jueves, 24 de abril de 2008

Nivel 4: parking

















Los parkings subterráneos son el primer lugar donde yo buscaría supervivientes tras una catástrofe bacteriológica o nuclear. Son los refugios perfectos donde esconderse como ratas lejos de una superficie adversa o mutante.
Y eso que, pese a la seguridad que brindan bajo tierra, son espacios de lo más inhóspitos. Y hasta inquietantes.
Que se lo digan a las mujeres, sobre todo sin van solas. No conozco una que, en esas circunstancias, no tenga miedo a que la puedan asaltar o violar.
En los parkings subterráneos las mujeres solitarias se sienten especialmente vulnerables e indefensas, quizá sugestionadas por esa secuencia que hemos visto repetida en mil películas, la de la chica a la que persiguen en un parking y que, cuando por fin llega a su coche, con el otro en los talones, saca un manojo de llaves y se pone a revolverlas toda nerviosa, tanteando una por una sin dar con la que abre el auto... O la encuentra pero no acierta a encajarla en la cerradura, con el tipo ya encima...
En fin, qué os voy a contar: es una angustia tremenda.
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No sólo las mujeres pasan miedo en un parking subterráneo. Ninguno de nosotros se siente cómodo en ellos sin estar acompañados. Tienen un punto de emboscada latente que concita un estado de susto, aprensiones extrañas, una sensación de peligro incierto pero probable, como que podría pasarte cualquier cosa digna de leyenda urbana: ser raptado y devorado por unos homeless caníbales, toparte con una rata gigante o que de repente te salte una sanguinaria criatura alienígena de uno de los conductos de ventilación.
Nuestra imaginación lo único que hace es responder a los estímulos, porque la verdad es que los parkings subterráneos son espacios propicios para historias truculentas.
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Otra pesadilla mucho más banal y cotidiana es no recordar la plaza donde dejaste aparcado el coche. Yo he llegado a recorrerme las cuatro o cinco plantas de un parking buscando, al principio con preocupación, luego con creciente estrés, mi coche o el de un amigo.
Es lo que tiene ser mortalmente despistado o llevar unas cuantas copas de más.
Pese a todo se trata de una confusión normal. Si no fuera por la numeración, no habría manera de distinguir una planta de otra.
Todas te parecen iguales: la misma distribución, los mismos materiales y signos, la misma función monótona de almacén de coches...
Hay que tener un sentido de la orientación muy fino para no perderse.
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Aun así me gustan los parkings subterráneos.
Ante todo por su arquitectura brutalista en estado puro. El paisaje es siempre el mismo: rampas, ascensores, sótanos, luces macilentas, aire viciado, techos bajos, conductos de ventilación, pilares de hormigón basto -tal cual salieron del encofrado-, señalética dispersa, extintores estratégicos, humedades y charcos.
Tan arisco, tan familiar, tan antipático, tan urbano.
Pero también me gustan por el olor a gasolina, del que nunca me empacho.
A veces todavía me paro en medio de un parking, cierro los ojos, dilato la nariz y lo olfateo completamente embriagado.
Mmmmmmmmmmmmm.
Me encanta. Desde que era niño.
Es, junto al de la pólvora y el del tabaco de pipa, uno de los olores más sexis del mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

eres un zumbao. Pero eres un crack. Gracias por ayudarme con mi proyecto de parking.Tomate lo de zumbao como un piropo.

David Pallol dijo...

Jajajajaja, cuándo no me he tomado yo lo de zumbao como un cumplido?
Saludos!