miércoles, 27 de julio de 2011

¿Qué es el amor?


Lo mismo que se preguntaban Howard Jones o Haddaway me lo vengo preguntando yo. Y la verdad, no sé si tengo ingenio serrano para responder.
Infinidad de escritores, compositores, guionistas y poetas lo han hecho ya antes que yo y seguramente más inspirados, así que no voy a entrar en un terreno más pisoteado que la frontera tex-mex.
Pero sí es cierto que esa cosita loca llamada amor puede dar mucho de sí.
Y no hablo solamente de dilatación de esfínteres.


El post anterior iba de hipnodominación. Pues bien, en este toca hablar de los objectumsexuals (en inglés) o, traducido al español, objetosexuales.
Personas que, en vez de enamorarse de otras personas, se enamoran de objetos. Y con objetos incluyo algunos del porte del Golden Gate en San Francisco o de la Torre Eiffel en París, con la que una mujer americana se llega a casar y a consumar matrimonio sentada a horcajadas sobre una viga de acero, frotándose contra ella y besándola con ternura en una ceremonia nada íntima, más propia de un reality de Tele 5.
Esto, entre otras cosas, lo he visto en un documental de la BBC, probablemente la mejor televisión del mundo. Sus documentales al menos no tienen parangón. Nada que ver con los casposísimos que se hacen aquí, superdesfasados, siempre estancados en lo mismo, soporíferas rutas del románico, gastronomía en mi mochila, lo que queda de fauna ibérica y ese clásico incombustible que es recorrer provincias y ciudades a vista de pájaro.
Que más me gustaría que en España se realizaran documentales de la BBC como el de los Universos Paralelos, con esa superstar de la física que es Michio Kaku, pero en la ancestral España, como mucho, se dedican a la pasión y emoción de la Semana Santa en Sevilla.


Menos mal que, a anglófilos irredentos como yo, siempre nos quedarán dos cosas, Stephen Fry y la BBC.
Y es gracias a ella que he descubierto este nuevo colectivo de amantes tan especiales. No los llamo disfuncionales ni frikis ni siquiera locos de atar porque no soy nadie para juzgarlos.
Si han decidido mantener un apasionado romance con el Muro de Berlín, al que consideran el muro más sexy del mundo, y hasta hacer el amor con él, en vez de revolcarse con el vecino, con un compañero de oficina o un baboso que han conocido a última hora en el bar, es su opción y supongo que igualmente legítima.
Toda mi vida han cuestionado y despreciado mi sexualidad, no voy a ser yo ahora el que lo haga con los demás, por muy excéntricos que me parezcan. Pero es que el documental, todo hay que decirlo, te deja mentalmente noqueado.
Hay momentos en que llegas a creer que se trata de un falso documental como Borat y en realidad, de forma genial, eso sí, te están tomando el pelo.


Pero no, es un documental serio sobre personas reales que solo se distinguen de ti y de mí en que el contacto humano les repele y prefieren masturbarse sentadas encima de una valla de madera a la que adoran. Y una vez más te pasa como a los bancos, que no das crédito.
Esto de la objetosexualidad sí que es la última frontera, y no las moñadas de la Carrie Bradshaw en esa serie que ha envejecido tan mal como ellas.
Porque uno, hasta ahora, siempre había oído lo de hombre o mujer objeto, pero jamás lo de que un órgano de iglesia, un puente, una atracción de feria o incluso una guillotina pudieran ser objetos objeto, que además de redundante suena un poco a delirio.
Y hasta cierto punto lo es: viene a ser lo del mono de peluche de Sonia Monroy o la muñeca hinchable de toda la vida, pero sublimado.
En este asunto, lo de oscuro objeto de deseo cobra un significado pleno.


Tampoco es algo tan minoritario y marginal: conozco a mucha gente literalmente enamorada de su nuevo cacharrito de Apple. Algunos que yo me sé acarician su iPad o su iPhone con una devoción incondicional que les lleva a babear con lujuria.
Quizás Apple, barriendo para casa, ha iniciado un nuevo culto, el culto a los objetos. Han empezado por los suyos, cómo no, y en eso son brillantes, en dotarles de un halo estético irresistible.
Pero sin duda han sembrado también la semilla de algo más grande. Quizá, en el futuro, veamos a la gente casarse no ya solo con su perro -lo del matrimonio gay estará ya superado, salvo en un par de irreductibles teocracias-, sino que también lo podrá hacer con su smartphone, su ventilador o su robot de cocina.
Para muchos vendrá a ser lo mismo entrar en una sex-shop que en la sección de electrodomésticos, con lo que se confirma la tendencia trasversal del mundo que se avecina.

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