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viernes, 1 de junio de 2018

El canal más perturbador de youtube


Se llama 2h32 y es un canal que canaliza pesadillas.
Parece el producto de una mente enferma. O al menos, bastante enfermiza.
Es desde luego de lo más bizarro, original y diferente -casi con cualidad de deep web- que te puedes encontrar en youtube.
Tiene esa cualidad mórbida de las vacas descompuestas de Damien Hirst, pero engancha y es tan sexy como puede serlo un vampiro.
Apenas llega a los 20 mil suscriptores, gente a la que le va el morbo (entre ellos, yo).


El canal cuenta con tres listas de reproducción: 2h32, II III II y Encore.
Todos los vídeos -excepto uno: Overture- comienzan igual: con un reloj digital rojo que marca el tiempo a partir de las 2:30:00 am durante unos segundos. El reloj vuelve a aparecer casi al final.
No es el único patrón que se repite.
Los vídeos tienen todos la misma duración: 2 minutos y 32 segundos. Se sube uno al mes, siempre el mismo día: el 23.
El primero de todos -que lleva también por título 2h32- es una especie de tráiler, con un montaje que incluye planos de los vídeos subidos después y de otros aún inéditos.
Todos los vídeos comparten la misma imaginería tétrica y fantasmagórica, crepuscular, inquietante, con escenas nocturnas en un bosque lleno de criaturas extrañas, con una estética que picotea del terror gótico victoriano, La bruja de Blair y American Horror Story.
Este es un buen ejemplo:



Con títulos como Atroz o Abominable, los vídeos del canal parecen componer una historia, por más que su orden o timeline no quede claro ya que siguen una secuencia random. 
Quien está detrás del canal está tratando de decirnos algo, aunque no se sabe muy bien qué: el sentido solo parece existir en su mente retorcida, aunque proporciona algunas claves: el primer comentario de todos sus vídeos es suyo, repitiendo de nuevo patrón: escrito en la frente de una calavera ASCII, un minutaje del vídeo, siempre entre los 2 minutos y los 2:30:



Lo que puede significar, nadie lo sabe.
Todo en torno a este canal son conjeturas y misterio.


Este es el artista macabro detrás del canal ad hoc. Tiene abierto Patreon bajo un nombre peculiar: 'P is creating nightmares' (P está creando pesadillas).
P es como prefiere ser conocido 'a efectos prácticos'.
Suyos son los vídeos que provocan desconcierto y desasosiego en el espectador, con una banda sonora que mezcla música, voces distorsionadas y ruidos. 
En Patreon te invita a ser la orquesta de su sinfonía, y anuncia nuevos proyectos terroríficos. 
¿Aceptas su invitación?


PD: Si quieres conocer mejor la obra de Damien Hirst, pincha aquí.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Qué linda te ves, prinsesa


Mi sobrina Malena tiene dos años. Como buena chica del siglo XXI, le pones delante una Tablet con PocoyoCaillouPeppa Pig y se obnubila. No la hables porque no reacciona; está en su burbuja. Hipnotizada. Y no voy a venir ahora conque el swipe le sale instintivo porque es mentira: lo hace porque está aburrida de vernos hacerlo a sus mayores. Los niños son como esponjas que lo absorben todo y blablablá, tú ya sabeh.

Con todo, he notado en ella una cosa curiosa: como chica trendy de su tiempo, le gustan Pocoyo, Caillou y Peppa Pig, pero lo que de verdad la engancha, lo que de verdad la conmueve y emociona son las historias de siempre, los viejos arquetipos, los cuentos tradicionales de niños: Caperucita Roja, la Cenicienta y, sobre todo, Blancanieves.



Mi sobrina Malena está obsesionada con las ‘cucas’, que es como ella llama a las brujas con su media lengua. No solo con ellas: como además haya madrastras crueles, enanitos, ogros, príncipes, manzanas envenenadas, hadas madrinas y cazadores que enseñan el corazón de un ciervo en vez del de la princesa, la niña disfruta como lo que es, como una enana. Yo francamente lo entiendo: en comparación con cualquiera de estos cuentos clásicos, un episodio cualquiera de Peppa Pig es la sala de TV de una residencia de ancianos.  

