jueves, 18 de febrero de 2016

Echarse al monte (a lo guerrillero)


La entrada anterior era un homenaje a un lugar muy especial que me ha acogido siempre sin juzgarme. Esta en cambio es una balada triste, el fado de la montaña. 
Es muy posible que el monte del Pilar, tal como lo he conocido y disfrutado todos estos años, tenga los días contados. 

Por eso en este post también me tiro al monte, pero a lo partisano, a unirme a la Resistance que lucha porque esta reserva verde del noroeste se salve del deterioro y la especulación.


Esta es la flor de un guerrillero.

Palabra esta última que empieza por Espe, qué curioso. Puede parecer coincidencia que aparezca aquí la Espe, pero no: la campeona de las dimisiones tiene también su conexión con el monte. 
Uno de sus hijos está casado con una Oriol, Carolina. Tan endogámico enlace se celebró precisamente en el antiguo palacio de la familia que hoy pertenece a la Fundación Mapfre.

Los novios prefirieron ser discretos. Y rodearse de un escenario con clase, eso también. Una alternativa más populachera habría sido celebrarlo, sin salir del monte, en una finca llamada El Chaparral que organiza eventos, fiestas y bodorrios. 
Lo más gracioso de todo es que lo han hecho mucho tiempo sin licencia. 
Esto no les ha impedido meterse en obras de ampliación, provocando un trasiego continuo de camiones y volquetes por los caminos de tierra del monte.
Un tráfico pesado que dejaba boquetes a su paso como cráteres de bomba. 



Todo muy pirata y muy descarado, hasta el punto de que se suspendió la actividad hostelera del Chaparral en 2013, aunque no tardó en levantarse el precinto. 
Con lo que volvieron los camiones (ahora de suministro) y el tráfico masivo de coches de invitados los fines de semana. Sin restricciones. Algunos circulando a toda pastilla, levantando tornados de polvo.
No sé qué es peor, si la falta de precaución o la falta de respeto.

Este tipo de actitudes en un espacio como este no deberían tolerarse.
Su valor ecológico es demasiado importante como tenerlo en las actuales condiciones, fragmentado, permitiendo un intenso tráfico rodado por su interior (camiones incluidos) y sin un protocolo común para todo el monte, independientemente de a quien pertenezca.


Linde de piedra que marca el límite entre la parte del monte que pertenece a Majadahonda y la que es ya de Pozuelo. Bueno, de la familia Oriol.

Lo malo es eso, que está más repartido que un gordo de navidad. 
El monte se divide entre dos términos municipales y varios miembros distinguidos de la alta sociedad: los marqueses de Oriol, el conde de Güell (sí, el del Park) y Angustias Martos Aguirre, condesa de Heredia-Spinola. 
En su lado de Pozuelo y de forma muy coherente, el monte del Pilar es muy aristocrático.

Son precisamente estos condes y marqueses, guerrilleros también pero de Cristo Rey, los que amenazan ahora el monte, redoblando la presión especuladora sobre él. 
Esto supondría su fin. Bastante reducida ha visto su extensión ya estos últimos años, al estrecharse el cerco urbanístico con la construcción de urbanizaciones al borde mismo del bosque. 




Una de las despampanantes mansiones que pueden encontrarse en Las Encinas, urbanización de lujo que se construyó pegada al monte.

Pero ya se sabe que cuanto más les das, más quieren: son insaciables. Así que se inventaron la Ley VIRUS -ley de Viviendas Rurales Sostenibles-, que casualmente aprobó Esperanza Aguirre en su último mandato como presidenta de la comunidad. 

Puede que lo hiciera motivada por esos lazos de famiglia que la unen a este sitio, ya que los amos del monte no tardaron ni cerocoma en acogerse a esta ley y solicitar licencia para construir 32 viviendas en sus posesiones. 
Algunos de ellos, como los Oriol, ya con probada experiencia en esto de hacer de su capa un sayo en un entorno natural protegido.




Distintas vistas de la verja de alambre con la que los Oriol cerraron el paso a su finca. Gran parte la tumbaron los vecinos, y desplomada se quedó.

Fieles a la tradición familiar, en diciembre de 2010 cometieron aquí otra tropelía: vallaron de la noche a la mañana su parte de monte, la única finca privada que quedaba abierta al público.
Lo hicieron por las bravas, con nocturnidad y alevosía. Lo que pilló a todo el mundo por sorpresa. Y la indignación fue grande.



Las vallas, que eran una cutrez y una agresión salvaje al monte, vedaban el paso a personas y animales, sin discriminación. De un día para otro, aquello se había trasformado en una especie de Guantánamo forestal.
Solo dejaron transitable un camino público convertido en un claustrofóbico corredor de alambre. 


Todavía hay tramos del camino público que discurre entubado entre verjas.

Esto provocó una espontánea revuelta entre los usuarios del monte, que se organizaron para tumbar las verjas según las iban levantando. La fea alambrada se enderezaba al día siguiente para volver a ser derribada.
El pulso se mantuvo durante días, hasta que el ayuntamiento de Pozuelo ordenó finalmente retirar las polémicas vallas.


No fueron la única medida de disuasión: los Oriol roturaron también sendas y caminos para hacerlos intransitables. Y la más ridícula de todas: colgaron por algunos pinos letreros como el de arriba, advirtiéndote de que estabas siendo videovigilado... Cuando no había cámaras por ninguna parte. 
Aunque lo mismo acaban poniéndolas.
Estos, con tal de defender su propiedad privada, son capaces de destrozarla.
En el fondo el monte no les importa lo más mínimo. Su mentalidad es: 'Si quiero lo arraso, que para eso es mío'.
Caciquismo puro y duro.


