jueves, 20 de diciembre de 2007

Alternativa a las doce uvas


No sé si a vosotros os pasa lo mismo que a mí…
Odio las uvas. No aguanto su sabor áspero y como mucho, cuando me ofrecen, picoteo una o dos, imagínate lo que supone para mí tener que engullir 12 casi de golpe todos los años.
Estoy positivamente harto de esta tradición absurda. ¿Por qué uvas y no otra cosa? ¿Qué tienen las uvas de especial? No lo sé, y mira que he investigado en los arcanos de las tradiciones navideñas. Creo, aunque no estoy seguro, que se debió a que un año hubo superávit en la producción de uvas en España y claro, había que darles salida por algún lado. Y se le vendió a la gente lo de comerlas en nochevieja como se les han vendido los sudokus, que mira que son borregos.
Yo hasta ahora las tomaba porque si no mi madre agarraba un buen berrinche. Para ella, faltar a cualquier honda tradición navideña es un acto de sabotaje del entorno de Al Qaeda, como también considera sacrilegio que cantes un villancico fuera de temporada porque se supone que trae mal fario.
Podría contar aquí las veces que la he hecho rabiar poniéndome a cantar villancicos en la playa, pero en vez de eso seguiré hablando de las uvas.
Me tienen podrido, año tras año. Las como porque por otra parte es la única ración de fruta que tomo en todo el invierno, y así aprovecho para variar un poco mi dieta, pero no puedo con ellas.
No soporto la textura viscosa de la pulpa, los pellejos inmasticables, esos molestos octavos pasajeros que son las pipas y, sobre todo, lo que ya me supera es la pelota que se me forma en la boca y que todavía estoy rumiando después de haber terminado las campanadas. Por lo que no sé vosotros, pero yo siempre me veo obligado a pronunciar el “feliz año nuevo” con la boca llena porque todavía sigo procesando esa pella intragable de biomasa.
Sí, lo sé, me dirás que para evitar todas estas inconveniencias están las uvas de lata, que ya te vienen preparadas, sin piel ni pipas. Pero yo desconfío de ellas. Me dan mazo de grima. Las uvas de lata son como mutantes, sucedáneos del todo sospechosos; estoy seguro de que las hacen en laboratorio a partir de grasa animal y periódicos viejos.
La cuestión aquí es encontrar una alternativa razonable a las uvas, sean de lata o naturales.
Somos muchos los que queremos cambiar esto. A unos porque no nos gustan, otros porque son alérgicos y unos cuantos más por esnobismo y ganas de llevar la contraria, una solución queremos.
Yo no he querido dejar de aportar a tan apasionante debate mi granito de arena y, teniendo en cuenta la idiosincrasia de cada cual, se me ha ocurrido esta lista.
No tenéis más que buscaros en ella.

ALTERNATIVAS:

Para la que no sale del sushibar: 12 futomakis.

Para los bocazas: 12 polvorones.

Para los kidults más frikis: 12 madalenas con trozos de chocolate.

Para la dipsómana: 12 chupitos de tequila (con un par).

Para el farlopero: 12 rayas (con un par también: de fosas nasales).

Para las excéntricas: 12 aceitunas rellenas de anchoa.

Para el poligonero: 12 pastis.

Para las chicas picantes: 12 pimientos de cayena.

Para los originales: 12 gajos de mandarina.

Para el experimental: 12 lichis.

Para los pretenciosos: 12 langostinos pelados.

Para la fanática de la dieta: 12 bocanadas de aire.

Para los culturistas: 12 avellanas (o almendras).

Para los refinados: 12 conguitos blancos.

Por último, y si eres de esas raras personas que disfrutan con ellas, una sugerencia para darle a las uvas ese “toque adicional” tan del gusto de Tallulah:
  • Coge las uvas, pélalas y mételas luego en una copa de champán vacía.
  • Rocía la copa con un buen vino tinto.
  • Déjalas un ratito macerando y adquiriendo saborcillo.
  • Por último, agarra la copa y bébete el vino, pero deja las uvas en la copa listas para tomar.
Campanada a campanada notarás la diferencia.

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