En el fondo no me extraña que mi sobrina prefiera los cuentos clásicos, con sus alegorías brutales que al fin y al cabo son la vida misma y no una versión edulcorada y naif. Y de esos cuentos clásicos, terroríficos y fascinantes a la vez como una noche de Halloween, ninguna versión mejor que las primeras películas de Disney. O early Disney. 



Una cosa que me gusta del inglés es esa distinción que hace entre la primera y la última etapa de un artista, entre el early Woody Allen, y el late Woody Allen, el early Almodóvar y el late Almodóvar, el early Bowie y el late Bowie, la early Madonna y la late Madonna, el early Picasso y el late Picasso… Yo, por ejemplo, noto mucho la brecha generacional en estos temas. A veces más que brecha son años luz.

Pero a lo que iba. Soy muy fan de las películas del early Disney, y es un valor que estoy tratando de trasmitir a mi sobrina, como también -si me dejan- que haga siempre lo que le salga del coño mientras no perjudique a nadie. En esto último tengo que luchar con demasiada interferencia, en lo primero no: ¿quién va a oponerse a que la niña vea una película de Disney?



Pues eso. Malena, conmigo, está revisitando todos los clásicos. Pero hay uno en especial que le fascina: Blancanieves y los siete enanos. Es que menuda maravilla de película, qué hito del cine, qué cumbre del gótico infantil. Por supuesto, ve la versión original, con ese doblaje dulce, a ratos empalagoso, pero entrañable y bellísimo.

Yo amo los doblajes primigenios de Disney. Por utilizar un adjetivo muy sudamericano, son muy lindos. Tienen muchísimo encanto, aunque a veces pequen de cursis -Spoiler alert: el de Pinocho es directamente insufrible-. El de Blancanieves y los 7 enanitos, sin embargo, es un doblaje muy bonito, como de cuento. A la película le viene que ni pintado.



Para ese doblaje se utilizó el que se conoció como español neutro, un intento de estandarizar el castellano para todos los hispanohablantes. El acuerdo se tomó en los años 40, y los doblajes se realizaron sobre todo en Puerto Rico. Fue el que prevaleció en los años 1950 y 60 en todas las pantallas de habla hispana, tomando como referencia el español de México.

En los hogares españoles, los televisores repicaban con un seseo indiscriminado y expresiones exóticas como ‘Ya váyanse’ o ‘qué bueno que viniste, viejo’. Nadie se enfadaba tampoco en esas series y películas: nomás se enojaban.



A partir de los años 1960 el español neutro cayó en desuso, y cada país hispanohablante realizó sus propios doblajes (Walt Disney España, por ejemplo, decidió romper el protocolo con La bella y la bestia). Hasta entonces, el español neutro había sido el estándar para todos. Y no solo en dibujos animados como los de Walt Disney o Bugs Bunny: también en series como Bonanza, Perry MasonIronside o Embrujada.

Todos ellos sonaban con ese melifluo y a la vez ambiguo acento hispanoide que  procuraba también recoger la diversidad de acentos (como ocurre en películas como Dumbo o Los tres caballeros y series como Pixie y Dixie, con uno de los ratones hablando con acento mexicano, el otro con acento cubano y el gato que los mortificaba, con un inconfundible deje andalú. Su expresión ‘Mardito roedoreh’ se hizo muy célebre.)


La bruja de Blancanieves en pleno subidón de belladona o cornezuelo de centeno. Solo hay que ver esa hermosura de pupilas dilatadas y esa expresión de trance. Si has acostumbrado a moverte por afters, la cara de la bruja resulta demasiado familiar.

