domingo, 26 de marzo de 2017

5 cosas que probablemente no sabías del Islam

1. UNA BANDERA SAGRADA. La senyera (o ikurriña) musulmana por excelencia, la de Arabia Saudí, tiene categoría de sagrada en el país del oro y los chadores negros.
La razón: reproduce la shahada, la profesión de fe del Islam: ‘No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta’. Por eso la bandera de este país jamás se pone a media asta en señal de duelo: eso sería profanarla, rebajando la palabra de Dios.
Otros usos más frívolos se consideran, con más motivo, intolerables: la bandera tampoco puede usarse para camisetas, gorras, llaveros y otros artículos de merchandising patriotero/turístico.
La cosa llega a tal punto que, con motivo de la Copa Mundial de Fútbol de 2006 y ante la pretensión de la FIFA de que se jugara con un balón que incluía las banderas de todos los participantes, Arabia Saudí protestó: consideraban inaceptable que unos y otros patearan alegremente el lema sagrado del país.

La bandera de marras:
















Oops, perdón: me equivoqué. La bandera real de Arabia Saudí es esta:

2. TATUARSE ES HARRAM. Es decir, un acto impuro, sucio (frente a lo Halal). Como también depilarse las cejas, ponerse dientes de oro o separárselos por estética. Mahoma declaró sobre esto: ‘Alá maldijo a los tatuadores y los que se hacen tatuar, a las arrancadoras de los pelos de la cara y las que se lo hacen, y a las que se espacian los dientes para embellecerse’. 
Para los musulmanes más ortodoxos, el cuerpo humano tiene una gran sacralidad al ser creación de Alá; toda intervención que lo altere o modifique se considera un acto irreverente, una insolencia. 
Lo que Dios ha creado es perfecto, no hay necesidad de retocarlo ni de ponerle adornos. Por el mismo motivo, los piercings se consideran mutilación, y la práctica está prohibida salvo en las orejas. 



Estas prohibiciones también conciernen a los hombres según los sabios islámicos que, en cualquier caso, tampoco se ponen de acuerdo. Algunos de ellos se muestran más flexibles, autorizando a la mujer -solamente la casada- a depilarse el bigote o el entrecejo y hasta maquillarse, siempre que cuente con el consentimiento del marido. Otros son más intransigentes y prohíben en cualquier caso la depilación de la cara. 
En cuanto a los hombres, no se les permite cortarse la barba ni depilarse las cejas pero sí se les permite, en cambio, depilarse las manos, el pecho y el ano. Lo de su blanqueamiento lo dejamos para otro debate entre sabios islámicos.

3. MAHOMA SE TRAVESTÍA. O se montaba, que para el caso es lo mismo. No con cualquier ropa de mujer, eso sí: para sus momentos Ed Wood, al parecer, era muy exquisito, solo podía ser con prendas de la controvertida Aisha, la más joven de sus doce mujeres y también su favorita. 
Este hecho, recogido en hasta 32 libros islámicos, es objeto de enorme discusión, agarrándose unos y otros a diferentes traducciones del original árabe. 
Lo que parece ser cierto, porque así lo mencionan los jadices (recopilación de hechos y frases del profeta como complemento al Corán), es que el profeta tenía por hábito acostarse con ropa femenina. 



















Es más, según la recopilación de jadices de Al Bujari, el profeta en su momento confesó: ‘La revelación no me viene si llevo puesta otra ropa de mujer que no sea la de Aisha’. Lo que no sabemos es si completaba el atuendo con maquillaje de henna y kohl en los ojos. De ser esto cierto, yo me pregunto, ¿se le puede reprochar? ¿Acaso es delito querer estar divina para una revelación divina? Pues eso.

4. El Islam también produce sectas de lo más extravagantes.
Bienvenid@s al valle de las muñecas islámicas:




5. NUESTRO HOMBRE EN LA MECA. Domingo Badía y Leblich fue el primer español en pisar la ciudad más sagrada del Islam, donde pasó un mes disfrazado de árabe y desenvolviéndose como uno más bajo el nombre falso de Alí Bey.
Nacido en Barcelona en 1767, Badía fue un personaje de vida fascinante, un aventurero nato. Además de espía: trabajó en Marruecos como agente secreto de Godoy, al que se dirigía en sus cartas con el nombre en clave de ‘Miss Jenny Chapman’.
Él por su parte adoptó el nombre de Alí Bey, haciéndose pasar por un príncipe abasí, a lo que le ayudaba su dominio del idioma árabe. Su convincente impostura le hizo moverse como pez en el agua por todo el Magreb, Oriente Medio y Turquía.


Mimetizado con el ambiente, fue el perfecto infiltrado: nadie sospechaba de él. Llegó a ser invitado por el sultán de La Meca para barrer y limpiar la Kaaba, tarea reservada a muy pocos fieles porque suponía una distinción.
Cierto es que Domingo Badía no fue el primer occidental en entrar en La Meca -lugar a día de hoy tan hermético para los no musulmanes como entonces-, pero sí fue el único que lo hizo en calidad de hombre libre que realizaba todos los rituales de los peregrinos como uno más.
Alí Bey no dejó de viajar hasta el último día de su vida, mezclando la intriga política con una curiosidad científica insaciable. Murió en Damasco, en alguna fecha incierta entre 1818 y 1822; dicen que envenenado.

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