miércoles, 7 de mayo de 2008

Stairway to hell

El título de esta entrada, reverso tenebroso del viejo himno de Led Zeppelin, podría ser el a.k.a. perfecto para las escaleras mecánicas de la línea 10.
Descienden y descienden hasta rozar las bóvedas del infierno.
Lo malo es cuando las tienes que subir, teniendo en cuenta que normalmente no funcionan cinco de los siete tramos de escaleras.
Además de todo un fastidio, subir a pie más escalones que los que tiene la pirámide del sol de Tenochtitlán es casi una disciplina olímpica.
Yo al menos me lo tomo así, deportivamente, y por eso, mientras subo las escaleras, voy apretando las nalgas para mantener un culo atlético.
Y menos mal que no tengo que cargar con una silla de niño –y además gordo-, como he visto tantas veces…

Un niño, en cualquier caso, que cuando crezca será animal de ciudad y las escaleras mecánicas no le pillarán por sorpresa: estará más que acostumbrado a ellas.
No es ninguna tontería. Hasta hace pocos años, la experiencia “escalera mecánica” (y valían también las del Corte Inglés) dividía en dos a la humanidad. Al menos en España. La reacción de las personas ante las escaleras mecánicas determinaba inexorablemente su procedencia. Es decir, si eran de campo o ciudad.
Ahora ya no es así, a causa de esta globalización que borra las diferencias y planta centros comerciales con escaleras mecánicas hasta en Burgos, pero hace años todavía veías a gente espantada ante ellas, sin atreverse a poner el pie encima. O todo lo contrario, los veías cayendo grotescamente al final de un tramo, que lo de saltar del último escalón al suelo con naturalidad y hasta gracia es un arte exclusivo de urbanitas natos. También los veías perdidos en algún cruce de pasillos, mirando los paneles indicadores como si fueran jeroglíficos egipcios. Y pasando por su lado pensabas desdeñoso:
“Palurdos.”
Ellos habían crecido en el campo, donde los únicos túneles que existen son los que roturan los topos. Yo en cambio había crecido con el metro. Formaba parte natural de mi vida, como para ellos el tractor.
De niño, de muy niño, y a la vez que aprendía la tabla de multiplicar, mi madre me hacía retener de memoria las estaciones de las distintas líneas cuando viajaba con ella en metro.
Como en un juego me preguntaba:
-A ver, David, recítame la 2.
Y yo empezaba: Sol, Sevilla, Banco de España, Retiro
-Muy bien, cortaba, ahora la uno.
-Iglesia, Ríos Rosas, Cuatro Caminos, Alvarado, Estrecho, Tetuán
Me las sabía todas, de corrido.
Ahora ya no. Hace tiempo que, para no sobrecargar mi base de datos con tanta ampliación de metro, decidí quedarme en la era Esperanza-Argüelles más que en la de Esperanza Aguirre.

No todos los urbanitas son entusiastas del metro.
Tengo amigos muy cursis que no viajarían en él ni muertos; les parece de una vulgaridad perversa.
El metro es para proletarios, para losers, me han dicho más de una vez.
Puede, pero yo no creo que jamás pueda prescindir de él. Tarde o temprano una de sus bocas me engulle irresistiblemente, y es una de las primeras cosas que visito en una ciudad extranjera.
Si lo tiene, claro.
Por el contrario, si no lo tiene, me resulta demasiado provinciana. No acabo de tomármela en serio; me parece menos ciudad.
El metro, entre las ciudades, da un toque de distinción.
Categoría.
Que se hace extensible a sus habitantes, que, curtidos en el metro, sus achuchones y peligros, se revisten de una correosa y experimentada superioridad.
En algunos casos, además, el metro define a la ciudad tanto como sus principales monumentos. Uno no puede pensar en Londres, París, Nueva York o Madrid sin su metro.
La ciudad se quedaría coja, como que le faltarían esos intestinos de túneles infatigablemente pateados por miles de personas y recorridos por trenes veloces a intervalos de escasos minutos.
Me excito sólo de pensarlo.
No existe submundo más dinámico y vibrante.

3 comentarios:

Chopenjagüer dijo...

100% identificado con todas y cada una de las opiniones de tu post, amic Pallol. Sólo añadiría al metro unos cuantos depredadores -prefeliblemente reptiles, lentos pero voraces-, que ayudaran a su modo a mejorar la raza (las primeras vícimas serían sin duda los jóvenes que intentan hacerte socio del Círculo de Lectores y los grupos de menosmolas que ocupan todo el ancho de la escalera mecánica, impidiendo tu ascensión a toda hostia por el lado de los rápidos).

P.D.: Muy chulo lo de valorar los post, ya me dirás de dónde lo has sacao.

ciudadanoe dijo...

el metro es a una ciudad lo que su alcantarillado: las entrañas por las q discurren los entes que la habitan -y su mierda-.

las estiradas q no se suben al vagón de metro, nunca sabrán saborear el sobaco de un cani, ni podrán comprobar in situ el nivel cultural de la ciudad. ni el estado de humor de la masa...ni tener encuentros accidentales, ni ná.

por cierto, muy buena la teoría de la brecha mecánica ;-) no todo iba a ser brecha digital, oigausted! milbesis ciudadanopallol!

David Pallol dijo...

Querido Chopenjagüer, aparte de decirle que su idea de enlazar esculturas bailando la conga en la mediana de la calle Toledo me pareció divertida a la par que brillante como una shiny disco ball, los que no se apartan a la derecha en las escaleras a mí también me ponen enfermo.

A veces hago como Richard Ashcroft en el vídeo de bittesweet simphony y los arrollo como si no los tuviera delante, pero no es una táctica que te convierta precisamente en el chico más popular del metro...

PD: En cuanto a lo de valorar los posts, yo no hice nada... Esas cosas con sus estrellitas de repente brotaron ahí.
No te oculto que tengo un poco de miedo.
¿Y si vienen del espacio exterior?