Los nombres de los personajes también se doblaban: Road Runner pasaba a ser Correcaminos y Tweetie, Piolín (esto es algo que siguen haciendo: en toda Latinoamérica se conoce a Homer por Homero Simpson y a Doraemon por Robotín).

Todo esto me trae a la cabeza una de las guerras de youtube más candentes, la que hay montada entre las películas dobladas al español peninsular vs. el español latino. Menudas trifulcas en los hilos de comentarios. Por un lado los de allá: ‘Pinche español, gachupín, pendejo…’ Y es que, mientras los norteamericanos adoran el acento británico, en las repúblicas que fueron colonias españolas pasa todo lo contrario: nuestro acento les parece rudo, agresivo y prepotente. Muchos de ellos lo odian. Lo aborrecen. Sobre todo cada vez que oyen la palabra ‘gilipollas’. Les cruje los nervios.



Frente a esto se posicionan los ibéricos exaltados, generalmente con una cruz de Borgoña en su avatar y con Blas de Lezo como nick: ‘indio de mierda, gilipollas, anda y vete a hacer cosas de indio. Si no fuera por nosotros todavía estarías hablando en suajili.’

Polémicas youtuberas que no esconden un hecho: el español ibérico representa actualmente una minoría, una bolsa insignificante dentro de la inmensa comunidad hispanohablante. 
Nos estamos reduciendo a la anécdota: dentro de los 500 millones largos de hablantes de español, somos los únicos que nos referimos a la compu como ordenador y utilizamos el verbo coger para agarrar y no para chingar como hacen ellos, de California a la Patagonia. 
En no muchos años, nuestra forma de hablar será considerada dialecto y no patrón, y a lo mejor habrá que protegerla como a una especie en extinción, como se protege al lince.  
Aunque solo sea por estadística, fría como el acero, el futuro del español está en América. 



(Suspiro)


A ver si la insulsa de Peppa Pig te provoca estas reflexiones.

martes, 6 de junio de 2017

El Frente Ateo de Liberación te necesita



Si el vídeo anterior era grande, este es del tamaño de la Antártida y además hilarante.
Vamos a ponerlo en contexto. El enfrentamiento tiene lugar en 2012 en Melbourne, Australia, durante la celebración de la Convención Mundial Atea, que a algunos les suena a aquelarre satánico cuando el aquelarre satánico en realidad estaba fuera, chillando y vociferando con banderas de Al Qaeda, pancartas aberrantes y ortodoxo dresscode coránico.

Sin que nadie les invitara a la fiesta, los barbudos islámicos comienzan imprecando a los asistentes con gritos de 'Arded en el infierno' y 'Arrepentíos ante Alá', pero los ateos, superado un primer momento de desconcierto, reaccionan rápido, se agrupan ante los barbamulás y repiten a coro una pregunta incisiva: '¿Dónde están las mujeres?'

Aquí empiezan ya a amortiguar el griterío de los barbudos, a los que -como siempre están de mala leche y peleados con el mundo- les dedican también esa oda al optimismo y el buen rollo que es la canción final de La Vida de Brian.
Nótese la ironía.
A continuación, apagando cada vez más el berreo furibundo de los salafistas, corean también: 'Bullshit', es decir, 'caca de vaca'. Pero lo que me hizo soltar una carcajada antológica fue cuando empiezan a gritar 'ZZ Top', por aquello de las barbas y estableciendo una divertida analogía, por más que los barbudos islamistas suenen más a banda de black metal que a rock'n'roll.

Otro momento inmenso es cuando los bárbaros con barba les gritan 'Infieles' y los ateos lo repiten sin complejos, señalándose a sí mismos. Lo que me hace sonreír y sentirme muy orgulloso de haber elegido, una vez más, el lado de los valientes.
Está claro que los muyahidines pancarteros no previeron esto, que los ateos hicieran piña y contraatacaran hasta acorralarlos, Y es así, rodeados por los pecadores de la pradera, cuando se les ve más reducidos que nunca a lo que en realidad son: un puñado de fantoches ridículos, amargados y patéticos.

