sábado, 10 de mayo de 2008

See you later, elevator

No es que yo tenga una especial debilidad por los ascensores, es sólo que los necesito para subir o bajar de nivel.
En este de la foto, uno de tantos con espejo, aproveché para hacerme unos autorretratos, a lo Rembrandt hi tech.

Y el espejo volvió a espabilar en mí una vieja sospecha… Ese otro yo enfrentado a mí, aparentemente idéntico y de movimientos sincronizados, ¿es sólo un reflejo o es algo más, quizá mi copycat suelto por algún universo paralelo, uno que bulle simétricamente al otro lado?
A lo mejor son miles de ellos… El portal de la casa de mis abuelos maternos estaba flanqueado por dos grandes espejos. Pues bien, según como te colocaras entre ambos, te veías multiplicado casi infinitamente a uno y otro lado.
A mí me gustaba jugar con este efecto, y siendo un mocoso no dejaba de pensar si esa tropa de doppelgangers no existiría realmente repartida en distintas lonchas de realidad.
A veces me gustaría poder atravesar los espejos como Alicia para comprobarlo.
En la tradición esotérica, los espejos representan puertas.
Pasajes.
Accesos.
Adónde, no lo sé. Quizá a nada bueno, si recordamos todas esas leyendas que aseguran, por ejemplo, que si después de medianoche con luna llena eructas tres veces y te asomas a un espejo, verás el rostro del diablo… O tu propio funeral.
Yo no he tenido nunca el valor de conjurar rostros satánicos o escenas macabras: los espejos ya tienen para mí suficiente misterio.
Porque cualquiera sabe si ese otro yo que veo en el espejo del ascensor no estará a su vez mirándome y fotografiándome a mí en otro y preguntándose si eso que ve no será algo más que un reflejo…

No hay comentarios: