lunes, 25 de abril de 2011

El arte es basura




Cuando pasé por la calle y me encontré con esto, lo primero que pensé es cuánta razón tiene este hombre.
Después de exhalar un suspiro, pensé lo segundo: no somos nada.

Enseguida corregí esta tendencia a ser cenizo y ponerme en el peor de los casos, que para eso es primavera, la vida no deja de ser bella y hay que ser optimistas.
A lo mejor, me dije, aquel cuadro en la vía pública, tan bien colocadito, formaba parte de una intervención artística en la calle, dentro de alguna campaña cultural organizada por el ayuntamiento de Pozuelo.

Pero luego pensé, ¿Kandinsky? Ni hablar. En todo caso, si finalmente el ayuntamiento de Pozuelo se decidiera a hacer algo así, sería con láminas de Carlos Sáenz de Tejada, Inmaculadas de Murillo o los cuadros opuspop del fundador de los kikos. Algo más a tono con el espíritu de la localidad.
Pero Kandinsky definitivamente no. Demasiado vanguardista. Y además bolchevique. Este tipo de cosas no entra dentro de su programación.

Al final era todo mucho más espontáneo: en una casa habían decidido botar a la calle un cuadro deteriorado por la humedad.
Pero ante una explicación tan prosaica, a uno le gusta fantasear.
Lo cierto es que esta es una forma como cualquier otra de llevar el arte a la calle.
Al menos hasta que pase el camión de la basura.

domingo, 3 de abril de 2011

Mardito parné


Algunas de las nuevas divas del pop parecen estar cerrando un círculo cansino y bastante vicioso. Un ciclo que se abrió a finales de los 70, cuando ya definitivamente se apagaba la resaca hippie y contracultural de la década anterior.
Justo el momento en que irrumpió el hedonismo de la era disco como etapa de transición en el viaje al otro lado del espejo. En este sentido, los Abba fueron visionarios. Su hit 'Money, money, money' ya anunciaba lo que estaba por llegar poco después, en los 80: la comuna daba paso a la avaricia y los nuevos tótems se erigían para ser reverenciados por la masa:
Gordon Gekko, Wall Street, Giorgio Armani, Patrick Bateman, Mario Conde, los yuppies y Margaret Thatcher, que lanzaba consignas como esta: "Quien con más de 30 años utiliza el trasporte público, es un fracasado."


El mensaje caló y los nuevos mantras pasaron a ser 'la codicia es buena' y 'compro luego existo'. Una tendencia que en estos últimos años ha llegado al paroxismo y que al fin parece que se está invirtiendo o, al menos, cuestionando.
Algo a lo que sin duda ha ayudado esta crisis galopante.

Después de años de consumismo desaforado, de furor por la estética bling, de realities en MTV en la que una manada de muñecas hinchables querían ser la mejor amiga de Paris Hilton, después de conocer los excesos de nuevo rico de los Beckham, y por extensión de todas las wags, después de años de cultura del pelotazo, de especulación salvaje, de tanto tienes, tanto vales, de vídeos de artistas negros en los que, para demostrar que han salido del gueto, hacen chillona ostentación de todos los símbolos de estatus (ropa cara, mucho oro, cochazo y pibones), parece que por fin ha llegado el hastío.
Y la música pop, una vez más abanderando tendencias, ha sido su heraldo.
Las señales han llegado por medio de un par de canciones clarividentes.


La primera en expresarlo fue Lilly Allen, en 'The fear'. La letra es, aparentemente, el manifiesto vital de una popstar que compite por ser la más frívola y petarda. Nada más empezar suelta la primera perla: "Quiero ser rica, quiero montones de dinero. No me preocupa el ser lista, no me preocupa el ser graciosa".
A esta le siguen otras: "Soy un arma de consumo masivo, pero no es mi culpa, es como estoy programada para funcionar."

Pero de repente llega el estribillo y la mueca de miedo e inseguridad aflora cuando reconoce: "Ya no sé lo que está bien y lo que es real, ya no sé qué debería sentir, cuándo crees que se aclarará esto, porque el temor se está apoderando de mí."

Como para confirmar esta sensación de confusión y vacío, la melodía de fondo es tremendamente melancólica. En contraste con el cinismo rampante de la letra, si hay algo que trasmite es desencanto. Lilly pregona algo que en el fondo no termina de creerse, aunque pretenda lo contrario. Y lo expresa con una infinita tristeza.