Lo último que hay que hacer es ponerse a su altura. Todo lo contrario, hay que situarse muy por encima de ellos. Que es lo que hicieron los asistentes a esta convención, dando una buena lección a esta panda de espantapájaros.
La respuesta de los ateos no solo es ejemplar ante el odio exaltado de los islamistas folloneros, es que eleva lo de 'rebota, rebota y en tu culo explota' a la categoría de arte. Y lo hacen replicando con ingenio y, más que ninguna otra cosa, sentido del humor, el mismo que les falta a los fanáticos de cualquier religión pero especialmente a estos.

Hicieron muy bien: el sentido del humor es la mejor arma contra los que no tienen ninguno, todos esos a los que la alegría de vivir les parece una provocación y la risa, una sentencia de muerte o un pasaporte al infierno.
Por eso los ateos hacemos hoy más falta que nunca, porque somos los únicos que, frente a la sinrazón y el sinsentido de las religiones, oponemos una higiénica distancia y, sobre todo, un sano y necesario choteo.

domingo, 22 de enero de 2017

Llámame esnob que me pone muy cerdo


Todas las voces coinciden: Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca gracias al apoyo decisivo de las clases rurales norteamericanas, la basura blanca que vive en caravanas y los rednecks del Medio Oeste, los de Biblia y semiautomática.
Todos esos desheredados del sistema que, hartos de que el establishment los ignore, le han hecho un monumental corte de mangas eligiendo a un supermillonario macarra que parece dispuesto a darles una buena patada en el culo a los políticos de Washington y a esos intelectuales y actores de Hollywood que les miran por encima del hombro y los tratan de forma condescendiente.

En Estados Unidos esa reserva de votos se ciñe sobre todo al centro y el sur del país, con su cinturón de la Biblia y ese estado guardián de las esencias de AmeriKKKa que es Texas.
En España, desgraciadamente, el cazurrismo-leninismo es una cosa mucho más extendida: no solo se desparrama a lo ancho como una mancha de aceite, pringando hasta el último de sus rincones, sino que también chorrea desde arriba (trickle-down) y desde abajo (trickle-up), en un flujo-reflujo continuo que hace que este no sea país para espíritus refinados. Este es un país tosco para gente tosca, donde triunfaron masivamente el eskai y el gotelé. Con eso te lo digo todo.


Aquí hace falta un buen pulido, empezando por arriba. Porque el problema principal de España es que nuestra élite -social, política y cultural- no es nada exquisita, al contrario, es de lo más convencional y cateta. Aquí los que mandan son más de palco VIP del Real Madrid, toros, procesión y antes todavía, con la reina Sofía, te iban a un concierto de música clásica; ahora que la nueva reina es indie, ya ni eso.
Siempre lo digo, a los Estados Unidos se les puede criticar por un millón de cosas, pero si algo tiene la élite de allí es que culturalmente se significa: cuando no te llenan la Metropolitan Opera House de Nueva York noche tras noche, financian la construcción del ala de un museo -que luego llevará su nombre, eso sí- o una nueva biblioteca pública.
Aquí lo que más se acerca a eso han sido los Botín con su festival de piano en Santander. Y pare usté de contar. Las señoronas de aquí se preocupan más de ir a misa y de ponerse en la cola de una jura de bandera por enésima vez, a ser posible con peineta y mantilla.