La verja es un auténtico atentado ecológico, con sus postes sujetos al suelo con pegotazos de hormigón a lo bruto. Aquí debería incluir ese emoji que llora a chorros.

Lo más llamativo de esto es que los vecinos que se amotinaron, los que pasaron de ser runners suburbiales a maquis del monte, son todos de Pozuelo y Majadahonda y en su inmensa mayoría votantes del PP

Ah, el PP, qué gran amigo de sus amigos, y qué íntimamente relacionados todos. Así da gusto hacer negocios. Uno como que se relaja. Y es cuando regalas alegremente un terreno que no solo es público sino que además está protegido. Aunque si solo es por eso, tampoco vamos a ponernos quisquillosos: se recalifica y punto. 




Justo lo que le ocurrió a una parcela de 17 000 m2 en el monte del Pilar, que el ayuntamiento de Majadahonda 'cedió' en 2007 para un proyecto fracasado del que nadie, extrañamente, parece acordarse. 

Hablo de ese armatoste de edificio que se quedó a medio hacer y que iba a albergar la sede en Majadahonda de la London School of Economics.



El edificio, de más de 4 000 m2, jamás se terminó. No había dinero. Y ahí se quedó, excrecencia extraña del monte con su diseño hi tech, abandonado, vacío y oxidándose poco a poco. 
De seguir así, terminará pareciendo la estructura ruinosa de una nave alienígena estrellada hace tiempo.


La que iba a ser sede de la LSE, abandonada a la intemperie.

Es la triste historia de una madrasa neoliberal que, de la misma forma que se anunció a bombo y platillo, se paralizó y cayó en el olvido.
Aquí parece todo el mundo libre de responsabilidades, y eso que la inauguró la misma Esperanza Aguirre.


Entrada desde Majadahonda a su parte del monte.

Lo peor de todo fue el bocado que le dio al monte, ya irreparable. Lo del Ayuntamiento de Majadahonda fue un crimen, pero al menos la zona que le corresponde es hoy un espacio público y no un monte de ricos en un mundo solo para ricos
Lo consiguieron mediante permuta de terrenos con los propietarios, que es una solución sensata y al gusto de todos.

No sé si tendrá algo que ver, pero está parte pública está mucho mejor cuidada: incluye sendas botánicas, tiene vigilancia y sigue criterios ecológicos y sostenibles (aunque su gran asignatura pendiente es prohibir el acceso de vehículos o limitar su velocidad). 





Lo del ayuntamiento de Pozuelo, por el contrario, tiene delito: el de negligencia en primer grado. 
Se ocupa menos que nada de su porción del monte (más de la mitad de las 800 hectáreas), que deja exclusivamente al arbitrio de sus dueños. En realidad actúan como sus más fieles lacayos, satisfaciendo sus pretensiones y tolerando sus abusos.

Con lo que se entiende que el ayuntamiento de Pozuelo no tenga ningún interés en sentarse a negociar con ellos. Deberían llegar llegar a un acuerdo que comprometiese a unos a mantener abierta su parte del monte y a los otros a vigilarlo y cuidarlo, coordinados con el ayuntamiento de Majadahonda. 
Pero nada, no hay trato. No interesa.
El monte entretanto no puede esperar más. Reclama con urgencia un estatus seguro y una protección integral, por encima de cualquier otra consideración.
Entre ellas, ya que me pongo, la propiedad privada.



Algunos de los grumos de cemento, incrustados en la tierra y con boquita de piñón, que sostenían los postes de la valla metálica.

Vuelvo a lo mismo: hay que derribar tabús. Uno de ellos es ese término maldito, ‘expropiación’, solución más que razonable cuando es por el bien de todos. 
Lo que no puede ser es que se expolie impunemente lo público mientras que lo privado tiene categoría de sagrado como una vaca en la India.

La orden de 'éxpropiese' no puede reducirse a esta caricatura. Y habría que aclarar que no es patrimonio de ninguna ideología: todas lo han practicado. También hay que quitarle drama. Es más corriente de lo que nos creemos.
En este país todavía se expropia y se ha expropiado a gente para construir carreteras y vías del tren; se han desahuciado pueblos enteros para anegarlos con pantanos. 
La prolongación de la Castellana hasta la plaza de Castilla y más allá no habría podido hacerse de no haberse expropiado los terrenos a particulares. La construcción de la M-30, igual. Y hablo de la España de Franco.



El monte de Pozuelo, reserva forestal y de alambradas.

Con lo que asociar 'expropiar' a una Joven Guardia Roja que se toma la revancha depredando a los depredadores no tiene sentido. En todas partes se expropia, sea cual sea el régimen político.
Hay veces, además, en que la expropiación está más que justificada.
Esta es una de ellas. 

Por mucho que se resientan un par de familias acartonadas que son como atrezo de Patrimonio Nacional, serán muchas, muchas más -y durante generaciones- las que se beneficiarán del monte del Pilar si finalmente se convierte en un parque público.
Porque cuando no quede verde y esté todo urbanizado, qué vamos a comer, ¿ladrillo?

Vista de las Cuatro Torres desde el monte, con la boina de polución sobre Madrid. En este escenario deprimente, conservar espacios naturales de valor es casi cuestión de supervivencia.

A lo mejor es el momento de plantearse medidas más contundentes, colocando el interés general por encima de los intereses de unos pocos.

No por un impulso revolucionario vintage o de represalia contra los terratenientes, sino porque podáis dejar un mundo mejor a vuestros hijos, un mundo que no sea una urbanización interminable.

Pero vamos, yo hijos no tengo, así que allá vosotros.

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