Cuando oí The fear por primera vez, pensé dos cosas: la primera, que es el mejor tema que ha escrito. La segunda, que algo estaba empezando a cambiar. Convencido además de que la letra reflejaba algo mucho más extenso, un sentir más colectivo: Lilly Allen ha sido, como pocas, una voz generacional.



En esta denuncia del consumismo idiota y el culto impío al dinero, le ha tomado el relevo estos días otra cantante británica, Jessica Ellen Cornish, más conocida como Jessie J. Y lo ha hecho con un tema, 'Price tag', que ya incluí en mi entrada anterior.

"Parece que todo el mundo tiene un precio -canta Jessie J-; me pregunto cómo pueden dormir de noche, cuando las ventas son lo primero y la verdad lo segundo..." En el estribillo proclama: "No es sobre el dinero, no necesitamos vuestro dinero, solo queremos hacer bailar al mundo y olvidarnos de la etiqueta del precio."
Destaco unas frases más: "Por qué está todo el mundo tan obsesionado, el dinero no puede comprarnos la felicidad, ¿no podemos desacelerar y disfrutar del ahora? Garantizado que nos sentiremos muy bien."


La chica, compositora de talento y con un estilazo alucinante, sufrió un derrame cerebral con 11 años, lo que seguramente le abrió una perspectiva nueva. Es lo que suele pasar tras vivir una de estas experiencias: que aprendes a valorar lo realmente importante.

Y alguien me dirá: 'Boberías, no se puede ser tan cándido. Si hay algo que da la felicidad, es el dinero.'
Es probable, no lo niego, pero hasta cierto punto. Porque me permito recordar que la que fue la mujer más rica del mundo, Christina Onassis, fue también, mientras vivió, la mujer más desdichada del planeta: pasó toda la vida amargada y deprimida, luchando contra la báscula y sus adicciones, sintiéndose una desgraciada en el amor... De hecho se intentó suicidar varias veces, pero su fin fue más patético: acabó muerta en una bañera, infartada por un atracón de pastillas para perder peso.

Mi madre nunca lo entendió. Siempre lo decía, "Hay que ver esta mujer, que lo tenía todo."
Lo que quizá solo confirme una cosa: que al final los extremos se tocan, y llega un momento en que viene a ser lo mismo tener todo y tener nada.

martes, 29 de marzo de 2011

Para qué sirve un oso


Para bailar con él algo piripi...


Para trasplantarlo a una maceta...


Para rodar un videoclip...


Para morder a una reina...


O para abandonarlo en la calle, cosa que él jamás te haría. Y menos por parejas...

viernes, 4 de marzo de 2011

La conjura de los necios


Verá usté, existen dos grupos de televidentes. Estamos, por un lado, todos los que conformamos esa masa informe de espectadores de la teluza, adictos en mayor o menor grado que con nuestra presencia en el sofá marcamos índices de audiencia y aupamos o tumbamos programas con un solo clic de mando.
Y luego están también los que, dentro de una programación cada día más excéntrica, forman una casta aparte: la de las brujas, tarotistas y charlatanes varios que invaden los canales a todas horas con su feria casposa de lo esotérico, muchos de ellos ilegales.


Yo los echaba a todos a la hoguera, pero no por brujos sino por cutres y feos. Al verlos percibe uno que lo estético y lo esóterico, por alguna razón, son dos mundos que no acaban de encontrarse.
Claro que para qué preocuparte de una dirección artística cuando te estás ocupando de algo tan importante como es el reino de la premonición y la ultratumba.

Obviando esos estilismos de pesadilla, esas mesas camilla y esos cromas como cromos de Figurine Panini, lo grave es que hagan picar a tanto incauto.
A mi compañera de vivienda, sin ir más lejos, que llama compulsivamente a estas líneas del tarot cada vez que le da el bajón porque su jefe, con el que se ha liado y está casado, no le hace todo el caso que ella quisiera.
Y claro, ella necesita saber y quiere saber si le ama él, si puede ser su amor. Eso no lo acaba de descubrir nunca del todo, por más que se deje una pasta indecente tratando de averiguarlo.