Eso cuando no bajan a la verbena o a la romería a mezclarse con la plebe y comer churros con las modistillas, adoptando su mismo lenguaje castizo y fetén.
Desde luego, cómo se notaba que la exreina Sofía -esa esfinge inescrutable a la que yo admiraba por su dominio absoluto de la inteligencia emocional- era extranjera. Más alemana que griega, todo hay que decirlo. Eso explica que fuera tan melómana y que introdujera aquí ese gusto delicado por la música clásica y sus grandes intérpretes. Ante el pasmo sobre todo de su marido, al que la actitud de su mujer debía desconcertar; no me extraña que se distanciaran.
Aquí, de toda la vida, los reyes han sido más de ir a la zarzuela o a la revista de cuplés picantes, de incógnito o no, con la única intención de liarse con alguna de las vicetiples o coristas. Esa campechanía borbónica que no se pué aguantar.
Ahora en serio, ¿alguien piensa en el rey emérito como en alguien que no tuviera unas aficiones más bien de macho ibérico bastante básico? El amor por la cultura a alguien se le nota, y don Juan Carlos, con todos mis respetos, ni lo tenía ni lo trasmitía.
Para qué pedirle más: era el rey perfecto para este país de cazurros donde la cultura ni se aprecia, ni se valora y además resulta sospechosa porque es un nido de rojos.
Aquí, de la choza al palacio, todo es cutre pero presuntuoso y el mal gusto es religión. España es el imperio de la caspa que, para colmo, se toma demasiado en serio a sí misma.



Con este panorama desolador, si desde las instituciones y el establishment no se muestra sensibilidad alguna, ¿qué se puede esperar en las ca(s)pas de abajo? Y esto se refleja en tantas y tantas cosas… En cómo tratamos nuestro patrimonio arquitectónico, por ejemplo. El escándalo más reciente: la demolición de la Casa Guzmán a la que alguien -cómo no, en un comentario de FB o de algún diario digital- describía como ‘cubículo desarrollista con persianas’.
Peor era la cantidad de gente que coincidía con esa opinión: la vivienda ya irremisiblemente perdida de Alejandro de la Sota era un adefesio y la nueva casa construida en su lugar era mucho más bonita, dónde iba a parar; eso era una casa-casa, con sus pisos, sus ventanas alineadas y el siempre distinguido tejado de pizarra.
Pa-le-tos, piensas, y el suspiro que sueltas te sale del alma y es posible que llegue a las costas de Florida con categoría de huracán.
Es que la realidad es muy dura: vives en un país de gañanes. ¿Esto me hace elitista? Sí, por favor: agitado pero no revuelto. Ración doble.


Llámame esnob, oh sí, oh siiiiiií, que me pone muy cerdo. Pero es que hechos como este, este otroeste también y otro más me dan la razón.
Bienvenidos al país donde la gente arrasa alegremente con yacimientos arqueológicos o el cementerio musulmán más grande después de la Jurado para construirse el 'chalet', que además, para terminar de rematar la faena, será de lo más feo y pretencioso, con balaustrada barroca de yeso, estatuas griegas de escayola por el jardín y carpintería metálica de aluminio por todas partes.
La ignorancia más atrevida, a la hora de exhibirse, es de una vulgaridad manifiesta.



A propósito de esto,  no hace mucho descubrí en youtube una serie de la BBC que me enganchó desde el primer episodio: Restoration Home. 3 temporadas y me ha dejado con hambre de más. Y sí, lo admito una vez más: soy un esnob y un anglófilo irredento; como para no serlo cuando comparas sensibilidades de aquí y de allá.
La serie trata de distintas casas y mansiones antiguas -hasta castillos- adquiridos por particulares y restaurados por ellos mismos con un amor y una dedicación que más quisiéramos aquí.
Entre ellos hay algún arquitecto y urbanista, pero la mayoría son gente corriente con los oficios más variados: desde la que lleva un estudio de diseño gráfico a un chico en paro pero muy manitas que se curra él solo toda una iglesia victoriana, pasando por profesionales de la construcción o un exportero de discoteca.
Todos sin embargo tienen lo mismo en común: el respeto hacia la arquitectura y la historia de la casa que han comprado y que tienen la intención de convertir en su nuevo hogar familiar.
No siempre cuentan para ello con subvenciones. En la mayor parte de casos, el dinero lo ponen íntegramente de su bolsillo.
Y no reparan en gastos porque para todos ellos invertir en un sitio para devolverle su historia y su identidad es motivo de orgullo.
Son muy conscientes de poseer algo único.


