenían por diabólicos.
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A algunos de aquellos pioneros se les llegó a quemar o condenar por brujos, cuando además de maestros del conocimiento gnóstico fueron padres fundadores de la química moderna, esa que hace nuestra vida tan agradable, perfumada y aséptica.
El paradigma ha cambiado desde los tiempos de la alquimia clandestina, pero no tanto. La mayoría de la gente sigue percibiendo la química como una disciplina peligrosa con efectos de alto riesgo.
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El prejuicio está bien arraigado en la psique colectiva, hasta el punto de que a la opinión pública le cuesta asimilar la transición de brujo demoniaco a respetable científico de bata blanca. Continuamos presos de nuestra ignorancia medieval respecto a la química, por eso entre mucha gente se da un rechazo casi instintivo hacia sus productos y aplicaciones.
Y no se lo merece, porque esa misma gente olvida fácilmente que siempre ha intervenido para mejorar nuestro bienestar y nuestra calidad de vida.
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Yo al menos no puedo mostrarme tan ingrato.
Por muy frívolo que aparente ser, hay cosas que tengo muy en cuenta. Como toda la felicidad que me han proporcionado Jimmy Neutrón, Quimicefa, la fórmula de la Coca-Cola, el paracetamol, el ibuprofeno y el ácido lisérgico, el desodorante, la pasta de dientes y el nitrato de amilo, los líquidos para lentillas, la gomina para el pelo y los antihistamínicos, el Lorazepam, la anestesia, el Fortasec y los Hermanos Químicos, el Ventolín, el Yacutín y todo lo sintético, por no hablar de esos géiseres como fuentes de Montjuïc que monto en mis experimentos con Coca-Cola light y Mentos.
Todos esos pedorros de amig@s naturistas-nueva-era-kundalini-veganos que tengo me dicen que cómo puedo decir eso, que estoy loco, que la química es veneno.
Pues nada, les digo yo arrancándome por rumbas, si es así, dame veneno que quiero morir, dame venenoooo...

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