miércoles, 1 de julio de 2009

El rey ha muerto, ¡viva el rey!



Para terminar de teñir la temporada de negro, después del triunfo de Obama, va y se nos muere Michael Jackson, aunque este, más que teñir, desteñía. Y además a chorros.

El caso es que no recuerdo un revuelo tan grande por la muerte de un grande de la música, y eso que he vivido ya la de unos cuantos.

El primero fue Elvis, el rey del rock, allá por el verano del 77, de lo que apenas guardo algún vago recuerdo.

El segundo fue Bob Marley, el rey del reggae, y de la muerte de este sí me acuerdo muy bien.
Había sido en mayo del 81, pero la resaca la viví ese verano, en Irlanda. En todas las tiendas de discos de Dublín, y había unas cuantas para lo pequeña que es la ciudad, había banderas etiopes o posters de Bob Marley con crespones negros.
Aquel verano en particular Dublín tenía una pinta muy fúnebre. Ese mismo mes de mayo había muerto también, tras una larga huelga de hambre, el preso del IRA Bobby Sands, y en muchas esquinas de la ciudad había retratos suyos con bandas o lazos negros, velados por parejas de militantes, cubiertos con pasamontañas o a cara descubierta, y ante los que la gente dejaba flores o velas.



Después vinieron las muertes de John Lennon, Freddie Mercury o Kurt Cobain... Todas tuvieron su impacto en la opinión pública, pero vamos, yo no recuerdo una pena y una conmoción tan grandes como las que ha producido la defunción inesperada del más notorio de los Jackson.

Quizá porque se trataba de la popstar por excelencia, la que quizá inventó eso, ha sido la muerte más global y más mediática. Y la que más ha afectado a mucha gente, que no pensaba, sencillamente, que alguien como Michael pudiera extinguirse.
Alienado desde niño por el éxito, se construyó una identidad y una realidad aparte, en su país particular de nunca jamás.

Y allí parecía situarse, por encima de todo, incluso de la muerte; era una estrella con categoría de sobrehumana que nadie se esperaba que muriera porque es como si te dicen que ha muerto Blancanieves, Mickey Mouse o, ya que le comparaban con él, Peter Pan.



Michael Jackson había alcanzado un estatus de personaje irreal, ficticio, como de cuento o dibujo animado hecho carne.
Se nos había olvidado que era mortal, para todos nosotros ya era inmortal antes de tiempo; pero finalmente ha fallecido, de la noche a la mañana y a los 50 años, la edad ideal para desaparecer de la escena aún con dignidad (y en este país Carmina Ordóñez es un buen ejemplo de que una retirada a tiempo vale más que una victoria decrépita).

Hay uno en el Facebook al que parece que se le ha muerto el padre o el hermano mayor, lleva ya varios días de luto recalcitrante, poniendo en sus comentarios de estado cosas del tipo “y cómo voy a seguir viviendo a partir de ahora” o “ya nada será lo mismo sin él”. El pobre, como que no levanta cabeza. Claro que peor está el doble ruso de Michael Jackson, que del disgusto se ha cortado las venas.

En lo que a mí concierne, he visto ya tal desfile de estrellas musicales pasar al otro barrio que se me ha hecho callo. En cuanto al mundo, seguirá girando como si nada, indiferente a esta como a millones de muertes diarias.

La vida no va a detener su curso, pero sí es cierto que, después de haber visto cómo han muerto el rey del rock canónico, el rey del reggae, el rey del rock alternativo y el rey del pop, el día que me falte también la reina del soul se habrá descabezado definitivamente para mí esa monarquía alternativa que es la única que respeta y acata un republicano como yo: la que ejercen las figuras coronadas de la cultura pop.



Lo que no quita para que el showbusiness se renueve y encontremos nuevos reyes y reinas, que ya se sabe que, por encima de todo, el espectáculo debe continuar.
Lo de Michael Jackson ha sido una tragedia, pero a rey muerto, rey puesto.
Y que nos quiten lo bailao.
Gracias, Jacko.

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