Un dato más: casi todos los edificios que aparecen en la serie tienen algún grado importante de protección, con lo que los nuevos propietarios se ven obligados a colaborar con la junta de conservación o la dirección de patrimonio local que supervisa directamente las obras, después de darles su aprobación.
Algo que los propietarios asumen sin problemas, aunque en ocasiones les fastidie no poder reformar la cocina como querían.
Aun así, acatan lo que les dicen. Aquí nos faltaría tiempo para hacerle una pedorreta al técnico de la dirección de patrimonio según saliera por la puerta para acto seguido decirle al albañil rumano al que se está pagando en negro que tire ese arco ojival para ampliar el dormitorio. ‘A mí no viene nadie a decirme lo que puedo o no puedo tocar. Es mi casa y hago en ella lo que quiero.’


Ole, ole y ole. Esa es la actitud. Tan española para mal. Aquí la gente está tan confundida que, si se encuentran una chimenea Tudor, la quitan rápidamente por viejuna y la sustituyen por una moderna, de serie y a ser posible con detallitos de latón dorado.
Ay, el latón dorado. Nuestra perdición. España es el reino del latón dorado. Mira que nos gusta.
A propósito de esto, en twitter acaba de de abrirse una cuenta-hilo, #PuertasDeMadrid, para inventariar gráficamente las pocas puertas de carpintería antigua que quedan en la ciudad. Y me parece muy bien. Pero también lanzo la pregunta: ¿con qué se sustituyeron la mayoría de esas puertas de madera, después del pertinente acuerdo de la junta de vecinos? Con otras de lo más vulgar, puertas de forja industrial que no tienen puñetera gracia ni encanto pero en las que, eso sí, no faltan los adornos de latón dorado.


Dentro de los portales ya ni te cuento. La gente es tan ridículamente pretenciosa que, en cuanto tienen oportunidad y presupuesto, arrasan con una decoración alfonsina, modernista o art decó para chapar todo con falso mármol y sustituir las lámparas antiguas por esos apliques guachafos de tulipa blanca y latón dorado.
‘Es que esto tiene más clase’, te dicen.
Y te preguntas por qué no los estrangulas. Por qué te contienes. Qué te lo impide.
En vez de eso, sensatamente, te limitas a poner los ojos en blanco y murmurar: ‘España, camisa de latón dorado de mi desesperación’. Para qué molestarse si en el fondo es una batalla perdida y, además, como se está viendo estos días, la idiocracia se está apoderando de todo.
Unos entran en pánico. Yo prefiero apartarme discretamente a un lado y dejarlos a sus anchas, a ver si revientan.


Sé que me está quedando una entrada muy Javier Marías, así como de cascarrabias tiquismiquis al que le irrita hasta su propia sombra, pero tal como están las cosas, me reafirmo: 'Je suis elitiste'. Pertenezco a esa clase urbana cultivada y liberal que desprecia a toda esa gente sin criterio, sin gusto, sin luces, sin estilo. Sí, los desprecio con todas mis fuerzas. Tanto como ellos me desprecian a mí.
Y si ellos no tienen intención de ceder -al revés: van camino de dominar el mundo-, yo tampoco. Sin sentir por ello ningún tipo de complejo o culpa, como no lo sienten ellos. Podrán ser la mayoría, pero no tienen razón. Claro que para qué molestarse en convencerlos de lo contrario, si no tienen remedio con lo poco que ponen de su parte: son como son y están encantados.
Además de que malditas las ganas que tengo de redimir a nadie. Bastante tengo con redimirme yo.

sábado, 16 de enero de 2016

¡Toc Toc! ¿Quién es? La Santa Inquisición



Está la España ultracatólica que no gana para disgustos. Por si no tenían bastante con el desparrame de hostias consagradas de Abel Azcona y el affaire Rita Maestre, aparece ahora en escena una muchacha mallorquina muy desenvuelta -qué tendrá esa isla que es cuna de tanta moderna/mamarracha/divertida-. Y les ha dado otro sofoco.