Un día la agarré por banda y le dije: "Mira, Lavi, no sé si sabes que tienes tiradas de tarot on line. Y son gratuitas." De hecho le enseñé algunas.
Para mi pasmo, me contestó: "Ay David, no sé, es que de estas no me fío..."
Ah, le dije, y de las otras sí. Pues sí, por lo visto sí, sin saber explicarme por qué.
Misterios de la condición humana, que me sorprende mucho más que los rituales de apareamiento de toda la fauna de la 2.

Yo entiendo que la incertidumbre galopante de la vida nos lleve a agarrarnos a estas cosas como a un clavo ardiendo. Pero ese es precisamente su aliciente, su curry y su paprika, que no sepamos lo que va a ocurrir mañana.
La vida, por definición, es imprevisible. Está todo por construir. O desbaratar, que también. Para prevenir sus fluctuaciones podríamos echar mano, si acaso, del cálculo de probabilidades, la teoría del caos y otras variables en las que no me voy a meter porque, francamente, me superan y yo no soy Michio Kaku (aunque en una cosa coincidimos: tenemos el pelo blanco).


"De los disgustos que me da la vida", respondía yo cuando, durante años y más años, la gente me decía '¡Hala, qué de canas tienes!'.
Y los disgustos, como las alegrías, ni son programables ni predecibles. Lo único que puede afirmarse con total seguridad es que la vida es muy lagarta. Basta conque tengas cualquier expectativa para que esta no se cumpla.

No falla, es automático: te vas de vacaciones todo ilusionado, después de haber preparado el viaje durante semanas, habiendo repasado una y otra vez, de forma neurótica, lo que metes en la maleta y es coger el avión, llegar a tu destino y zas: la maleta se ha perdido.
El resto del viaje, ni que decir tiene, también es un desastre: el hotel es cochambroso, el tiempo de lo más inestable y, para colmo, te pilla todo el jaleo de una revolución local y es un sálvese quién pueda, tu embajada no sabe, no contesta y tú has pasado, en un tris, de turista a refugiado.


Al revés también ocurre, por supuesto: cuando más recelo o aprensión sientes ante un proyecto, una relación o algo nuevo que se te presenta, mejor sale todo después.
La vida, ese fenómeno inexplicable que pugna por abrirse paso en un universo eminentemente hostil, repito que es muy lagarta.
Como también lo son las brujas rumanas, en pie de guerra contra su gobierno porque este pretende gravar sus actividades con un 16% de impuestos.
Todas a una se han rebelado, juntándose en un flashmob de represalia para lanzar conjuros contra sus políticos, vestidas de malva (el color que, al parecer, rechaza las malas intenciones) y arrojando al Danubio mandrágora y excrementos de perros y gatos.


Sí, sí, usted ríase, estimado lector, pero en Rumanía esto de la brujería se lo toman muy en serio. Hasta el punto de que los políticos de allí creen que ganan o pierden elecciones por culpa de ataques de energía negativa, velas negras y purés de sapos, culebras y bichos muertos.
Yo creo que ha sido eso, que los políticos, resentidos con ellas, han decidido fastidiarles el bisnes. Ellas ya digo que han protestado, pero de nada les ha servido la pataleta. Bueno, sí: para ensuciar más el Danubio, como si el río no hubiera tenido bastante con la marea roja del año pasado.


Lo cierto es que es una buena idea.
Don Miguel Sebastián, nuestro iluminado ministro de Industria, debería tomar nota (puntualizo: iluminado, pero con bombilla de bajo consumo).
Ya que toda esta chusma se aprovecha de los temores naturales de la gente, de su superstición y su ignorancia, y encima con precios por minuto abusivos, pues que apoquinen.
Lo que no puede ser es que se penalice fiscalmente a los fumadores o a los que usan coches contaminantes y esta patulea se libre. Y más cuando la mayoría de sus canales en la televisión son piratas, es decir, sangran el bolsillo de quienes llaman y se lo llevan todo crudo.
Habría que fiscalizarlos ya. Taxativamente, que viene de tax. Yo los gravaría hasta con un 25%.


Y total, sería una medida mucho menos absurda que otros raptos de lucidez del ministro (lucidez de horario restringido: a partir de las 6 de la tarde se apaga).
A mí por lo menos, si oyera al ministro anunciar esta medida, no me sacaría los colores de puritita vergüenza ajena como cuando la ocurrencia de las corbatas.
Quizá esta entrada, en el fondo, vaya de eso, de que si algo ha perdido definitivamente esta civilización es el sentido del ridículo.