Samantha Hudson, que así se llama esta mezcla amateur de Lady Gaga y Putilatex, no es más que un adolescente que baila su revolución hormonal con un particular mensaje a la Iglesia que tiene todo el desparpajo punk y trasgresor.
El mismo que los obispos a la hora de abrir esas bocas inspiradas por el espíritu santo y cagarla, claro que en un caso es 'libertad de expresión' y en el otro, el Expediente Samantha, una clara provocación, una ofensa, una blasfemia.



Yo oigo lo de blasfemia y me suena a Inquisición y le pongo la cara de Bernardo Gui en El nombre de la rosa. Brrrrr. También me recuerda a Pakistán, país pionero donde ya se aprobó en su día una ley antiblasfemia. El resultado hasta hoy ha sido que ya se ha cobrado un buen puñado de víctimas mortales, entre ellas varios periodistas y políticos.

Ah, el Islam, ambivalente como todo en la vida: tan atrasado para muchos, tan vanguardia para otros. Porque un argumento recurrente en las mentes de corta y pega es el de 'seguro que no se atreven a hacerlo en una mezquita, o a decir lo mismo de Mahoma en Arabia Saudí' y te das cuenta de que en el fondo lo que les pasa es que envidian la manera musulmana de lidiar con estas cosas.
Si por ellos fuera, mandarían a Abel, Rita y Samantha a la hoguera, como en los buenos viejos tiempos.



Es que si no te toman por el pito de un sereno. Especialmente en España, donde si algún día llega a reinar el Sagrado Corazón de Jesús, será en medio de un sonoro cachondeo.
Aquí no se toma en serio ni a Dios, y mira que nos han atado en corto. Encima se sorprenden de que esté tan arraigado entre nosotros el anticlericalismo. No se explican estos conatos de rebeldía, ya ves tú. Y así hemos llegado a esta situación, en que España es tan católica como anticlerical.
Como en tantas otras cosas, sin término medio.

Lo cierto es que una parte importante del país es anticlerical porque está de tanto obispo entrometido y religión omnipresente hasta las tetas. Se puede pedir resignación cristiana hasta cierto punto, pero llega un momento, cuando la situación se hace insoportable, en que estallas.
El control de la Iglesia ha sido tan opresivo, tan agobiante y castrante que el anticlericalismo ha sido la reacción lógica a tantos siglos de explotación, dominio y bullying moral sobre la población. Por eso aquí la tradición anticlerical es casi tan antigua como la católica. Es más, una no existiría sin la otra. Se alimentan mutuamente.



El día que los católicos ultramontanos se relajen y cedan un poco, lo harán los anticlericales también. Así de sencillo.
Hasta entonces, el anticlericalismo será un producto tan español como la paella y viviremos esta inevitable tensión. Tampoco es tan mala: inspira y ayuda mucho también a la creatividad irreverente y sacrílega, de la que los vídeos insertados en el post son un buen muestrario.
Y Samantha Hudson, su última diva.

Frente a una Iglesia inquisitorial y fanática, su respuesta espontánea y fresca en forma de canción ha sido 'comedme el coño'. Es una válvula de escape, y desde luego mucho menos violenta que ponerse a matar frailes o quemar conventos, que es la otra posible reacción.
Samantha ha optado por la mejor forma de rebelarse, que es la burla, el troleo, el no tomárselo en serio, el hacerle un corte de mangas con un humor ácido y electrodisolvente.
Es la venganza más inocente, aunque a la tropa del rosario reaccionario le saque igualmente de quicio.



Es que menuda insolencia, qué atrevimiento, dónde vamos a llegar. Ellos no están acostumbrados a que se les lleve la contraria, a escuchar voces distintas, a que les ridiculicen su visión integrista de España. Lo suyo ha sido siempre imponer la fe por sus santos cojones.
No han salido del constructo mental en que a los disidentes se les mandaba a la hoguera, como en los tiempos de la Inquisición, o al paredón, como en los días del Generalísimo bajo palio. No han conocido otra cosa.
Aquí, durante mucho tiempo, a quien pensaba distinto se le aplastaba.

Y eso siguen intentando. El nacional-catolicismo sigue rampante y muy activo, Entre las estrellas invitadas al show del catolicismo más carca: los Legionarios de Cristo (del que es miembro una hermana de Ana Botella), el movimiento Comunión y Liberación, los focolares o los kikos.
Pero la gran primadonna es el Opus, prácticamente dueño del país. Está por todos lados, copa todas las esferas de poder, muchos medios de comunicación, bancos, universidades, empresas... Y además tienen dinero para extender aún más su enorme influencia. Y crear opinión. De esto se encargan muy bien. De hecho, solo se oyen las suyas. Da igual el programa de TV -como también da igual la cadena, repito que el Opus está por todas partes-: en todos ellos salen siempre los mismos colaboradores y tertulianos, tradicionalistas hasta la médula, retrógrados hasta lo sombrío, intelectualmente casposos.
A ninguno de ellos, por supuesto, le escucharás nunca criticar o cuestionar la religión. Son sus mejores perros guardianes. Y no hay quien contrarreste o refute sus opiniones porque, simplemente, no dan chance.
Los librepensadores y ateos están vetados.



Esto es evidente en la televisión, tanto pública como privada: nunca verás unos debates enconados y a la vez tan necesarios como los The Big Question. Ni un documental revelador como Religulous de Bill Maher. Ni monólogos explosivos contra la fe como los de George Carlin o Ricky Gervais. Ni a figuras públicas cuestionando abiertamente la religión como Brad Pitt o Morgan Freeman. Ni a pensadores como Sam Harris o el difunto Christopher Hitchens, ni a científicos ateos como Neil Tyson Degrasse o Richard Dawkins.
Esto es impensable aquí.

En este país, para nuestra desgracia, nunca ha habido democracia cristiana, solo integrismo católico. Y España, por su bien, necesita derribar esta última frontera. La religión no puede seguir siendo tabú. Tiene también que someterse a debate, a confrontación de ideas y cruda exposición de lo que realmente significa. Es otro privilegio que debe caer.
Ya lo dijo don Manuel: 'Es una cuestión de salud pública'.
Mientras lo vamos consiguiendo, siempre nos quedará youtube.

Y por cierto, Samantha: olé tu coño divino.

martes, 23 de diciembre de 2008

Batallitas del youtube



Dentro de los escenarios bélicos, reales o simulados, que impone la vida moderna (Irak, Afganistán, los múltipes videojuegos de combate y guerra, las peleas de gallos hip-hoperas, las batallas de bandas...), están también ahora las batallas de youtube.
Se trata de una nueva modalidad de juego, y todo un desafío.

Para jugar has de juntarte con uno o varios amigos (aunque lo ideal es un ten con ten sólo con otro) y empezar a competir por poner los vídeos más guays, raros, divertidos, exóticos, flipantes o bizarros del youtube.
Pueden ser musicales, frikadas que hace la peña, colocones grabados, caídas, series, videoblogs, cortos domésticos, extravagancias varias, trailers, versiones, de todo. Con cada uno de ellos se ha de intentar superar al otro, en una escalada ininterrumpida de emoción, seducción y asombro.
El juego va ganando en intensidad y sorpresa a medida que avanza, hasta el punto de que tienes que tener una buena reserva de perlas visuales y frikadas entre tus favoritos para ganar o al menos quedar en un honroso segundo puesto.

Es lo que me pasó a mí en la última batalla que eché: esta versión Bollywood del Thriller de Michael Jackson me dejó definitivamente KO, sin otra opción al final, tras un largo y enconado toma y daca, que rendirme a la evidencia: mi oponente me había ganado, dejando el listón muy alto para la próxima.
Que no tardaré en llegar. Es mi juego de estas navidades, y estoy enganchado. ¿Alguien me reta?